Histomagia

Ojos verdes

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Las historias de fantasmas, muertos y aparecidos que llegan a nuestros oídos, muchas de las veces son increíbles porque presentan situaciones jamás vistas en lo conocido y predominante imaginario social del pensamiento mágico…

No cabe duda que Guanajuato es una fuente inagotable de historias que presentan diversas realidades vividas por personas que incluso ni siquiera tienen acercamiento o apego a alguna religión, las más de las veces dichas personas creen que lo sucedido o acontecido con entes o fantasmas, es una situación fortuita que no los hace especiales ni mucho menos; sin embargo, quienes convivimos a diario con la magia y religión, sabemos que por el hecho de haber tenido esas experiencias han sido elegidos, de alguna u otra manera, por las entidades o muertos que los buscan en su desesperación de manifestarse, ya sea para entregar algo o solamente para hacerse notar, para decir que siguen aquí y que no se irán jamás.

Mi amigo Jesús Zamora me cuenta que cuando era joven y estudiaba en la Escuela Normal en la ciudad de León, vivía solo en una casa antigua situada cerca del Parque Hidalgo. En su entrada la casa tenía corraletas donde alguna vez estuvieron animales de granja, pero que en ese momento fue adaptada para que él viviera ahí. En la parte de atrás de los corrales, hasta el fondo, estaba la casa antigua, que en ese entonces se encontraba deshabitada, así que mi amigo Zamora, cuando llegaba de la escuela, cerraba con candado el portón de la entrada por dentro, como es común, y se disponía a realizar las actividades cotidianas de cualquier estudiante: cenar, estudiar, dormir, pero esa noche, se le fue más el tiempo en estudiar para su próximo examen. Al sentir el cansancio en sus grandes ojos verdes, vio en su reloj que eran ya la una de la mañana. Se metió a la cama y se quedó dormido. Arropado por la oscuridad de esa propiedad tan grande y arrullado por el silencio de la soledad, Zamora me cuenta que lo despertó el sonido de que alguien tocaba el portón con desesperación, sobresaltado y desconcertado por la hora, decidió no abrir, se quedó acostado y pretendió dormir profundamente, necesitaba descansar y quien fuera no le iba a quitar ese privilegio. Los toquidos cesaron en poco tiempo, pero, de pronto, escuchó cómo el candado del portón era retirado, seguido del chirrido del metal de cómo el pasador se deslizaba para poder abrir y entrar. Zamora se levantó de inmediato y fue a ver la entrada, llegó en dos zancadas –atleta al fin– y vio que el portón estaba cerrado por dentro. Es en ese instante que se da cuenta de que era imposible que alguien abriera de afuera, pues la puerta estaba cerrada por dentro con el candado y el pasador bien puestos. Temeroso, retrocede poco a poco sin darle la espalda a la puerta, quiere ver qué es lo que está pasando, y decide ir lentamente a meterse a su cama a -ojalá—ya dormir. Acostado y viendo aún ese portón esperando que no entrara ninguna persona, se quedó dormido. Pero no por mucho tiempo. Zamora me narra que es entonces que lo despierta la sensación de no poder respirar, de sentir arriba de su cuerpo cómo es que el peso de algo se acostaba de apoco comenzando una mayor presión de ese bulto desde sus pies hasta su cabeza. Con sus ojos verdes observó que no estaba nadie encima, buscando explicaciones para él era un sueño del que debería despertar, pero el peso de ese ente y el no poder respirar le recordó que estaba despierto y lúcido, cosa que desde ya tuvo otro significado al ver cómo es que la cobija que lo cubría subía hacia el techo, horrorizado vio entonces cómo es que su cuerpo fue levantándose poco a poco, levitando, él no atinaba a pensar sólo se vio a sí mismo prácticamente volando. Ese levitar lo llevó en segundos a quedar cerca de su cobija, arriba ya casi tocando el techo, Zamora pensó con lógica que sí podía tocar su manta, entonces se acabaría el hechizo, pero cómo lo haría, sus fuerzas ya no eran suficientes, pues la lucha interna con ese ente lo había cansado. Mi amigo se atrevió y pese al peso, en el momento que quedó palmo a palmo con su cobija, movió con mucha dificultad un dedo y apenas la tocó, acertando entonces en que eso se tenía que terminar así. Poco a poco fue descendiendo a su cama, cuando quedó recostado, mágicamente la fuerza que lo oprimía se esfumó y sólo atino a escuchar que entre las sombras algo caminaba con dificultad y tocaba paso a paso el suelo con un bordón, se escuchaba clarito cómo el bastón regulaba el paso del ser que lo acababa de visitar. Sorprendido por lo que acababa de experimentar, se quedó acostado en su cama tratando de entender el porqué de esa situación, su cuerpo ya no daba para más emociones, y se quedó dormido.

Zamora me cuenta esta historia con una mirada profunda, recordando cómo es vivir experiencias así, sus crípticos ojos verdes, viendo el infinito, me prohíben preguntar algo más. Me dice que es la única experiencia espectral que ha tenido. Créeme que en verdad su historia es atípica, pues yo nunca había escuchado que cuando se te subía el muerto, levitaras. Zamora es la excepción a la regla, y aunque no tenga más historias de fantasmas, él puede ayudarte a comprender que no estamos solos, que ellos, están entre nosotros. Ven, lee y anda Guanajuato.