El espacio de Escipion

Echeverría y el echeverrismo; ayer y hoy

Compartir

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene pocas cosas en común con Luis Echeverría Álvarez y pesan más las diferencias. Incluso, no hay indicios de que se conocieran o hayan tenido algún trato, ni siquiera de lejitos. Sin embargo, hay vasos comunicantes entre ambos políticos de funcionarios que siguen influyendo en sus carreras y estilos de dirigir al país.

Lo anterior no quiere decir que el actual sexenio sea una copia del de 1970-1976, sino tratar de entender los contextos y coyunturas que marcan diferencias sustanciales.

Antes, valdría la pena un poco de historia. El primer empleo de Andrés Manuel López Obrador en la política fue en la Casa del Estudiante de Tabasco, donde gracias a las manos de José Eduardo Beltrán y Humberto Mayans fue recomendado para auxiliar en la campaña para senador del poeta católico y comunista Carlos Pellicer entre 1975 y 1976. Muerto el poeta a los seis meses de protestar el cargo, AMLO queda en la orfandad política, pero de nuevo, por intervención de sus amigos “Chelalo” y Humberto de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, fue rescatado por Leandro Rovirosa Wade, gobernador y ex secretario de Recursos Hidráulicos con Luis Echeverría, quien lo vinculó con el entonces secretario particular del presidente y que se volvería su principal mentor, alter ego, asesor de cabecera: Ignacio Ovalle Fernández.

Gracias a Nacho Ovalle, el hoy presidente de México fue delegado del Instituto Nacional Indigenista, teniendo como misión evitar que las movilizaciones indígenas, campesinas y de pescadores chontalpas se le salieran de control al gobierno estatal. Hasta ahí la posible vinculación más cercana que pudo haber tenido AMLO con LEA.

Otras figuras de la 4T de trato directo con LEA son Manuel Bartlett Díaz, tabasqueño de sangre y poblano por accidente, quien vendría de la relación directa con Carlos A. Madrazo y Rodolfo Echeverría Ruiz, y cuya carrera política despegaría cuando Luis Echeverría lo nombró Director General de Gobierno de la Secretaría de Gobernación.  Ni qué decir de Porfirio Muñoz Ledo, que si bien está con un pie fuera de Morena y la 4T, ha sido el artífice intelectual de los estatutos de Morena y del Proyecto Alternativo de Nación. Porfirio no sólo fue secretario del Trabajo, director del IMSS y presidente del PRI con Echeverría; fue quien le armaba los principales discursos y casi todos los informes de gobierno que se transmitían a nivel nacional (cuentan que era tal la obsesión porque el discurso quedara exacto a lo que él escribía que se quedaba a dormir en Los Pinos para escucharse a través del presidente). Uno más es el director de Financiera Nacional para el Desarrollo, el también tabasqueño Baldemar Hernández Márquez, quien fuera director general en la Oficina de la Presidencia de Luis Echeverría y de José López Portillo.

Hasta ahí los vasos comunicantes. Otros cuadros del gobierno de la llamada “Cuarta Transformación” provienen del lopezportillismo, delamadridismo, salinismo, zedillismo, foxismo y hasta del calderonismo. De ahí que el actual mandatario sea cuidadoso con los ex presidentes que fueron sus altos jefes como LEA, JoLoPo y De la Madrid.

Regresemos a la muerte del ex presidente más controvertido del último medio siglo. Figura política clave para entender el pasado siglo XX, el ex presidente Luis Echeverría Álvarez murió apenas cumplidos los cien años de vida, quizá sin tener ya razón de sí y quizá ya resignado al juicio que la historia lo juzgó, y claro, no fue lo que él imaginó y lo que él creyó sería reconocido su trabajo al frente de nuestro país al que decía amar como ningún otro mandatario.

Echeverría fue el penúltimo presidente priista que enarbolaría la bandera social de la revolución mexicana como filosofía de su gobierno antes de la llegada de los tecnócratas al poder, o sea con Carlos Salinas de Gortari. Le tocó enfrentar un país que pagaba los costos del llamado “milagro mexicano” del desarrollo estabilizador, que si bien ayudó al crecimiento económico también abrió las brechas de las diferencias sociales y al mismo tiempo provocaron movilizaciones campesinas, magisteriales, indígenas y estudiantiles las cuales exigían una “revolución democrática”, como escribiera Octavio Paz en su Vuelta al Laberinto de la soledad.

El país del echeverrismo fue uno que corrió en medio de la etapa más burda de la guerra fría, cuando la paranoia política hacía ver en cada disidente o agitador, una operación de la CIA o de la KGB, o sea del manotazo del imperialismo yanqui o la intromisión de los comunistas rusos, chinos o cubanos. Por eso, la política interna y la política externa fue tan contradictoria: se hacía amistad con los comunistas del exterior para curarse en salud de los revolucionarios mexicanos, los cuales eran perseguidos y desaparecidos. Era amigo de Fidel y de Mao, y al tiempo servía con beneplático a los gobiernos estadounidenses.

