Las cosas como son

Ni tan libres ni tan originales

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Al asombro que causa la palabra “transgeneracional” habrá que añadir el impacto de saber que gracias a ella nuestra libertad no es tan amplia como creíamos ni tan creación original y propia. Lo transgeneracional es ese impulso, una influencia, una fuerza, que proviene de los ancestros y gobierna callada una buena cantidad de nuestros actos, de nuestros pensamientos, de las sensaciones con que tomamos la vida. Serrat dice en una de sus canciones que los padres vamos transmitiendo nuestros miedos a los hijos con la leche materna y en cada canción.

Y sí, así de silenciosa opera esta influencia, de un modo no conocido pasa a cada hijo o hija, y comienza desde el principio a moldearle. El tipo de enfermedad, el gusto por determinados sabores, la predilección por los colores o formas, el sitio donde se compra la medicina, los juguetes y la ropa, todo acaba por ser una especie de repetición, una forma de continuar lo que se ha hecho y aun se hace en la familia a que uno pertenece. Y ocurre de una manera que no logramos reconocer ni controlar, porque se vive en directo como acto propio, como idea o sensación de uno.

Es solo pasado el tiempo cuando, al mirar los productos de las vivencias, y con alguna distancia de los hechos, se contemplan cómo ha sido de semejante lo realizado con lo que antes otro de la familia hizo. Por ese motivo es que la libertad de la persona no es ni amplia ni original, su extensión es la que hay en la familia y su peculiaridad es la que comparten los familiares, con sus matices y debidas variaciones. Cómo funciona en la práctica este hecho es posible verlo en la vida conyugal que se lleva, en el tipo de pareja elegido, en las dificultades que se llevan, en la manera de resolver los conflictos, en la forma de adquirir un patrimonio. Claro que en esto cuenta el número de hijo que se es, porque un primogénito lo lleva de modo diferente a un benjamín. Pero esa misma distinción ayuda a mirar hacia atrás qué primogénito vivió tal o cual situación o qué benjamín lo pasó como el actual.

Lo difícil de esta experiencia estriba en reconocer que uno no es lo libre que suponía de parámetros de otro tiempo, incuso de las personas a quienes uno menos querría parecerse. Cuando este despertar, cuando este darse cuenta aparece, entonces la persona deja la inocencia en que vivía y puede asentir con responsabilidad a su condición, puede reconocer que no es sino otra persona con hábitos y costumbres (propios de su parentela) y que lo especial de su ser quizá no está aún a la vista o que hace falta retirarle el velo que lo cubre o aun empeñarse en sacarlo a flote y en pulirlo para que destelle.

De igual modo se puede apreciar esta transgeneracionalidad en los ámbitos laboral y empresarial, en especial en los límites del hacer, hasta dónde se podrá llegar y de qué forma. La honestidad laboral, la propensión al chambismo, la tendencia a victimar o a ser victimado, la dedicación o el desdén hacia el empleo o la organización, son otras tantas manifestaciones en las que puede verse cómo lo hacían los ancestros. Por nuestros actos, pues, es posible reconocer cómo llevaban la vida quienes nos antecedieron. Pero como son tantos hacia atrás los miembros de la parentela, uno no sabe a ciencia cierta con quién se ha filiado para este o para aquel asunto. Puede ser que con un abuelo en cosas del amor, y con uno de los padres en lo laboral, y con una pareja olvidada en lo sentimental, y otras cuestiones así por el estilo.

Así, una persona viene a ser una entidad en la que se dan cita innumerables tensiones entre lo que se quiere hacer y lo que se hace, en la que se vuelven muy presentes encomiendas y órdenes específicas para desposar a alguien, o para salvarla de tal o cual hecho, o para asentir al fracaso con dignidad, o para regalar el patrimonio en donaciones o fraudes o desfalcos, y así por el estilo. Y aun cabe la posibilidad de que la adhesión a los ancestros sea por afinidad o por contraste y oposición, las dos por igual válidas para los objetivos del amor profundo que suele no asomar su cabeza, no mostrar su identidad, sino cuando es el momento pertinente.

De cualquier manera, como todos estamos sujetos a esta influencia, ¿por qué no darle de vez en cuando un vistazo y cerciorarnos de lo que estamos realizando? En una de esas ganamos una oportunidad de ir pasos adelante, o de truncar un destino difícil, o de hallar nuestra plenitud en lo que menos pensábamos. Lo que importa, con todo lo dicho, es amar, y mostrar el amor, no a los que nos rodean sino a quien se honra con nuestros actos, así esté ya muerto o pertenezca a otro tiempo.