El Laberinto

Los piratas modernos

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(Foto: Especial)

Los libros de Emilio Salgari y después las películas de Disney se han encargado de vendernos la idea de un pirata como un ser fascinante con un código de honor y con una apabullante personalidad que vive aventuras en los siete mares y conquista a acaudaladas damiselas. Tal vez nuestra vida tan prosaica y aburrida ayuda un poco a que nos resulte interesante conocer las andanzas de estos personajes.

Entre los piratas que sí existieron y que proliferaron durante los siglos XVI, XVII y XVIII existían diferencias que estaban determinadas por el tipo de actividad que desempeñaban y por el lugar social que tenían por hacerlo, tomando como punto de referencia al gobierno. Cualquiera que este haya sido en los diversos países durante esta época, teníamos a los que robaban para éste a otras naciones como los corsarios que gozaban de excelente posición social y podían dormir tranquilos, los que robaban al margen del gobierno que eran los piratas y que eran perseguidos y apátridas y los que le robaban al gobierno a través de la evasión fiscal traficando mercancías o esclavos y que tampoco gozaban de muchos privilegios.

Llevando estos datos a la actualidad podríamos pensar que los que se dedican a falsificar mercancías, a ser “polleros” en la frontera o a la famosa “fayuca” en vez de ser llamados piratas deberían ser conocidos como bucaneros mientras que las mineras y demás compañías que rozan la ilegalidad en los países que se establecen serian los corsarios, y los piratas como siempre son los rateros internacionales o en su defecto aquellos disfrazados que pululan por las fiestas infantiles.

Visto así a mí ya no me parece nada ameno pensar en las aventuras de un sujeto que quema discos en alguna trastienda, que retaca viajeros en un tráiler o que va al país vecino a retacar su maleta con mercancías por las que no paga impuestos o pensar en los desvelos de los representantes de las compañías mientras buscan el hueco en la legislación que les dará total libertad para operar impunemente en tierras extranjeras y mucho menos en la búsqueda del disfraz ideal y la colocación del parche en el ojo… será que el pillaje moderno se ha vuelto tan prosaico y aburrido como el resto de las cosas o que el tiempo dota de dignidad las actividades más rastreras.