El Laberinto

¡Ay, mi rodilla!

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“Pude haber conquistado Europa, pero me chingué la rodilla”

Napoléon Bonaparte (nunca).

De vez en cuando me gusta visitar el piso para comprobar la calidad del cemento, asfalto o mosaico y las consecuencias son, además de la vergüenza, heridas en las rodillas y orificios en los pantalones, que los dejan  muy modernos sin acudir al sastre.

Pero a diferencia de otras ocasiones, y probablemente como señal de envejecimiento similar a las canas o al impulso de ver a los jóvenes preparatorianos como bebecitos, tardó mucho tiempo en sanar, me ha durado más que la quincena en el banco, que el frasco de café gigante, que la resaca o que la tos canina y no sólo eso, le dió por complicarse, infectarse y crear un escenario en miniatura de un volcán hawaino en plena erupción que al mínimo roce  detonaba en palpitantes aullidos  de dolor.

Y es que me hizo pensar, paranoica y pesimista como soy que era un imán de desgracias, que todo lo que podía tocarme o sucederme se iba a estrellar justo en esos seis centímetros  (necesito que hagan una pausa aquí para imaginarme con una regla tomando medidas, pues lo hice) por que si, por que los rayos caen muchas veces en el mismo lugar como lo pudieron comprobar Roy Sullivan que recibió siete rayos en su vida o Walter Summerford que recibió tres en vida y uno en su tumba.       

No sé si sea consuelo, pero no estoy sola en esta dolencia, es de conocimiento popular el clásico dolor de rodilla que viene integrado en el paquete de la adultez, junto con la gastritis, las ganas de quedarse en casa y los problemas con Hacienda y es que venimos al mundo equipados tan sólo con un par de estas maravillosas piezas de ingeniería que por lo mismo de su complejidad, como buen aparato sofisticado, son muy delicadas, basta tener sobrepeso, haber hecho algún deporte, moverse en falso o estar en el lugar equivocado y recibir algún impacto bien acomodado, para que tu vida se vuelva un calvario cada que te sientes, agaches  o que baje la temperatura, muy útil para predecir lluvias, aunque sigo prefiriendo consultar esa información en internet.

La rodilla, ahora ya convaleciente, me recordó en aquello del perro más flaco al que se le suben todas las pulgas y llegue a una curiosa conclusión, las pulgas están siempre sólo que cuando estamos vulnerables las sentimos más y cuando perdemos el equilibrio en una sola cosa, el resto se desploma solo.