El Laberinto

Dientes

Compartir

Feliz cumpleaños, papá

Evitaré hablar del amor, hablando de dientes, primero para darles un respiro y porque además es un gran tema, ya que de entre tantos tipos de componentes que tenemos en el cuerpo, ellos tienen características únicas, algunas bastante sorprendentes.

Tenemos para empezar, dos juegos de dientes, uno con una peculiar obsolescencia programada que perdemos durante la infancia y otro que debería durarnos de por vida, puede sonar rudo pensar que el llegar a viejo con dientes depende de cómo los cuidemos de niños, pero es más duro saber que para otras partes de vital importancia aplica el mismo principio, pero con una sola oportunidad.

Aunque se puede (mal) vivir sin dientes, cumplen una importante función como procesadora de alimentos, soporte a nuestra cara, afilada navaja y como parte cautivadora a voluntad cuando tiramos una coqueta sonrisa. No es raro que entre los estándares de belleza se encuentre una dentadura bella, pensando en que nuestros ancestros buscaban en sus posibles parejas indicadores de salud que pudiesen augurar fertilidad, trabajo y ¿por qué no? Compañía por más tiempo.

Tal vez es por eso de que están a la vista y de que su correcta presencia garantiza su función, es que desde hace mucho hemos aprendido a reemplazarlos, con otros materiales como marfil o con piezas extraídas de otras personas, sean estas vivas, como el caso de Fantine en Los miserables que vende sus dientes o muertas, como los soldados caídos en Waterloo, a quienes los enemigos y los lugareños extraían sus piezas para hacer dinero.

Tienen la gracia además de venir esmaltados para poder llevar a cabo su trabajo por lo que son excelentes capsulas del tiempo para obtener información sobre nuestros antepasados, como alimentación, edad y padecimientos, siempre y cuando no hayan sido víctimas de los robos mencionados arriba.

Recuerdo la impresión que me lleve cuando me hicieron una endodoncia, que es como una especie de momificación de un diente lastimado (súmenlo a la lista de datos raros), la odontóloga que me atendió en aquella ocasión, un domingo de mañana donde todo estaba cerrado mientras yo llevaba una noche de perros aullando de dolor, me mostro el origen de mi sufrimiento: un nerviecito diminuto, como una semilla de ajonjolí. De ese momento aprendí que no hay motivos pequeños.

Cuiden los detalles entonces, no solo por lo que se puede ver si no por lo que puede hacernos sentir y hablando de detalles y de dientes y de mentiras, cerraré diciendo que este laberinto es un regalo de cumpleaños para mi papá, que es dentista, así que les mentí, si se trataba de amor.