A pesar del GPS del teléfono, de que salgo con frecuencia y trato de repetir trayectos, no tengo un gramo de orientación, sobre todo para llegar a aquellos lugares que no se encuentran sobre una avenida o cuyo camino es ligeramente complicado. La mayoría de las veces acabo un tanto asoleada, adolorida y llegando un tanto tarde a mi destino, a tal grado que una vez que trabajé para una evaluación, donde la base de operaciones y el plantel mismo estaban separados, encontré el modo de perderme cada vez que iba de un punto a otro o de regreso a mi casa durante tres días.

Todos tenemos una debilidad, algo para lo que necesitamos ayuda aunque en ocasiones nos cueste trabajo admitirlo, León Tolstoi escribía de un modo tan espantoso que solo su esposa le entendía a su letra. Ray Bradbury jamás aprendió a manejar. Vadimir Nabokov aceptaba que era un genio escribiendo y un incompetente para hablar en público por lo que siempre llevaba sus tarjetas para leerlas en las entrevistas; y eso que estoy hablando de genios literarios. ¿Qué será del resto?

No insinúo que debemos ser sobresalientes en todas las actividades que emprendamos, pero sí en que debemos conseguir un grado de aceptabilidad que nos brinde cierta independencia y que preserve nuestra integridad evitando, por ejemplo, que quememos la cocina al guisar o que nos cercenemos los dedos cada vez que usamos unas tijeras. Tal vez la práctica y perderle el miedo nos puede ayudar a sortear lo mejor posible aquello que se nos complica pero considero que lo más sensato y humilde que podemos hacer es reconocer nuestras deficiencias para manejarlas de la mejor manera posible.

En mi caso trato de salir temprano y de estudiar el mapa antes de salir pero aun así muchas veces opto por subirme a un taxi o llamar para que me orienten o recojan, porque ahí está el verdadero secreto: en pedir ayuda cuando es necesario y brindársela a los demás sin subestimarlos por ello creo que la imposibilidad de hacerlo es la única debilidad insuperable.