Ecos de Mi Onda

Érase una vez en Guanajuato

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Toda reforma impuesta por la violencia no corregirá nada el mal: el buen juicio no necesita de la violencia.

Leon Tolstoi (1828-1910)

Se atribuye a San Agustín de Hipona (354-430), doctor de la iglesia Católica, la frase Cuida el orden para que el orden te cuide a ti, y cuando hablamos del orden nos podemos referir tanto a una condición individual o colectiva, en la cual se establece que un organismo o sistema, está sano y trabaja correctamente de manera integral, en la función que le corresponde desempeñar.

A través de la historia, los seres humanos fueron considerando ventajoso unirse en colectividades para llevar a cabo sus actividades cotidianas de supervivencia y desarrollo cultural, encontrando territorios que ofrecían características favorables para el asentamiento humano, donde paulatinamente fueron estructurando comunidades organizadas, derivando en pueblos y ciudades consolidadas. La dinámica social al interior pronto dio lugar asimismo, a individuos y grupos humanos vulnerables, víctimas de actos de abuso por parte de bandos criminales generadores de violencia, e imposición de condiciones de supremacía, para lo cual entonces se tuvieron que organizar grupos de defensa de intereses y configurar un marco jurídico para legitimar esta defensa a través de cauces normativos.

Desde una perspectiva espiritual ligada a procesos intelectuales de asimilación y comprensión, los seres humanos advertían la importancia de los valores o virtudes, como componentes del individuo que se trasladaba hacia los colectivos organizados y que señalaban las conductas personales que se podían designar como correctas, y que se iban constituyendo como reglas de convivencia en las relaciones humanas. Así pues en una persona se destacaba la honestidad, la generosidad, el respeto, el agradecimiento, la solidaridad, la sinceridad, la lealtad, la compasión, la tolerancia, la paz, entre otros, que en su conjunto revestían a una persona de dignidad, con alta estima al interior de la sociedad y en las interacciones comunitarias. La cara opuesta era señalada para aquellas personas que se apartaban de los valores, mostrando violencia, codicia, crueldad, resentimiento, desprecio, soberbia, egoísmo, y cuya conducta les inducía en ocasiones al abuso y actos delictivos, en perjuicio de la sociedad que tenía entonces que aplicar sanciones, dependiendo de la gravedad, desde la muerte, destierro, encarcelamiento o su exclusión de la sociedad, a fin de mantener la convivencia social pacífica.

Con el tiempo se fueron organizando las entidades policiacas, responsables exclusivos de la función de sometimiento a los infractores, incluso utilizando la violencia, hasta con el uso de las armas en caso de la negación agresiva a someterse al orden. El infractor era llevado ante un jurado por la parte acusadora y un juez dictaba sentencia con relación a la falta cometida. Mediante este proceso punitivo se trataba de mantener a raya, todo vestigio de problemas de desorden delincuencial al interior de los sectores sociales, y mantener así la ley y el orden necesarios para el desarrollo saludable de las actividades humanas, protección de los derechos humanos y la convivencia pacífica. Este propósito funcionaba en tanto los encargados del orden estuvieran investidos de autoridad moral para juzgar y castigar a los criminales, y aun cuando se llegaran a cometer injusticias, éstas fueran consideradas circunstanciales y de proporciones menores, lo que mantenía la dignidad y honra de los cuerpos policiales y de las autoridades judiciales. 

No obstante, en esta especie de reflexión un tanto cuanto coloquial, intento al menos ordenar un poco mis ideas con respecto a la situación actual de violencia desatada que persiste en México y que ha tomado como territorio de acción al estado de Guanajuato, y que parece deslizarse gradualmente a esta ciudad capital, creando condiciones de inseguridad nunca antes vista en el Guanajuato contemporáneo.

Con esta perspectiva, cabe señalar la preocupación, en particular de las clases sociales con menos recursos para defenderse con respecto a la forma arbitraria que se presenta  frecuentemente en la investigación, análisis y dictamen de los casos criminales, afectando injustamente a muchos inocentes, para el beneficio de poderosos intereses individuales y colectivos, mediante el funesto manejo de influencias. Actos que actualmente han sembrado fuertes raíces de corrupción e impunidad en nuestro país y en muchas de las naciones del mundo.

Cuando el gobierno institucional se muestra complaciente y soslaya actos irregulares en beneficio de los grupos criminales, pierde autoridad moral y empieza a formarse una gruesa cadena de impunidad, que impulsa el crecimiento y fortalecimiento de los grupos criminales, y la construcción de un sistema de poderes fácticos, regido por sus propias reglas, al margen de los cauces institucionales. Esto es la llamada delincuencia organizada, que efectivamente, se sabe organizar con mejores procedimientos e infraestructura, que los guardianes del orden institucional, logrando enseguida insertarse en el sistema político, invitando a la complicidad o presionando con amenazas a muchos personajes importantes con influencia en los gobiernos a todos los niveles, incluyendo en especial a elementos estratégicos de las fuerzas del orden público y del ejército.

