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Misa los domingos

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 (Foto: Archivo)
(Foto: Archivo)

Una de las costumbres que algunos Guanajuatenses tienen, es el ir todos los domingos a misa; puede llover, relampaguear, hacer mucho frío, vientos desatados, eso es lo de menos, ellos asisten con la fe única que se tiene en un ser supremo. Eso sí, aunque estén de visita en otro lado o pasen de viaje en alguna ciudad aledaña, si es domingo, paran y reciben las bendiciones en un templo y de un párroco como dictan las leyes de la Iglesia.

Una muy amiga mía me cuenta que recientemente quedó de ir a misa con su madre allá en Romita, una ciudad cerca de aquí, donde su progenitora vive, pero que dada la tardanza de su hermana quien se esmeró demasiado tiempo en su arreglo personal, iban ya siete minutos tarde saliendo de Guanajuato, por tanto, no iban a llegar a la misa. Así que entre discusiones familiares en el auto desde el “¿por qué te tardaste?, hasta el “si la culpa es tuya, llegaste muy tarde” etc. pasaron por la ciudad que les queda de camino, Silao, Guanajuato, para hacer menos tiempo y llegar más rápido a Romita y así no molestar a su progenitora con tal tardanza.

En esas iban cuando mi amiga, quien venía manejando, ve que hay mucha gente entrando a un pequeño templo situado en la calle principal, antes del Jardín Central, y decide: “Aquí nos quedamos a oír misa” y su hermana: “No le hagas, sí llegamos, no vamos tan tarde”… y se estaciona sin decir nada. Ya resignadas, todas entran a tropel a la iglesia, entonces es cuando mi amiga se da cuenta que no había tanta gente como la que había visto al parar ahí, observa a su alrededor y ve que eran al menos unas veinte personas diseminadas por todo el templo que estaba muy polvoso, sentados en las bancas viejas en poses de rezo que pareciera que han estado una eternidad ahí. Voltea a su alrededor y ve que las imágenes de los santos están todas llenas de polvo y con expresiones no gratas: volteando los ojos al cielo, resaltando el blanco de sus ojos o en posturas grotescas. Desconcertada ve a un anciano que respiraba apenas, dando la misa… y a la vez, escucha muy lejos a su hermana en un pleno reclamo murmurándole sabe cuánta cosa. Ella, al quererle contestar, cae en la cuenta que esa iglesia está llena de espíritus, no era posible que esas miradas que las veían con cierto rencor ancestral como corriéndolas del sitio, fueran de humanos vivos.

La sorpresa no acaba ahí, de facto voltea hacia abajo y se da cuenta que todo el piso es un cementerio, que está lleno de tumbas y ella encima de una que para su sorpresa tiene su nombre y dice haber muerto en 1947, mi amiga quien tiene 47 años… no sabe qué pensar en un afán de seguir atada a su cordura. En el colmo del horror, entre la vorágine de sucesos, decide contestarle por fin a su hermana y en cuanto quiere hablar sabe que hablará en otro idioma, asustada lleva sus manos a su boca impidiendo así ser el conducto de una de esas almas en pena y evitar caer en el sopor en que sin querer ella entró.

Dice que cuando terminó la misa, el sacerdote, con paso cansado, fue uno por uno de los feligreses a darles la bendición con una pequeña flor bendita, ella lo atribuye —pensando de manera positiva— a que sin duda fue una bendición de sanación. No sabe cómo, pero en segundos ya se vio en su auto entrando a Romita, con sus hijas y su hermana profundamente dormidas en un camino solitario y tranquilo, y con la flor bendita en su mano izquierda.

Guanajuato, como Estado, está lleno de caminos mágicos a otros mundos, ven, recórrelos, lee y anda Guanajuato.