Ecos de Mi Onda

Galleta china

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Los encuentros como oportunidad de socialización a futuro, sin galleta china de la suerte.

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A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo.

Jean de la Fontaine (1621-1695)

La paloma negra, una de esas que abundan en las plazas de Guanajuato y que a él le parecían carroñeras, siempre picoteando el suelo en busca de tragar lo que fuera, tenía una pata lisiada y caminaba con dificultad. Sin embargo, observó con curiosidad cuando un niño se le acercó para tratar de tomarla entre sus manos y la paloma pudo con agilidad sortearlo, levantar el vuelo y posarse en una zona alejada de la amenaza infantil que trataba de capturarla. Este hecho aparentemente sin importancia le pareció simbólico, estaba dolido, muy desanimado, pero claro que podría volar de nuevo si con verdadera fuerza de voluntad se lo proponía, él era mucho más que esa paloma lisiada, caviló tratando de persuadirse. Tenía problemas, graves problemas, lo agobiaba pensar en el resultado inminente sobre el monto mensual que tendría que pasarle a su ahora ex-mujer, después del doloroso juicio de divorcio, por incompatibilidad de caracteres, que acababa de perder. Todavía no se había definido la cifra, pero en forma por demás pesimista intuía que sería una suma irritantemente elevada e injusta. Sin embargo le abrumaba más la soledad que vivía tras la separación y que llegar a casa y encontrarla sola, sin un alma con quien entablar siquiera una simple conversación, le parecía un castigo inmerecido. No le gustaba mostrar sus emociones y trataba siempre de dar la impresión de estar ecuánime, pero en el fondo sentía que estaba a punto de explotar y con el alma agitada se adjudicaba a sí mismo, al menos, el derecho de reclamarle airadamente a Dios en su interior.

No era una persona a la que le gustara la soledad, nunca la había sentido, pues no se puede llamar soledad a disfrutar solitario la lectura del diario matutino los sábados y domingos que no iba a trabajar. Pero ahora, solo en su recámara, se arrepentía de haber permitido que la vida social en los últimos años, hubiese girado casi exclusivamente alrededor de la familia de quien fuera su mujer, los paseos, las vacaciones en la playa, las parrandas de fines de semana, los aniversarios, los festejos de Navidad y de fin de año, los partidos de futbol, los gritos del 16 de septiembre, pues ahora, con la separación, todos esos familiares y amigos, que constituyeron su núcleo colectivo sencillamente lo abandonaron, no hubo uno solo que le diera la razón en las discusiones de los problemas que ya se venían arrastrando desde tiempo atrás en su matrimonio. Le pesaba entonces haberse desapegado tanto de su familia, de sus papás y hermanos, de sus primos. Lamentaba profundamente no haber frecuentado por tan largo tiempo a sus amistades de soltero, y por eso, le pareció una verdadera bendición la llamada de Marcos desde León, invitándolo a la comida de ex-alumnos de la secundaria. Eran apenas siete compañeros de generación –le puntualizó Marcos– quienes acordaban reunirse a comer en un restaurante buffet de comida oriental, cada segundo sábado de mes; sin embargo, siete personas para su situación resultaba una multitud reconfortante. Quería a su mujer, quien aparentando serenidad le expresaba que ya sólo se soportaban por costumbre; pero a él le dolía mucho el divorcio y le parecía vano guardar cierta esperanza de que finalmente ella recapacitara y volviera a su lado.

Estacionó el auto, se miró en el espejo retrovisor para ver si estaba bien peinado y salió con ciertas dudas de entrar al restaurante convenido, pero venció la resistencia y se animó a sí mismo, alentado por la idea de que le haría bien pasar un rato con los amigos. En el recibidor del restaurante se percató que previamente tenía que hacer fila para pagar la cuenta y había cuatro personas ya formadas frente a la caja. Cuando se disponía a pagar, sintió un piquete en el costado derecho y al voltear no vio a nadie, volteó a la izquierda y se topó con la sonrisa de Iván que burlonamente gozaba de la finta con la que lo había engañado. Siempre caía en la broma, desde que eran estudiantes, pero en esta ocasión hasta le pareció graciosa y saludó de buen grado a Iván. Pagaron y entraron al amplísimo salón buscando una mesa desde donde resultaran fácilmente visibles a los compañeros que fueran llegando, lo que así sucedió, pues en pocos minutos ya estaban congregados y platicaban animadamente sobre temas diversos, tratando de revivir aquella ligereza nostálgica de los años de la adolescencia, el acné en el rostro, las miradas furtivas y el cigarrillo para tratar de impresionar a las muchachas, las bromas pesada, los balbuceos y el rostro colorado en la primera cita. Felipe estaba disfrutando de una reunión agradable.

