Candil de la Calle

En tu face

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El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de todos.

Henry Ford

La red social Facebook llegó a sus 10 años con cerca de 1,200 millones de usuarios en todo el mundo.

Yo entre ellos.

El festejo consistió en regalarnos un breve video con imágenes de nuestro muro personal, en un recorrido por nuestra existencia feisbukera, un término que seguramente ya una mayoría de lectores comprenderá sin mayor dificultad.

Soy un ser vivo más arrojado a los brazos del mundo virtual, primero por pura necesidad —laboral,  más que otra cosa— y luego, por todo lo demás.

Sigo protestando porque la red no tiene la maldita opción de “No me gusta” ante una imagen, una noticia, un comentario, un simple emoticón desagradable, sórdido, estúpido, discriminatorio o intolerante.

No siempre escribo en el muro de los amigos que cumplen años, aun cuando el implacable calendario del Féis me persigue en ésta y otras aplicaciones que zumban en el teléfono celular, aparecen en la computadora, conectadas ahora unas a otras en una sincronía casi insoportable.

“Conectar al mundo”, escribió el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, sobre quien ya se escribieron libros, se hizo una película, y sobre quien pesa la sombra de un no tan lejano mundo conectado en otra vía, extinguido Facebook.

La máquina de escribir seguida de la computadora; el fax acabado por la impresora; la grabadora digital aplastando al casette.

Encuentros, reencuentros y desencuentros: todo es posible a través del Féis. No he sabido de más reuniones de generaciones escolares —ni había asistido a tantas— antes de que la red nos sirviera para buscar a la compañera de secundaria a la que no volvimos a ver jamás, con su peinado ochentero y las pulseras de colores, última imagen de la fiesta de graduación.

O para saber de la vida del amor de nuestra vida preparatoriana. El ojo virtual todo lo puede. Hasta llevar al divorcio a las parejas que no sólo se traicionan en el encierro de una habitación, sino que también consuman el engaño en el muro del amante.

La sociedad virtual enjuicia y sentencia, implacable es a través de un teclado o un móvil con pantalla touch la condena ante una denuncia, un abuso de autoridad, una vejación, un despido injustificado. Poco hace esta sociedad, hay que decirlo también, más allá de la pantalla: Facebook es el pretexto perfecto —por si aún hacía falta encontrar uno— para ausentarse de las calles, de la protesta pública, de la marcha. Cientos de las personas que confirman su asistencia a un acto público para reclamar por lo que sea, simplemente cumplen con un click y jamás llegan al evento.

Para nosotros los periodistas, Facebook es también el balconeo total.

Los videos de las ladies, las hijas de los políticos encumbrados presumiendo viajes y lujos; los juniors de la clase privilegiada danzando en las ostentosas fiestas con celebridades invitadas; artistas y tantos personajes públicos presumiendo el trofeo de caza: un oso, un venado, un ciervo que se aprecie en la imagen.

A estas alturas del conocimiento que se tiene sobre esta herramienta, suena absurdo que esos personajes se sientan espiados y se indignen porque alguien entró en sus muros e invadió su privacidad.

No hay tal, no existe, la entregamos gustosos con nuestro nombre escrito en la red.

Candidatos, misses, ex compañeros de colegio, novias celosas, esposos traicioneros, clases de periodismo, oraciones en cadena, recetas de cocina, chistes, paisajes que nunca conoceremos, amores del pasado y del futuro, videos ochenteros, fiestas de cumpleaños, avisos fúnebres: todo cabe en Facebook sabiéndole dar un like.