Distrito Capital

Grandes expectativas

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Amigas y amigos, el porvenir. Ese lugar del que nos hablaban nuestros padres, quienes preocupados por la vida de Baby boomers, criticaban el sarcasmo y la exigencia inmediata de aquella aletargada Generación X, que hoy toma decisiones en la mayoría de los puestos claves del planeta. Y desde donde en ese mismo letargo, observan pasmados los resultados de una serie de decisiones que si bien se toman, unas veces sopesadas, otras en las rodillas, y nos afectan profundamente desde las estructuras de gobierno federal, estatal y local.

Y es que desde que Charles Dickens en el siglo XIX publica su novela Grandes esperanzas, se explora directamente la confianza en aquellas creencias donde un joven huérfano y miedoso, se ve agraciado por un benefactor inesperado que hace de él todo un caballero, guión que por supuesto, conocemos a la perfección en cualquier novela nacional al grito de los ricos también lloran.

En los últimos días, he sido testigo de la toma de decisiones por parte del gobierno canadiense y mexicano al respecto del llamado Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, del que puedo afirmar que existe mayor preocupación por parte de nuestro país que por parte de los demás vecinos del norte.

Me explico: es que por parte de Estados Unidos, luego de las negociaciones hostiles que hicieron incorporar políticas de seguridad federales en la frontera sur de nuestro país, para contener las caravanas migrantes desplegando miles de soldados de la recién nombrada Guardia Nacional (con las nefastas consecuencias que vivimos en todo el país ante el descuido, con dolo o inocencia, de retirar las fuerzas armadas de ciertos Estados y dejar, literalmente, a la ciudadanía en manos de las policías municipales y estatales, que poco pueden hacer ante la guerra de Calderón), ya no supimos nada. De hecho, la proximidad de las elecciones intermedias en Estados Unidos, donde el enemigo común base de la ideología demócrata de su gobierno federal es el latino, hace aún más complicada su ratificación, a un año ya de la firma entre el innombrable-en-las-mañaneras pero I know what you did last summer, Don Enrique Peña Nieto, el Donald y el hombre con apellido de aeropuerto, Justin Troudeau.

Por otra parte, en Canadá, la viceprimer ministra Crhystia Freeland, demostró el interés de su gobierno al incorporarse tarde a las mesas de trabajo entre el representante gringo de Comercio Exterior, Robert Lighthizer, y el subsecretario el miércoles pasado. Mientras una Freeland nerviosa exponía los avances de esta reunión en CNN, en el Consulado General de China en Montréal varias voces se alzaban en contra de la afectación de sus inversiones en este país, tras la pérdida de cuota de mercado por parte de Pekín en el mercado estadounidense y que ahora, podría afectarse aún más con la eventual incorporación del comercio mexicano en Canadá. Habría que recordar que los técnicos de la ONU estiman en alrededor de 21.000 millones de dólares (casi 19.000 millones de euros) la desviación total de exportaciones chinas hacia otras naciones que ofrecen productos sustitutivos únicamente como producto de los aranceles impuestos por la Casa Blanca.

Resulta así que la confianza en el crecimiento económico nacional descansa, entonces, en la firma pronta de este tratado económico. Esperemos que el arduo trabajo del Canciller Ebrard no coloque a nuestro país en esa encrucijada que reza: «el que apuesta por necesidad, pierde por obligación».

Recordemos que no es el frío, sino la falta de cobija, lo que cala.

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