Acusado de populista por abrir las arcas nacionales a programas sociales, educativos y de desarrollo urbano, incluso de su inclinación socialista, también fue señalado de haber sido un instrumento del imperio estadounidense, un agente de la CIA, y de haber sido el encargado de darle una válvula de escape a la inquieta sociedad mexicana envuelta en el hartazgo y el autoritarismo con la llamada “apertura democrática”. En esos años, en la clandestinidad o en abierto, se quería cocinar una nueva revolución y muchos colectivos socialistas, comunistas y anarquistas estaban tomando revuelo como efecto de las movilizaciones y represiones de 1966 y 1968.

Bajo su gobierno no sólo se crearon “elefantes blancos” sino también acciones que hoy son valuartes del desarrollo. Gracias al Fonatur se crearon y fortalecieron polos turísticos importantes como Cancún, Manzanillo y Los Cabos, además, claro de Acapulco, Ixtapa-Zihuatanejo y la ribera Nayarit, además de instituciones tan relevantes como el Fonacot, Infonavit, Conacyt, la Universidad Autónoma Metropolitana, el Consejo Nacional de Población, entre otras y leyes como la primera de pensiones del IMSS de 1973 y prepararse para la globalización con un instituto de competencia económica, cuando llegaban a su fin los acuerdos de Bretton Woods.

En lo político, pues fueron contados los intelectuales que lo enfrentaron. Ahí están los análisis duros de Daniel Cosío Villegas, Octavio Paz, Enrique Krauze, Carlos Monsiváis, Julio Scherer y Gabriel Zaid, quienes en sendos ensayos describieron su estilo personal de gobernar, de imponerse y de dejarse influenciar por quienes, incapaces de darle la contraria, tenían que mostarse más echeverristas que el propio Echeverría.

Pocos historiadores tienen duda de su papel en la matanza del 2 de octubre de 1968, del 10 de junio de 1971, del golpe a Excélsior de Scherer, de la sumisión de la mayoría la prensa oficiosa y sus intelectuales, con gloriosas excepciones que no dudaron en enfrentarlo y acusarlo de excesiva y viciosa concentración de poder en su persona, como Daniel Cosío Villegas quien en El Estilo Personal de Gobernar apuntó:

“La característica principal de nuestro sistema político es un presidente de la República dotado de facultades y de recursos ilimitados. Esto lo convierte fatalmente en el Gran Dispensador de Bienes y Favores, aun de milagros. Y claro que quien da, y sin recibir nada a cambio, tiene que ser aplaudido sin reserva, pues la crítica y la maldición solo pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar”.

Gabriel Zaid le asestó dos golpes maestros; uno en El 18 Brumario de Luis Echeverría en el cual acusó el despilfarro de recursos públicos y la egolatría del mandatario. “Se ha dicho que Alemán le enseñó a México a pensar en millones. Habría que decir que Echeverría le enseñó a despilfarrar decenas de miles de millones. Para ser justos, hay que decir también que ambos facilitaron esos cambios de escala mental con oportunas inflaciones y devaluaciones, no solamente con gastos faraónicos y endeudamientos mayúsculos, en los cuales, sin embargo, Echeverría superó todas las marcas de Alemán.”

Y el más duro ensayo, Escenarios del fin del PRI en que describiría el perfil de estos mandatarios de entonces: “En México nadie puede dar un golpe de Estado con más facilidad que el presidente de la república, y que seguramente lo hará, si llega a necesitarlo, adelantándose a cualquiera. Las ineptitudes presidenciales que provocaron la rebelión estudiantil de 1968 no terminaron en que un general pusiera orden. Fue el presidente quien lo hizo. Los presidentes se comportan según el dicho militar que el que manda, manda; y, si se equivoca, vuelve a mandar. El poder presidencial es tan extremo y tan exento de rendirle cuentas a nadie, que puede cometer errores mayúsculos sin que nadie lo detenga; tan desastrosos, que solo otro presidente, con más poder todavía puede remediarlos; o, si no hay tiempo, él mismo: arrogándose poderes extraordinarios, que no tiene que pedirle a nadie, ni justificar después.”

El juicio de la historia llega tarde o temprano a los seres que detentan el poder político. Los sexenios son tabiques sexenales. El plan reelecionista de Echeverría fue imposible imponerlo en las reglas del viejo PRI y entonces optó por el proyecto transexenal, el cual se topó con dos realidades; uno,con quien era considerado el más leal, el amigo de la infancia, el casi hermano, que lo exilió bajo el disfraz de embajador en Australia, Nueva Zelanda y las islas Fiji. Y el segundo, el color, el olor y el dolor de la sangre derramada por la represión en su gobierno contra la disidencia, la rebelión y la crítica.  Cien años de edad juzgados en sólo seis de gobierno como el de Echeverría donde los puntos negros pesaron más que los grandiosos de su sexenio.

Contacto: feleon_2000@yahoo.com