Estos poderes fácticos generan atmósferas de inseguridad entre los ciudadanos, cobijando a jóvenes que se enganchan en las drogas y laboran en actividades de narcomenudeo, grupos desordenados que realizan actos delincuenciales como asaltos a mano armada, robos domiciliarios, pero que de acuerdo a su virulencia, participan también en delitos mayores, secuestros, trata de personas, violaciones, asesinatos a sueldo, entre otros, al amparo de la delincuencia organizada que los acota cuando lo considera conveniente, eliminando a los elementos estorbosos por soplones, o cuando se desquician por el consumo de drogas.

Me expreso sin datos en la mano, sólo por las tendencias que se observan en muchas zonas del país, y que son evidentes en la actualidad en el estado de Guanajuato, sobre todo con la integración de importantes asociaciones criminales alrededor del huachicol, o robo y venta ilegal de combustibles, que sentaron sus reales en el estado y que en este momento están tratando de ser desarticuladas por las fuerzas federales y estatales, pero que continúan provocando la alza en los índices de asesinatos plenamente intencionales, que todos los días pintan de rojo las páginas de los diarios, creando un clima de inseguridad que atemoriza a los ciudadanos y afecta el flujo normal de sus actividades.

La ciudad de Guanajuato parecía quedar al margen de estas condiciones de criminalidad. Sin embargo, un análisis somero nos permite considerar que las autoridades competentes fueron por varios años indiferentes a las señales que indicaban el despunte de riesgos, y que aún al día de hoy, parecen no ser estimadas en toda su extensión, como factores causales de violencia y criminalidad. Guanajuato es una ciudad turística por definición, que fue fortalecida, además de contar con el encanto urbano arquitectónico de su zona céntrica, clima favorable todo el año, una notable riqueza histórica y cultural, una cartera singular de tradiciones, un atractivo conjunto de edificaciones mineras virreinales, y hasta una confortante zona serrana, pero principalmente por el impulso proporcionado por el Festival Internacional Cervantino, uno de los eventos culturales más importantes, no sólo del país, sino de toda Latinoamérica.

No obstante, tal parece que la estrategia turística ha optado por impulsar y favorecer un tipo de turismo inclinado al consumo de alcohol, dando lugar al establecimiento indiscriminado de bares y cantinas. Es muy diferente proyectar una estrategia turística basada en mostrar a los visitantes toda la gama de los atractivos tangibles e intangibles que adornan a Guanajuato, Patrimonio Cultural de la Humanidad, en la que por supuesto la infraestructura hotelera, así como la calidad de los alimentos y bebidas alcohólicas significan parte fundamental del atractivo turístico, que proyectar una estrategia en la que el objetivo central sea la promoción de diversiones trasnochadas hacinadas en el centro de la ciudad. El mismo jardín de la Unión ya parece una incomprensible plaza Garibaldi.

La sobresaturación de antros legales e ilegales en el centro es preocupante, puesto que es sabido que crean espacios favorables a los narcomenudistas para la oferta de sustancias estimulantes, actividad asociada a la delincuencia organizada. Muchos de estos expendios de ninguna manera cumplen con las normas de seguridad e higiene, jóvenes alcoholizados brincando en terrazas improvisadas, clientes haciendo sus necesidades biológicas en los callejones, acumulación de basura, ruido excesivo y contaminante al aire libre o en salones sin aislamiento reglamentario, extensión irregular de horarios hasta bien entrada la madrugada, molestias terribles para los vecinos que ven notablemente afectado su descanso nocturno, afectando a niños y jóvenes escolares, enfermos, ancianos y trabajadores. Vecinos que parecen verse sospechosamente presionados a salir de la zona centro, privilegiándose los intereses de empresarios corruptos. 

Alrededor de los antros se ha observado asimismo la proliferación de renta de cuartos inseguros, ocupados sólo por unas horas después de las parrandas, así como de puestos callejeros de tacos y otros alimentos de dudosa higiene, con tanques inseguros de gas, acumulación de aceite, suciedad y basura, además de (literalmente) vomitadas de borrachos en los callejones.

Es muy importante que los empresarios serios y responsables de este tipo de negocios, que cumplen con los reglamentos y se conducen por la vía legal, se unan con las autoridades y con los ciudadanos, y conjuntamente señalen lineamientos que se cumplan a cabalidad, cuidando de reducir las posibilidades de venta de sustancias ilegales y de la provocación de violencia. Es imperioso clausurar los antros ilegales y frenar su multiplicación desordenada. De no hacerse esto, las tendencias conducirán a Guanajuato a la explosión de violencia y deterioro sostenido de la zona céntrica. Un ejemplo ilustrativo lo tenemos con la encantadora Zona Rosa de los años setenta en la ciudad de México, podemos ver perfectamente que se tiñó de rojo unos pocos años después. No queremos que eso pase en el hermoso Guanajuato, recordemos la importancia de los valores humanos.