Histomagia

LUZ

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Al estar a punto de llegar a la ciudad de Guanajuato, invariablemente te invade una emoción al saber que conocerás una ciudad colonial que ofrece todo una masterclass de Arquitectura e Historia; el lugar está impregnado de imágenes fantásticas que evocan la antigüedad de las grandes ciudades europeas por esas grandes casonas de cantera que cuentan histomagias que impactan a los que las viven y cuentan, porque aquí las gentes cuentan esas historias que se viven, pasan y ven desde sus grandes ventanales, historias que se vuelven leyendas, que van de boca en boca y que visten a la ciudad con un halo de misterio y horror.

Algunas casonas aquí son muy extrañas, tan extrañas como los que las habitaron y ya murieron. Me cuenta mi amiga Luz que su abuela le heredó una de las casonas que están por el Paseo de la Presa. Esa casa entró en litigio y se dividió, así que a mi amiga le quedó sólo la mitad menos ostentosa, pero el estilo antiguo de esa casa y su distribución es lo que la hace hermosa: subes por unas escaleras libres, no cubiertas de techo ni nada, ellas te llevan a un patio y entras por el lado izquierdo a lo que ahora -antes una recámara- se acondicionó como cocina con una ventana donde se asoman las nubes, la lluvia y sus gatos en libertad. A un lado se encuentra un baño antiguo, con azulejos amarillos.

Siguiendo al lado izquierdo se ubica otro cuarto que ahora es una sala, es la parte principal de la casa que tiene un ventanal enorme que da al parque Florencio Antillón y se puede – hacia la derecha- ver una parte de la iglesia de La Asunción, la vista de los cerros y el parque es espectacular. Hacia el lado derecho de la cocina, vas a dos grandes cuartos que sí hacen su función de recámaras con grandes ventanas que dan al patio, ya dividido, donde no le tocó ningún árbol, pero que deja ver a los otros que siguen algunos en pie.

Bien, mi amiga Luz me cuenta que en su casa sí ha habido algunos eventos paranormales, “No pasa de algún aparecido, o alma en pena que pase por aquí, directo al Florencio, ahí sí pasean vivos y muertos”., y me cuenta que una noche en que la lluvia estilo Guanajuato -lluvia pertinaz y que sí moja- ella se encontraba viendo el paisaje, el pasar de los autos y de los pocos peatones que a esas altas horas corren para guarecerse en sus carros o en los quicios de las puertas de las casonas o en el atrio del templo. Me dice que estaba tan absorta en verlos que sólo le llamó la atención una mujer que transitaba a paso lento por el pasillo del parque, traía su pelo largo, castaño claro, que le cubría gran parte de su espalda, no llevaba ningún paraguas, por lo que mi amiga pensó “no se mojará tanto”, volteó a ver el templo, la lluvia arreciaba tanto que ya no pudo ver la iglesia; volvió la mirada al parque y vio que la mujer, pese a esa lluvia fuerte, no había corrido, se había quedado inmóvil en ese pasillo; Luz la miraba, la curiosidad no la dejó quitar sus ojos de ella, de pronto, como si la mujer sintiera que la veían, giró su cuerpo y quedó frente a frente a la casona de mi amiga, cabizbaja, Luz tuvo miedo, quiso retirarse del ventanal, pero no pudo quitar sus ojos de ella… la mujer se veía joven, sus ropas eras de gasa blanca, pero pese a estar mojadas no se le pegaba al cuerpo: desafinado las leyes de la física, sus ropas levitaban como si hubiera un fuerte viento. Mi amiga cerró sus ojos un instante y, al abrirlos, se encontró con la mirada de la mujer que estaba viéndola fijamente con unos ojos grandes, profundos… tan penetrante era esa mirada que mi amiga dio un paso hacia atrás por la fuerza energética de la mujer. Luz sintió un frío helado, y en ese momento supo que esa mujer no estaba viva, que ella era una de las tantas almas que transitan por este lugar, sin pensarlo comenzó a rezar, pues la mirada de la joven era triste, como de angustia, como suplicante, como pidiendo que pidieran por ella, como queriendo salir ya de aquí. Luz, sin separar la mirada, rezó tanto como pudo acordarse, y vio cómo, a cada rezo, lentamente la mujer iba desapareciendo ante sus ojos, mi amiga comprendió que, para ese espectro, esa era su búsqueda: que alguien se apiadara de su alma y pidiera por ella. “Por fin descansó”, me dijo Luz.  

Dicen los que saben que algunas almas que viven aquí son del bajo astral, porque si pensamos bien, el cielo es el alto astral, por ello, no siempre son demonios los de bajo astral, son las almas que se quedan aquí vagando, deambulando y pidiendo ayuda para encontrar la luz e irse al cielo donde deben de estar. Son los aparecidos, los fantasmas, los espectros de la noche que esperan encontrar una pequeña luz que les ayude a seguir su viaje espiritual. Es evidente que esa alma perdida encontró a mi amiga, que, como su nombre lo indica, le dio la luz para dar por fin a su viaje. ¿Quieres conocer el parque Florencio Antillón? Ven, lee y anda Guanajuato.