Ecos de Mi Onda

Las Dimensiones del Infierno

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Muchos dicen que el infierno significa la ausencia de Dios en este mundo, de violencia, injusticia, egoísmo, maldad humana. Si es así, dándole un giro, podemos entonces construir un paraíso.

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¡Y ved cómo ahora soy castigado! El infierno no guarda terrores para mí. Ésta es mi condición.

James Joyce (en Ulises)

 

Para los seres humanos la muerte comprende de manera subrayada, la incertidumbre de lo que pasará después de ese trance ineludible, sobre lo que se han realizado numerosas conjeturas a fin de construir las bases de hipótesis aceptables. Para muchos individuos existe la extensión de la vida humana, el más allá, que frecuentemente se ha visto relacionado con las acciones y omisiones llevadas a cabo durante la existencia, la actitud y conducta mostrada frente a los acontecimientos, con referencia a códigos morales que se han postulado desde la antigüedad y que perfilan el bien y el mal. Así, más que hipótesis derivadas del intelecto, se cuenta con percepciones subjetivas que se han extendido hacia la conciencia colectiva, o quizá sea al contrario, la presencia en el tiempo de una conciencia colectiva que ha dado lugar a percepciones subjetivas sobre lo que puede ocurrir después de la muerte. De esta forma, los seres humanos incluso han tendido a agruparse de acuerdo a las diversas ideologías, que ofrecen tanto una descripción detallada acerca del más allá, como el marco esperanzador de una promisoria existencia de felicidad, para quienes cumplen debidamente determinadas reglas morales de vida.

Así pues, a través del tiempo se fueron tejiendo todo un conjunto de ritos, mediante los cuales las distintas culturas de la humanidad percibían y trataban de interpretar los espacios alternos al terrenal, con ceremoniales que eran realizados tras el fallecimiento de un individuo, ocurrido por determinadas circunstancias. Entonces el cuerpo inerme, ya en proceso de descomposición, era preparado para un viaje cósmico hacia confines que le pertenecían a un cuadro alegórico, el cual se había definido previamente de forma progresiva, a la par del desarrollo de toda otra serie complementaria de conceptos de orden religioso.

Existen muchas versiones acerca del destino de las almas, expresadas en las antiguas religiones y resultan de gran interés las creencias de la mitología egipcia, con la complejidad del Juicio de Osiris. Después de morir, el espíritu del individuo iba al inframundo, la Duat, y mediante una serie de fórmulas, era conducido por el dios Anubis ante el tribunal de Osiris. Anubis extraía el corazón del difunto y lo colocaba en una balanza; el finado era severamente interrogado sobre su vida pasada y de acuerdo a la veracidad de las respuestas, los resultados en la balanza eran positivos o negativos. En el caso de un veredicto negativo, el corazón, o ib, símbolo de conducta moral, era echado a la diosa Ammyt, quien devoraba el corazón en lo que se llamaba la segunda muerte, y el individuo perdía de manera absoluta su calidad de inmortal. En el caso de una sentencia favorable, el ib con su ka y su ba, la fuerza vital y anímica, era reintegrada al cuerpo momificado del difunto, para vivir eternamente en el paraíso egipcio, el Aaru. Toda la complejidad de este conjunto de creencias, era descrita en documentos que indicaban los procedimientos y oraciones para guiarse en el inframundo, como el Libro de las Puertas y el Libro de los Muertos, así como en tratados técnicos por demás interesantes sobre el necesario embalsamiento y momificación para la conservación de los cadáveres.

Para el pueblo judío este mundo significa la antecámara del mundo próximo, que se concretará con la resurrección de la carne en un futuro indeterminado, por lo que en tanto llega ese momento esperado, las almas de todos los muertos, sean buenas o malas, van a parar al Sheol, una especie de sepultura común de la humanidad donde el ser humano no sufre castigos ni alivios, ni tiene conciencia de esta realidad transitoria. La resurrección de los hijos de Israel es el misterio que encubre la idea de que resurgirá el cuerpo humano, a partir del polvo al que fue reducido con la muerte y en Daniel 12:2 se profetiza: 2 Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Lo que nos indica que finalmente la buena conducta en el mundo terreno recibirá recompensas después de la resurrección y por su parte, los malvados serán oprobio. Sin embargo, en la religión judía está extendida la idea de lo inútil de tratar de especular sobre el mundo por venir, pues el mundo por venir es inconcebible.

La religión cristiana asume también la idea de la resurrección, pero la relaciona directamente con la segunda venida de Cristo y el evangelista Mateo describe este momento de manera interesante, alrededor de la doctrina cristiana, resumida en el acto de amar al prójimo como a sí mismo, incluido el enemigo del que se ha recibido daño. Así, en Mateo 25 se ofrece un cuadro del Juicio Final, con el Hijo del Hombre sentado en un trono de gloria, quien separará a los buenos de los malos, mediante un procedimiento sencillo: el reino de Dios será para aquellos que al ver a Jesús hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o preso, le dieron de comer y de beber, lo asilaron, lo vistieron y lo visitaron ¿Cuándo hicimos eso Señor, si nunca te vimos? preguntarán sorprendidas las almas buenas. Jesús responderá: en cuanto lo hicieron a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron. Es entonces sublime pensar que para amar a Dios es condición necesaria hacerlo a través de amar al hermano, entendido esto como vivir al pendiente de las necesidades del prójimo. El malvado, el egoísta que es no sólo indiferente a las condiciones de quienes le rodean, sino que incluso es capaz de ejercer violencia sobre ellos, irá entonces al castigo eterno.

