Entre caminantes te veas

EL BREVE ESPACIO

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En aquel magnifico palacio en el que los caprichos dictaban las tendencias de la decoración cada día, Rebeca era la reina. Todo giraba al ritmo que su dedo índice lo indicaba. Por supuesto, el motor de todo aquel movimiento eran los billetes que salían con rapidez del cajón de su buró y que podían pagar los muros ligeramente violetas y la chimenea con paredes recubiertas de caoba. La alfombra de lujo y las cortinas persas. Las lámparas de lágrimas y el jardín nuevo con apariencia de área verde inglesa y milenaria. Dos sirvientas, un marido, un perro fino abandonado en el patio de lavadoras –porque ensucia la alfombra fina- y un guardarropa cada vez más atiborrado de ropa fina…el paraíso.

Noticia-2985-notageninfidelidadLe agradaba invitar a sus amigas a jugar canasta los viernes en la tarde, a sus vecinas las hacía pasar a tomar una taza de buen café,  a los amigos de su marido les preparaba platillos deliciosos que acompañaban con una buena copa de vino…y todos salían maravillados por la suntuosidad de aquel palacio en el que cada detalle denotaba riqueza, buen gusto y confort.

Los viernes en la noche frecuentaba el mismo restaurante para cenar con su esposo, después caminaban por las calles adoquinadas sonrientes y tomados de la mano. En el auto la música suave acariciaba los oídos y el motor de ingeniería avanzada cooperaba con su silenciosa marcha haciendo juego con el silencio de ambos, con la sonrisa ausente y la falta de interés. Lo que en público es blanco, a solas suele ser negro, más negro que la noche.

Cuando la madrugada llegaba y el silencio de aquella casa lo invadía todo, despertaba sudorosa y temblando buscando el cuerpo de su amado junto a ella, pero solamente encontraba  el espacio vacío en la cama. No necesitaba levantarse para comprobar que el motor silencioso del auto había sido puesto nuevamente en marcha con un destino femenino evidente. Y sin embargo lo hacía, dejaba la cama para caminar por esos pisos de madera fina y pasillos decorados con pinturas originales que destacaban su excelente tino para la decoración tan solo para mirar por la ventana y comprobar que el garaje estaba vacío.

El sillón mullido la esperaba como cada noche para cobijar sus lágrimas, mientras ella encendía un cigarrillo tras otro. Tenía el dinero suficiente como para pagar amigos, marido y palacio pero no para tener un cariño sincero que mitigara su soledad cada vez más profunda. Y desbocaba su llanto a sabiendas de que nadie escuchaba hasta que se quedaba dormida.

Al día siguiente los pasos del infiel la despertaban como siempre. Los gritos rebotaban en los muros, los lamentos volaban por el aire, las lágrimas pendían de los candelabros junto a las cuentas de cristal. Siempre era el mismo final: ella terminaba tirada a sus pies suplicando que no la dejara mientras él se marchaba en silencio con indiferencia.

Entonces el único remedio para mitigar la pena consistía en salir de casa bolso en mano para llenar sus huecos con compras, con lujos, con objetos no necesarios.  Pero antes, debía pasar con su maquillista para que le ayudara a ocultar las ojeras. Rebeca pisa el acelerador hasta el fondo y mientras conduce se perfuma, telefonea a sus amigas, hace citas y sonríe. Necesita esas cosas triviales para sentirse bien otra vez. Pero no lo consigue. En vez de eso las lágrimas corren por su rostro mientras en el radio comienza a sonar “El breve espacio…”: la prefiero compartida antes de vaciar mi vida…”  Cuánto vacío puede soportar una persona ¿dónde venden la felicidad?