Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

No hay ni uno

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(Foto: Especial)
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Cada mañana hay personas que desearían estar rodeadas de amor, ambiente limpio, entorno emocional sano y una serie de actitudes derivadas lejanas a la mentira, la envidia o las calumnias. A cambio de ello te rodea una alharaca haciendo recuentos de lo que robo el ex-gobernador Moreira, la culpabilidad de su hermano en la muerte del hijo, la presunta colusión con criminales a los que les lava dinero y todas las implicaciones que como dominó se vendrían sobre México y sus casi 120 millones de personas si de verdad se prueba que parte de tales recursos fueron a campañas políticas.

Pero si volteamos a otros puntos cardinales, encontramos a gobernadores, presidentes municipales, empresarios resentidos, curas ambiciosos y pseudo guías espirituales que hacen de “su grey” una fuente constante de ganancias. Y saliendo de las fronteras las cosas no están mejor: la responsable del Fondo Monetario Internacional está bajo sospecha desde que era funcionaria en Francia; un precandidato a la presidencia de los Estados Unidos, difunde ideas de odio; los amantes del dinero combinado con la sangre defienden la industria armamentista.

De pronto nos llega una suerte de bocanada de oxigeno, cuando sabemos de organizaciones que salvan niños migrantes de la crueldad de los campamentos y otros que buscan la forma de alimentarlos para evitar que mueran de hambre, aunque luego descubras que eran pederastas o traficantes de personas y viene a mi mente el canto de un antiguo rey: “El necio ha dicho en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, han cometido hechos abominables; no hay quien haga el bien”[1]. ¿Qué diferencia podemos encontrar entre la humanidad civilizada del siglo XXI después de Cristo y lo que escribieron de este personaje Mateo y Marcos hace veinte siglos? ¿En que ha evolucionado “el corazón y los pensamientos del hombre? ¿Tenemos hoy el mismo porcentaje de homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias?[2]

Los documentos[3] que guían el comportamiento de la feligresía en las tres religiones monoteístas de mayor relevancia en la actualidad —cristianismo, judaísmo e islamismo— relatan que luego de haber creado al ser humano Dios buscó a los justos y no encontró ni uno y, como lo corroboraremos en unos cuantos días, habrá manifestaciones colectivas de aceptación del pecado y la imperfección —sobre todo si se toma en cuenta el perfil político del pontífice católico que habrá de visitarnos—; pero si estuviéramos en la posibilidad de conocer la entraña de cada individuo, encontraríamos millones de réplicas como la del fariseo y el publicano, cuando el primero daba gracias a Dios por ser tan bueno, justo y libre de culpa, en tanto que el segundo con arrepentimiento solicitaba de Dios la justificación[4].

En el ejercicio litigioso es común encontrar hermanos capaces de difamar al otro por una herencia; parientes llenos de envidia dispuestos a corromper sobrinos; personajes irresponsables que viven como ricos pero no pagan la renta ni la letra del coche. Instituciones de crédito cuyo “sistema le carga interés por 88 pesos de saldo aun cuando Usted sea un cliente de más media centuria que mes con mes paga sus deuda por adelantado. ¿Dónde queda ya no digamos el humanismo sino el simple sentido común cuando a una joven obrera el sistema de tributación le fija un adeudo millonario derivado de la suplantación de su identidad? ¿Cuándo se ha actuado en contra de líderes de ambulantes y sus cómplices en el sector público? Contra todo programa para evitar la obesidad, son los puestos de comida en las calles, afuera de las escuelas y a la salida de los hospitales. ¿A qué grado está la complicidad que desde el jefe de la ciudad hasta el inspector de calle parecen ciegos?

Por supuesto no exageremos una culpabilidad en buena medida implantada, los chismosos adictos al escándalo existían ya desde hace veinte siglos. Señalar a una señora del espectáculo, más que una sospecha judicial es un zape de la empresa que le ha encumbrado por intentar salirse del huacal; y aquí valdría lo que Jesús de Nazaret les dijo a los acusadores de la adultera: “el que esté libre de culpa que lance la primera piedra”.

Mi abuelo, revolucionario zapatista, me repetía cuando yo estudiaba la licenciatura en derecho, “no te va a faltar trabajo porque todos son unos inútiles, se desvían, no vas a encontrar ni siquiera uno bueno”. Y sí, como digo yo, “esto es el mundo no el paraíso” motivo por el cual a falta de una suerte de ángel que nunca peque, lo que procedería es perdonar y esto de ninguna manera es sinónimo de impunidad; tú puedes perdonar a tu ex-cónyuge en aras de la buena relación para con tu hijo y tal vez hasta perdones al familiar cercano que te causó —a ti o a tu vástago— un daño mayúsculo, aun cuando por prudencia prefieras no estar cerca de dicha persona que quizá tramposamente estaría dispuesta a mandarte a la cárcel un fin de semana o encerrarte en una sanatorio de por vida.

Más allá de la aplicación del castigo que impone la regla jurídica, perdonar es una decisión personal de no guardar rencor en contra de quien te ha dañado y si bien esto no te hace completamente limpio de culpa, sí te permite experimentar el amor, la misericordia y hasta la gracia —divina si tienes esa fe o del universo— si estás inmerso en este rescate de los ritos y mitologías simples de sociedades antiguas.

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[1] Salmo 14:1.
[2] Evangelio de Mateo 15:19 y el de Marcos 7:21,22.
[3] La Tora, La Biblia y el Corán.
[4] La Biblia Marcos 10:17-18.