Entre caminantes te veas

Aunque te cueste la vida

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Tendido en el pavimento, con el cuerpo húmedo y cada vez más tibio a pesar del frío despiadado que recorrió su espina dorsal al principio, miraba sin ver en realidad el cielo ennegrecido, silencioso y vacío. La visión de una única estrella en el cielo lo hizo recordar aquella época en el rancho de su abuelo cuando correr por los maizales con los hijos de los jornaleros era lo más importante en su vida. Entonces una mazorca de maíz madura asada a las brasas y bañada con limón y sal completaba el concepto de felicidad y plenitud.

En esos años se acuñarían en su alma conceptos tan cotidianos y profundos como la amistad, la fidelidad y el compañerismo, aunque también el amor. Supo de este sentimiento por vez primera a los 12 años, cuando los ojos de Carla lo atraparon en sus redes y se apoderaron de sus pensamientos, sueños y deseos. Nunca pudo confesarle cuánto la amaba porque una mañana encontraron su cuerpo mancillado y sin vida entre las matas verdes de frijol en crecimiento. A pesar del dolor que para todos supuso su asesinato prevaleció el silencio. Nadie supo nada, nadie dijo nada, ni siquiera sus padres, tampoco sus hermanos: Esteban y Macario. A partir de ese momento una nueva semilla comenzó a germinar en el campo de siembra: la del miedo.

Comprendió que el silencio es el padre de la impunidad y favorece que el crimen se extienda y las infamias prevalezcan. Por eso quiso hablar, ser la voz de cada persona en cada lugar en donde su presencia estuviera. Estudió la carrera de periodismo llevando en el corazón las enseñanzas de su viejo que siempre le inculcó la ética y la verdad. Que le enseñó que el dinero no compra la conciencia y que siempre es mejor ser auténtico y honesto que millonario y falso porque el dormir tranquilo y sin culpas es la mejor bendición.

Y se dedicó a darle voz a los silencios reprimidos, a traducir con palabras lo que los ojos gritaban, a exigir justicia a sabiendas que el término sólo existía para engordar el diccionario, pues en la práctica se había vuelto una desconocida, una vagabunda más en las calles que camina envuelta en andrajos despreciada y olvidada después de haber sido la gran señora, la rectora de los individuos y la mayor de las virtudes.

Se sabía querido y respetado. Lo era porque esa profesión que él eligió enarbolar se había convertido en un quehacer de osados sin miedo a la muerte. O vendías tus principios o te enterraban con ellos. Y él optó por lo segundo a pesar del miedo que lo mordía, de las amenazas que le habían quitado el sueño, de la puerta con siete cerrojos y las ventanas con barrotes en su departamento. Alguien tenía que hablar por la gente, alguien tenía que hacerlo.

Pero ya no sería él. Porque esa noche estaba tendido en medio del callejón oscuro sintiendo cómo la sangre huía de su cuerpo. Antes de exhalar el último suspiro, miró nuevamente la estrella en el cielo, y se fue convencido de que aunque todo se vea tan negro, siempre valdrá la pena mantener la luz de la esperanza y la verdad encendida… aunque te cueste la vida.