El Laberinto

Soy malo

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A casi todos, por gusto o por obligación, alguna vez nos tocará mostrar nuestras habilidades en público y entonces, independientemente de nuestro grado de timidez, surgirán dudas sobre nuestro desempeño y en un intento de no ser juzgados demasiado duramente y no levantar mucho las expectativas del resto podremos empezar diciendo el mantra liberador que sirve como seguro para las catástrofes: “pero soy malo haciéndolo”.

Otra forma de recibir atención son las muestras de afecto, ya sean simbólicas o materiales, como cuando todos rodeando una mesa que contiene un pastel del tamaño y forma que ustedes gusten, desde un simple bollito industrial hasta una joya de repostería, con sus velas encendidas y al centro uno ser (a todos nos pasa una vez al año), sonrojado, con las mejillas del tono de las llamas sin saber bien a bien cómo reaccionar, mientras el resto canta, si unirse, aplaudir o mirar a algún punto de la habitación como quien piensa en el futuro, pero en realidad agobiado por que todos se han tomado la molestia de comprar las cosas, llegar al punto y entonar la canción en su honor.

Tampoco sabemos a ciencia cierta cómo reaccionar a los halagos hacia nuestra apariencia, trabajo o actitud sin sentir cierto bochorno, aunque en el fondo sepamos que nos lo dicen sinceramente.

En los tres casos, sabemos que mostrarnos como que somos los mejores y merecemos por ello todo lo que nos dan o nos dicen es un vale fácilmente canjeable por la antipatía de los demás y que el único camino seguro es la gratitud y un poco el auto rebajarnos (aunque ahí también hay una pequeña trampa pues si en verdad sobresalimos en algo y decimos que somos muy malos, quienes en verdad lo son se van a molestar) y ahí surge la pregunta ¿Por qué somos así? La respuesta que yo propongo es porque nos inculcaron la modestia.

La modestia, tomada como virtud para el cristianismo, consiste en la humildad o no sentirse superiores, la búsqueda de conocimiento o no dormirnos en nuestros laureles y de manera exterior no buscar intencionalmente la atención con nuestros actos, palabras o atuendos. Como un dato curioso se le representa como una violeta, lo cual le cambia el sentido a la canción “ramito de violetas” hacia el acto desinteresado del marido por hacer sentir bien a su mujer, sin buscar reconocimiento ni afecto como pago… pero ya me fui lejos, volvamos a laberinto.

Hasta aquí no va tan mal la cuestión, la modestia nos sirve como freno para no terminar siendo unos seres nefastos y malagradecidos y para intentar hacer mejor aquello que hacemos, pero hay un problema en ello, creo que la mayoría nos tomamos demasiado en serio aquello de que somos malos en lo que hacemos y entonces perdemos motivación y peor aún, atentamos contra nuestra autoestima, que es una necesidad humana, además de que negamos al resto la oportunidad de beneficiarse con nuestros talentos, cualesquiera que sean, además de que considero que llamar la atención de manera positiva o espontanea no solo no está mal, sino que es increíble.

Creerse lo que somos y vendernos en nuestro justo valor, es entonces una manera de autocuidado y de respeto a uno mismo para llegar al límite de nuestro potencial y  ocupar el sitio que merecemos, que si no alguien con unos centavos más de confianza en si mismo, lo va a hacer y créanme, no nos va a gustar.