Sin embargo, a diferencia de la fe judía, los cristianos creen en un período de transición que inicia inmediatamente después de la muerte y perdurará hasta el Juicio Final, en el que el destino de las almas está condicionado por la conducta que los seres humanos llevaron en vida y en la que las buenas obras terrenales reciben la recompensa del cielo y los actos de maldad se castigan con el infierno, existiendo además el purgatorio, para aquellas almas que requieren purificarse por pecados susceptibles de ser perdonados por Dios, mediante un período temporal de penalidades. En este punto se generó el concepto de indulgencias, una forma de perdón anticipado de culpas, concedido por la iglesia, y obtenido mediante la realización de obras piadosas y actos de devoción. Sin embargo, esto llevó a generar momentos álgidos en la iglesia católica, debido a la venta de indulgencias, es decir, a la compra del perdón de los pecados por medio del dinero, lo que provocó la rebeldía de Martín Lutero y el surgimiento de la Reforma del siglo XVI.

La Divina Comedia, escrita por Dante Alighieri entre 1304 y 1321, describe en su primera parte al infierno, que visita descendiendo de la mano del poeta Virgilio, como un cono invertido con nueve círculos, en los que se alojaban las almas condenadas de acuerdo a la gravedad de los pecados cometidos, con Lucifer habitando el círculo inferior, prácticamente en el centro de la Tierra. La obra se completaba con las descripciones del Purgatorio, conducido también por Virgilio, y del Paraíso, guiado por la joven idealizada Beatriz, símbolo de la fe y de la protección celestial. En 1480 Sandro Botticelli pintó con lujo de detalles el llamado Mapa del Infierno, concebido a través de las reseñas de Dante, trazando los nueve círculos con los pecadores y castigos correspondientes, partiendo del primer círculo o limbo, que aloja en un ambiente gris de tristeza, a las almas paganas que en vida tuvieron nobleza. Luego descendiendo en los niveles, se encuentran progresivamente a los lujuriosos, golosos, avariciosos, iracundos y perezosos, herejes, violentos (torturadores, criminales, suicidas, genocidas, blasfemos, sodomitas, usureros), defraudadores, farsantes, aduladores, estafadores, adivinos, con los codiciosos y traidores en el noveno y último círculo en el que habita el mismo Lucifer.

Hacia 1588, Galileo Galilei, entonces un joven de veintitrés años, angustiado por no encontrar un trabajo de importancia, recibió una extraña invitación por parte de la Academia de Florencia, gracias al apoyo de un marqués florentino: presentar una ponencia sobre las dimensiones del infierno, con base en la información contenida en la Comedia de Dante, considerada por ese tiempo como de inspiración divina, tema que no era novedoso y que ya había sido tratado por varios teólogos y filósofos. Sin embargo, en esta ocasión se trataba de analizar los razonamientos presentados desde el punto de vista de lo que hoy conocemos como Ciencias Naturales y Exactas.

No muy convencido, pero decidido a brindar una exposición interesante que le abriera posibilidades laborales en el campo académico de Toscana, aportó una serie impresionante de datos entresacados de la Divina Comedia, utilizando diversas especulaciones matemáticas calculó que Lucifer mediría aproximadamente 183 metros, y a partir de ciertas relaciones de tamaño, fue sustentando la certeza de la figura de cono invertido del infierno y las medidas de una enorme cúpula sobre el primer nivel, así como de los niveles restantes bajo la superficie, con la punta en el centro de la Tierra. La charla resultó tan convincente y exitosa, que en poco tiempo Galileo ocupó una plaza de profesor de matemáticas en la Universidad de Pisa. El físico matemático sabía que fingía, sin embargo, de esas especulaciones para él evidentemente erróneas, entresacó razonamientos que dieron origen a la Teoría de la Escala para el estudio de la resistencia mecánica de las estructuras.

Para creyentes de muchas religiones, el infierno se concibe como el vacío de Dios en este mundo, es decir, la falta de amor, paz, justicia y equilibrio, lo que significa por consiguiente, que reina la maldad, con su violencia, egoísmo, arbitrariedad y caos. Si es así, actualmente las dimensiones del infierno parecerían extenderse por lo tanto, a todo el mundo. Pero debemos demostrar que ese cálculo es también erróneo, pues no se ha considerado que si se logra sumar las resistencias dispersas de la bondad humana, la fortaleza de la estructura del bien puede superar con mucho la estructura codiciosa y perversa de los malvados.