Valeria estaba pensativa, ya tenía más de dos semanas en Guanajuato, donde había decidido pasar unas vacaciones después de un largo, muy largo período de ausencia. Su hija se había quedado en Chicago debido a sus estudios de violín en el conservatorio, pero había sido ella quien la había animado a que viajara a México para visitar a sus familiares. La reciente separación después más de veinte años de matrimonio la marchitaba, a pesar de que Guanajuato le devolvía una fracción de ánimo y si bien un tanto forzada, tenía que dibujar en el rostro una sonrisa al platicar con su hermana. La pasearon por San Miguel de Allende, fueron de compras a León e Irapuato, caminaron por los callejones, jardines y plazas, visitaron a las antiguas amistades, la pasaba bien, tranquila, pero por las noches se le dificultaba dormir y se desvelaba navegando en el Facebook, buscando sin saber que buscar, pero fue precisamente revisando las publicaciones del día y curioseando en Personas que quizá conozcas, cuando lo vio, era su primer novio ya cuarentón –un poco cachetón y canoso– pensó sonriendo o sonrió pensando ¿y qué tal si le hablaba? No seguramente estaba casado y la llamada podría provocarle algún problema. No pudo evitarlo, buscó en el directorio telefónico y dio con el nombre y registró el número en su celular. Esa noche durmió inquieta, tuvo un sueño del que no se acordaba, pero tenía que ver con la sufrida infidelidad y al despertar experimentó la sensación de que merecía ser feliz, no sabía cómo pero la nueva misión sería dejar de lamentarse e inventar una vida nueva.

Se trataba sólo de platicar, solamente eso, recordar las anécdotas de aquella relación juvenil que recordaba con afecto ¿Por qué no? Pero prefirió ser prudente y no usar el celular, eso dejaría un número registrado, las esposas tienen un sexto sentido, siempre sospechan –pensó– así que decidió llamarlo por un teléfono público. Su hermana se extrañó de que saliera sola, pero al verla animada se alegró y la despidió sonriendo. Había considerado que sería mejor llamarlo por la tarde, tal vez por una mayor probabilidad de encontrarlo después del regreso del trabajo, así que salió de la casa como a las siete de la tarde, una tarde fría de finales de otoño y la lluvia menuda le hizo llevar un paraguas. Encontró un teléfono público en el Jardín de la Unión, marcó y esperó escuchando el timbre al otro lado de la línea, pero no hubo respuesta. Volvió a marcar dos veces y en ambas ocurrió nuevamente lo mismo.

Cuando pagaron la cuenta, el mesero les llevó las galletitas de la suerte que suelen distribuir en algunos restaurantes orientales. Felipe desdobló el papel celofán y el papelito con el mensaje –Una persona querida que no has visto en mucho tiempo te dará amor y felicidad. Espérala mañana– leyó. ¡Bah! Puras tonterías. ¿Sabían que las fortune cookie no son de China?– preguntó Adrián –Las inventó un japonés en San Francisco como una idea mercadotécnica– se contestó a sí mismo el siempre erudito y sabelotodo compañero, con muy poco efecto ya que a nadie pareció interesarle el comentario, pues siguieron charlando emocionados sobre el juego del León contra los Tigres del sábado por la noche.

Se despidió de los amigos, había pasado una larga y amena reunión que lo hizo sentirse confortado. Manejó distendido oyendo un disco compacto de José José y llegó a Guanajuato como a las ocho, se preparó un té de manzanilla, ojeó el periódico, encendió el televisor y dormitando recordó las palabras en el mensaje de la galleta –Una persona querida a la que no he visto en mucho tiempo, vaya ¿Quién podría ser?– No se percató que tenía varias llamadas perdidas. Despertó con el mensaje dándole vueltas en la cabeza –Espérala mañana ¿y qué tal que fuera cierto?, pero ¿a quién quiero que no haya visto desde hace mucho tiempo?– se dejaba llevar por la fantasía, porque era solamente eso, una complaciente fantasía entre las sábanas de la somnolencia matutina. Era sábado y se levantó tarde, se preparó el desayuno y salió a comprar el periódico, gastó el tiempo en leerlo de cabo a rabo, en prender y apagar el televisor, en abrir y cerrar La Peste de Albert Camus que le habían recomendado y que no había avanzado más allá de cinco páginas.

Al abrir la puerta sintió algo de frío, se ajustó la bufanda y abrió el paraguas para protegerse de la leve llovizna. No tenía idea de adonde ir, caminó sin rumbo por los callejones de Guanajuato y de pronto se encontró en la plazuela de San Roque; con el corazón ensimismado se sentó en las bancas frente al templo y estuvo buen rato mirando pasar a la gente, mujeres, niños, ancianos, familias, parejas. Sintió soledad, ganas de llorar por dentro. Siguió caminando con la cabeza baja, sin sentir que se mojaba con la lluvia, era tal el grado de ensimismamiento. Bajó por el jardín Reforma y al dar vuelta hacia la calle Hidalgo casi chocan frontalmente.

Tratando de esquivarla, Felipe perdió el equilibrio y cayó de rodillas en la banqueta. Valeria se sintió culpable y trató de ayudarle a levantarse, pero con tan mala suerte que le pegó en la cabeza con el paraguas. Apenada no atinaba la forma de salir del trance y se le ocurrió invitarle un café –Aquí en San Fernando hay una cafetería, venga conmigo por favor, sirve que descansa y se ajusta la ropa, por favor, por favor acepte– Felipe la miró toda perturbada y sonriéndole se condolió sinceramente. Yo me llamo Felipe– le dijo –Yo soy Valeria, me da mucho gusto conocerte, aunque la ocasión no haya sido la más afortunada– sonrió de buen grado –discúlpame. Y así, hilvanando una conversación caminaron hacia la cafetería.

Está visto que las galletitas chinas de la suerte, no son buenas para pronosticar el futuro.