El Laberinto

Un dolor

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Para Angie, por la vergüenza del camión

Disculpen ustedes el tema tan introspectivo, es resultado del mismo dolor que no me permite ver hacia afuera, o no del modo adecuado así que por esta ocasión, espero excepcional porque si no ya contemplo la opción de estrellar la cabeza contra un muro, hablaré del mismo en vez de canalizar el odio a la humanidad que me genera en frases contra algo o alguien.

Desde adolescente, la preocupación me hace apretar un lado de la mandíbula mientras duermo y si la situación se torna intensa también al estar despierta, en esos primeros años solo se manifestaba con crujidos más bien cómicos que desconcertaban a mis amigas cuando después de un sonoro ¡POP! mi paleta seguía tan entera como había entrado a mi boca.

Otro episodio memorable de mi frágil quijada ocurrió cuando por una muela picada terminé en el dentista sometida a un largo procedimiento de asesinato de un nervio, endodoncia le llaman, que me generó por causa de las horas con la boca abierta que ésta después decidiera quedarse casi cerrada por una temporada, en la que además recuerdo hubo una reunión familiar donde solo me tocó contemplar como el resto mordía con gula los costillares asados mientras yo comía tristes taquitos de guacamole.

Al igual que casi todos los problemas de verdad, este creció y se complejizó junto conmigo, derivando a malestares que incluyen, además de los chasquidos o la clausura temporal del esplendor de apertura en mi boquita, dolor de oído, garganta, ojo, dientes, encías, nariz y cabeza, acompañado claro está, de un estado inestable, explosivo, llorón y desconcentrado que algún día hará que, con justa razón, alguien no muy familiarizado con estas miserias me mande sin escalas a la chingada. Aunque me queda de consuelo pensar que justo me encuentro en ese lugar desde el momento en el que me empieza un episodio de estos, por lo que no tendría que transportarme.

Esta última crisis vino acompañada con una adición a mi cuadro que ya era apantallante de por sí:  los dolores punzantes repentinos, que se manifiestan cuando creo que ya pasó lo peor y que se sienten como me imagino yo, ya que en verdad no tengo ganas de comprobarlo, se siente recibir una certera puñalada en el ojo, que en este caso me sorprendió viajando en el transporte público con una amiga que tuvo que darme unas pastillas (el dolor es tan desesperado que no preguntas ni que son) y escucharme llorar a gritos hasta que el malestar cedió un poco.

De ahí comenzó una escalada de analgésicos diversos, algunos prescritos hasta para fracturas, con el afán de sentir un poco de calma, parecía que estaba cazando moscas con un cañón, pero que además no lograban acertar en el objetivo, pues me pasé la noche casi sin pegar ojo y la jornada laboral en un estado deplorable. Y en este momento en el que por fin la pastilla que me dio mi hermano está haciendo efecto, me ha dado por reflexionar un poco sobre el dolor.

Sentir, no solo dolor, es la experiencia más personal imaginable, aunque todos tengamos un cuerpo similar y un lenguaje común para expresarnos, nadie nunca podrá experimentar en su piel lo que nosotros sentimos en la nuestra, no importa que sea la misma enfermedad, la misma edad, el mismo estímulo. Lo malo aquí es que con el apremio que genera, nos torna antipáticos, pateamos a los que quieren ayudarnos y de pronto puedes llegar a sentirte solo e incomprendido.

El dolor te hace anclarte en el momento, no existe nada más que un punzante aquí y ahora que exige ser resuelto, que no da lugar para más en el mundo, te deja ciego y te centra en ti. Supongo que esta característica hace que muchos busquemos voluntariamente el dolor como experiencia  o incluso como alivio a otro tipo de dolores no físicos.

También es parte de un algo más, de un proceso que no siempre es negativo como un parto, la señal de que algo está mal  o de que puede estarlo e incluso a veces tiene que llegar a sus últimas consecuencias para terminar o está ahí para protegernos de males mayores. Más que pensar entonces en la molestia, deberíamos entonces centrarnos en sus causas para darles remedio o en sus finalidades para darles sentido. Y sobre todo ser tolerantes, gracias a todos los que lo han sido conmigo en estos días negros.