Desde el Faro

El Placer de Jugar

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Diversión en la periferia

Cuando juega, hasta las moscas detienen su vuelo. Por el puro goce del cuerpo que se lanza a la loca aventura de la libertad, el niño corre junto a la pelota, la acaricia, burla a uno, dos adversarios, y cuando lo cree necesario, da un pase en corto para que alguno de sus compañeros haga algo por el equipo.

No se trata del futbol organizado, con reglas, sino del que se practica en el barrio, donde Nahim se pasa las tardes con la pelota, el juguete favorito de los niños pobres. Su fiel amiga lo reconoce, lo busca, lo necesita; él, por su parte, le saca brillo, charla con ella, en ese diálogo sin palabras brota la felicidad a plenitud.

A pesar de su pobreza, el niño, de apenas 9 años, es afortunado, disfruta la libertad que proporciona el juego, porque vive en una colonia de la periferia donde aún es posible habilitar cualquier espacio como cancha futbolera, donde también las niñas participan con gusto junto a los varones.

A diferencia de niños y niñas de la periferia, los que viven dentro de las colonias más céntricas no tienen espacios para el juego; viven donde abundan bares, cantinas, templos, hasta los sitios destinados para el esparcimiento se utilizan en otras cosas. El Jardín del Cantador, propicio para el paseo en bicicleta, con frecuencia se cierra totalmente para el comercio ambulante; la zona de Los Pastitos, sitio ideal de paseos y juegos en familia, es el escenario de ¡festivales de cerveza! . Fiel reflejo de un gobierno sin vocación social.

Mientras tanto, el niño que parece haber nacido abrazado a una pelota, convierte la desventaja de vivir en la periferia en la oportunidad de jugar con placer; ahí aprende a gambetear, a quitarse de encima al enemigo con un quiebre de cintura , a burlarse de la vida.