Entre caminantes te veas

La loca de las palabras

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De como las palabras se vuelven mariposas cuando las olvidamos.

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Un día, decidió dejar de amar a los hombres y se dedicó a amar las letras. Al menos ellas eran fieles, no la abandonaban jamás ni la lastimaban, y en los días de mayor tristeza y frustración la alimentaban acariciando sus ansiedades y zigzagueando melosas como un gato cariñoso entre sus dedos al escribir.

En una habitación de su casa, tenía guardadas en frascos de distintos tamaños y grosores palabras de todo tipo: para el amor, para el odio, para la alegría, para el espíritu, para la tristeza…y cuando necesitaba de ellas, agitaba el bote cristalino y las vertía sobre la mesa saboreando cada uno de sus sonidos.

La llamábamos la loca de las letras porque en su casa habitaban en cada rincón, en cada maceta, colgadas de las lámparas y aprisionadas entre los barrotes de las ventanas. Ella misma las llevaba al cuello, pendiendo de sus orejas, en la ropa y hasta en el cabello. Sin embargo, a pesar de su aparente locura, no había una sonrisa más diáfana y luminosa que la de ella.

Podíamos verla a través de la ventana bailando al tararear sílabas, gozaba repitiendo versos y hacía nacer cada minuto palabras nuevas a las que enseguida les daba un lugar. Se acercaba despacio, les susurraba cosas al oído y luego escribía con frenesí inspirada en ellas.

Muy poca gente comprendía sus historias, pero quienes lograban hacerlo, encontraban el secreto de la vida entre las frases y quedaban prendados de su encanto por siempre, como si hubiesen sido víctimas de un hechizo fatal.

Como por arte de magia, y como si todo conspirara a su favor, en su jardín siempre había mariposas revoloteando de aquí para allá llenándolo todo de color mientras ella, desde su mesa, observaba y escribía repleta de ensoñación.

Todos en el Barrio la recordamos como si fuera parte de una de esas leyendas que cubren de magia la Ciudad. Una tarde, la loca decidió tejer una manta formando en ella palabras que hablaran de sueños. Mucha gente se burló, otros la miraron con lástima, solamente los niños la miraban llenos de esperanza  mientras ella tejía afanosamente sin parar fingiendo que no se daba cuenta, o quizás sí lo hacía pero no le importaba. Cuando se le terminó la lana azul cielo, siguió con el azul índigo y luego con el marino mientras las letras blancas iban tomando forma entre lazada y puntada.

Finalmente, una tarde decidió que su obra estuvo terminada. Se envolvió en su manta de azules como si de una santa se tratara y echó a andar a la calle sin regresar jamás. Su casa permanece desde entonces vacía de su luz, pero repleta de su espíritu. A veces, se ven mariposas revoloteando en su interior,  nadie comprende cómo hicieron para entrar ahí y seguir con vida, pero dicen los niños que en realidad son las palabras que se quedaron  abandonadas y están tratando de escapar para volar a la vida real.

Las letras en las macetas se empiezan a marchitar y todos nos preguntamos si alguna vez ella volverá. Quizás algún día, la veremos llegar caminando con sus pasos delicados y lentos para volver a abrir la reja e iluminar de nuevo el jardín con su inquieto espíritu creador. Mientras tanto, permanecemos mudos, quietos, sin ganas.

Porque aquella loca de las palabras era, sin que lo hubiéramos advertido a tiempo, la luz que hacía de nuestras vidas algo especial. El ángel que nos mantenía cerca del cielo teniendo los pies en la tierra. Representaba la mano que nos volvía a parir a través de la tinta otorgándole a nuestra gris existencia historias llenas de aventura y amor. Hasta hoy, nadie ha venido a habitar su casa vacía, ninguna persona ha reportado su desaparición. Simplemente estamos atentos al camino esperando el milagro de su regreso, pues la loca de las palabras no tenía más familia y compañía que esas letras que aguardaban cabizbajas un retorno que probablemente nunca podría realizarse porque tal vez ella ya era parte de ese viento que desde su desaparición pasaba rozando los rostros de todos susurrando palabras ininteligibles pero que al ser escuchadas acariciaban el corazón.