Candil de la Calle

Solís Arzola, del gozo al pozo

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Todos somos Karla (Foto: Especial)
Todos somos Karla (Foto: Especial)

No será el único, pero sí uno de los más prominentes presidentes municipales que ha tenido Silao, sólo que no por los más halagüeños motivos. Logró, con golpes de espectacularidad, lo que muchos consiguen a fuerza de picar piedra, se esfuerzan al máximo, a veces durante trienios en distintos cargos: el repudio.

En la mira del periodismo, motivo de otras columnas y otros análisis, bien vale la pena dedicarle las palabras de despedida en este inminente cambio de autoridades en los 46 municipios del estado, a Enrique Benjamín Solís Arzola, el alcalde de Silao.

Hace tres años todo era festejo, revancha, triunfo enseñoreado, el matador dando la vuelta al ruedo: Solís Arzola destronó al PAN en Silao y regresó al PRI al poder.

Las miradas enfocan los distintos aspectos de su arribo al Palacio Municipal de Silao y todo el contexto de un panismo deshilachado, mareado de poder y distante del ciudadano de a pie.

Al PAN, ni la visita de Benedicto XVI a Silao le hizo el favor.

Pero no había pasado mucho tiempo cuando el desencanto ciudadano volvió.

Y así de rápido, de vertiginoso, vino el despeñadero.

Sólo pretendo ocuparme de uno de los muchos asuntos que en su expediente se lleva Solís Arzola, a raíz de un manotazo de autoritarismo atribuido a él, o como muchos dicen, surgido de alguno de sus colaboradores de mayor confianza, lo cual en los hechos tampoco lo exime de la máxima responsabilidad. Por el contrario.

La incomodidad de los funcionarios de su gobierno por la denuncia social a través del periodismo, el inminente y cercano contacto del ciudadano con los medios para expresar, a través de estos, el desencanto, la queja, la omisión o la negligencia, derivó en un delito, un crimen contra la persona de una periodista y contra lo que de la labor periodística trasciende, que es el derecho de la sociedad, de toda, a estar informada y a acceder a toda la información por todos los medios de su elección, derecho que debe ser garantizado por el Estado.

Un derecho que nadie se inventó o se sacó de la manga, sino que es una de las piezas que arma el rompecabezas de la democracia. Algo que tanto hay que decir, en la medida en que tan poco se entiende.

Así, Solís Arzola cosechó uno de sus  mayores triunfos-fracasos del trienio.

El gremio periodístico, los periodistas de a pie, reporteros, fotógrafos y camarógrafos independientes y de distintos medios de comunicación, fuimos reunidos por él, unidos en torno suyo, para hacerle el reclamo puntual ante la agresión a una de las nuestras, la joven colega Karla Silva. Visos de solidaridad, de organización o acercamiento en este gremio han dado la pauta a iniciativas que caminan, poco a poco pero sin detenerse.

Como es el caso —guardadas las proporciones, calibrado el tamaño de las villanías y la clasificación de los delitos— del gobernador de Veracruz Javier Duarte de Ochoa, en el caso de Karla Silva sabemos quién fue.

Los caminos de la procuración y de la impartición de justicia no han llegado todavía hasta la persona de Solís. En el imaginario social, la percepción es que la protección entre las élites políticas, sean del color que sean, alcanzó a servirle a Solís y pudo intercambiar favores. Al tiempo se confirmará o se desechará esta versión.

La vida de Solís Arzola, no obstante, ha cambiado. No tanto como la de Karla Silva, la de Adriana Elizabeth Palacios. No tanto como las vidas de estas dos jóvenes, inmersas en el oficio periodístico, lastimadas, ofendidas y a quienes la justicia todavía no les salda las cuentas.

De muy distintas formas, un precio se ha pagado.

Pero Enrique Benjamín Solís no ha liquidado su adeudo.

Se lo recordamos hoy.

Se lo recordaremos.