El Laberinto

El columpio

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La improvisación, hacer algo sin tenerlo preparado o sin que esté establecido, puede tener una excelente recepción en un concierto donde te ofrecen algo nuevo y único pero puede llegar a ser aterradora cuando ves que tu suerte está en manos de alguien que no sabe a ciencia cierta lo que está haciendo, ya sea el peluquero volando mechones al por mayor buscando un “quién sabe qué” o el estereotipado sujeto que planea desactivar una bomba cortando algún cable elegido al azar. Existen dos razones para esto.

La primera razón por la que percibimos esto así es por que buscamos por un lado la seguridad en cuanto a lo esencial y no estamos dispuestos a arriesgarnos sin formulas probadas, nadie quiere experimentar en su seguridad, integridad o supervivencia e incluso en algo tan banal como su marca de cigarros o bebida favorita. Esto delimita nuestro confort y pensando en la metáfora bastante reduccionista y mecanicista  de que la vida es un columpio, esta parte constituye el armazón, la que no se  mueve y nos da seguridad.

Pero la seguridad, por sus características estáticas es a la larga tremendamente aburrida, casi como mirar un carrusel apagado, y  entonces emprendemos la búsqueda para encontrar algo que le dé un poco de acción, siempre y cuando no la comprometa. Señores ahora con ustedes tenemos el asiento y la cadena del columpio.

Este asiento movedizo es justo en la parte que nos seduce la improvisación y dónde, de hecho, podemos llegar hasta exigirla, es el arte, el entretenimiento, el juego, y la convivencia voluntaria, es decir esa que no es trabajar, ni intercambiar bienes y servicios o interactuar por compartir un espacio si no las salidas con los amigos, las fiestas, las tardes abrazando a la pareja en pijama o las tardes agradables en familia.

Pero hasta en este punto le tememos a lo que es demasiado improvisado y lo encasillamos como raro, es decir se vale experimentar siempre que encontremos algo reconocible en el fondo, los cambios bruscos generan sorpresa, en el mejor de los casos, y franca confusión hasta llegar al conflicto en el peor de ellos, aun encontrándonos en la parte más flexible de la vida, pero cuentan con la oportunidad de abrir nuevos horizontes y con el tiempo y la repetición los contaremos en la normalidad, aunque para ese entonces ya no tendrán nada de novedosos.

La otra razón que nos hace temer a la improvisación es que no puede llegar de manera exitosa si no va acompañada del conocimiento y de la creatividad; volviendo a los ejemplos del principio, la improvisación terminaría en chasco si los músicos no conocen escalas y reglas básicas o el corte pelo saldría mal si nuestro estilista no sabe ni usar bien las tijeras.

Pero existe también un peligro al contener la improvisación a los espacios movedizos de la existencia, pues al estar estos sujetos a lo fijo tienen limitaciones y acaban por repetirse y al final, eso que parecía tan seguro también envejece y entonces nuestro armazón se vuelve vulnerable, la forma de renovarlo de manera segura es a través de la creatividad, que va buscando nuevas soluciones a las necesidades básicas y a los problemas de siempre, digamos que le da mantenimiento.

Pero, algunas veces llega lo imprevisto o lo desconocido a romper nuestro columpio de manera abrupta y si queremos seguirnos moviendo, necesitamos improvisar, con lo que se tiene y con lo que se sabe en lo que reparamos y podemos abrirle camino a la segura creatividad. Visto la improvisación puede ser nuestra salvación ante un armazón tambaleante. ¿Estamos listos para intentar?