Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Tercer Acto: ¿cómo se llamó la obra?

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(Foto: Especial)

El telón se abrió para un primer acto con rieles, trenes, riesgos de descarrilamiento, muchos actores —de empresas constructoras, supervisoras, financieras; grupos políticos, comunicadores, revendedores, personal de limpieza, acomodadores, etc.— y cerca de medio millón de extras que debieron conformase con ser entrevistados fuera de la escena, pues apenas unos cuantos cabían en el foso. El ciclorama, cuya pintura de andenes modernos, piezas rotas como si se tratara de un antiguo transporte y una sugerencia fantasmal para evocar al mejor alcalde del mundo, tenía todavía fresca la pintura. Llamaba la atención el grupo de superhéroes, un tanto cuanto atropellados repitiendo guiones cortos, cuyo texto se encargaron de difundir una y mil veces los críticos de este teatro chicharronero. Desde la parrilla y el telar —en una combinación de madera y acero—, las luces y el decorado movible daban al espectador la sensación de un escenario donde la justicia entraría en cualquier momento a dar a cada quien su merecido. Pero de pronto, todos los villanos respiraron aliviados; surgió un nuevo dictaminador asegurando, que no hay incompatibilidad entre rieles y ruedas; que todo está en orden ¡vamos! ni siquiera se puede culpar a los actores de remplazo el haber sido deficientes en el mantenimiento. Con la intervención de este mago de la elusión de problemas cuyo guión era dictado desde la concha del apuntador, el telón corrió, dejando ver algunos despistados extras caminado por el proscenio.

El segundo acto tenía una escenografía completamente distinta. El telón de fondo no era rígido, los tramoyistas movían la tela y los barcos, con lo cual algunos actores y parte del público empezaron a sentir mareos. En el tercer plano del escenario, muchos extras, sentados, argumentaban a favor de su holganza y exigencias. A través del escotillón aparecían y desaparecían buques de gran calado, pacas de dinero, personajes señalados como presuntos culpables de desfalco a un banco, todos vestidos de azul pero no marino.

La tercera llamada para el tercer acto interrumpió la algarabía de un público impaciente que no veía a la justicia aparecer. En las butacas y palcos se hablaba de corrupción, impunidad, intenciones ocultas y hasta empezaron a correr las apuestas entre quienes decían que nadie sería juzgado y otros inocentes asistentes a un espectáculo de mediocridad asegurando que ya habría llegado el momento de arrancar de la vida ciudadana a los hambreadores, los saqueadores de la riqueza nacional, los mentirosos, los villanos y hasta los lobos cubiertos con piel de oveja.

El telón ya no abrió a la americana —de manera horizontal— funcionaba tipo guillotina y al tiempo de ir subiendo una voz femenina, denunciaba abusos, manipulación, disposición de fondos públicos no para programas predeterminados en presupuestos aprobados, sino para orgías y excesos como los que trascendieron a su tiempo y espacio con Nerón, Calígula y otros personajes cuasi satánicos a lo largo de la historia.

En el primer plano de un escenario que reproducía la imagen de un antiguo chiquero pueblerino, un actor muy pasado de peso repetía clamores por su inocencia, los corifeos danzaban y cantaban siguiendo a un jefe —Korufaisol— que acusaba al hombre pesado por ser el peor de los villanos, el explotador de mujeres, el cínico, el desordenado, el gastalón, el irrespetuoso, el golpeador, el mentiroso, el enfermo.

En medio de los seguidores del portavoz, de un actor principal cuya identidad nunca fue revelada, apareció el pequeño gnomo, asegurando a los pobladores que vivían cerca del chiquero, que el rechoncho sería mandado tras bambalinas, hasta que la obra terminara. También se apartaron del corifeo un grupo de militantes, cantando “expulsión, sanción, inclusión”. Algunas actrices del primer acto, con sendas túnicas amarillas, fustigaban, demandaban, sentenciaban, haciendo caso omiso al otro grupo de actores de relleno que les reclamaban el no haber actuado con similar moralina cuando un jefe de su propio chiquero se comportó de manera similar al brujo obeso, oculto ya tras las cortinas laterales.

Los espectadores, cuchicheaban. “¿Va a regresar?” decían algunas lideresas. “¡Cómo crees, ya fue demasiado abuso!”, decían otras y la sucesión de un guión plagado de incongruencias, inconsistencias y frases tímidas de cómplices temerosos de ser señalados también como parte del lastre de ese partido, que teniendo todo perdió la presidencia, mató a sus líderes —candidato y dirigentes— e inventó a cerdos y chupacabras volvía a convertir la obra en una algarabía desordenada sin pies ni cabeza. Abundaban los villanos y héroes mezclados, unos verdes, otros azules, los de más allá tricolores y hasta amarillos; todos vociferaban para que los ecos de la justicia analizando pruebas arrojadas a la basura no fueran entendidos por los asistentes a la función de una obra, cuyo nombre y autores han sido poco difundidos.

Lo ahí expuesto más bien parecían hechos para tratar en barandilla de juzgado penal ¿Por qué entonces los pocos actores serios lo convirtieron en político? ¿Merece alguno de los partidos actuantes representar o dirigir a la ciudad solo por tener la capacidad de acarrear multitudes a las urnas, así llueva truene o relampaguee? ¿Cómo se llamó esta obra? ¿Alguno de mis lectores sabe si el autor se desenvuelve en: CIA, hombres de presa, estructuras de sotana, dinosaurios, bebesaurisos o tecnócratas? No sé, pero la trivia está abierta, recibo sus comentarios si estuvieron en los tres actos de esta presentación, que no acierto a dilucidar si es teatro clásico, neoclásico, renacentista, romántico, simbolista, expresionista o del absurdo.