Histomagia

INVOCACIÓN

Compartir

Guanajuato es la ciudad que siempre está de fiesta porque es el lugar que te recibe con calles repletas de estudiantes y turistas que con su paso por aquí caminando esta ciudad, logran ver tanto en el día como por la noche, ese espíritu mágico que habita entre nosotros y que viaja con el viento y los rayos del sol y la luna y descubrir la belleza de este Guanajuato vívido, y del otro Guanajuato que está debajo, es decir, los fantasmas siguen haciendo su mercado, que salen a platicar en los callejones y plazas, si pones atención puedes verlos y escucharlos, sólo que esta vez suben un piso más ya sea levitando o de plano al estilo antiguo: saliendo de sus tumbas.  

Esta ciudad representa a nivel mundial una belleza que encanta a otros quienes, cuando la visitan y saben su historia y ven la calle subterránea, se dan cuenta que los claroscuros son parte de la vida diaria aquí, sobre todo por la tarde noche, las noches y las madrugadas donde los muertos hablan.

En México, es muy común que los cementerios estén repletos de lápidas solitarias porque muchos de sus parientes no se acuerdan de ir a visitar a sus muertos, incluso no van ni el Día de Muertos en que se espera que los difuntos lleguen a las casas a cenar su comida favorita y así poner a raya a los espíritus chocarreros, pues así, dicen los que saben, nos protegen del mal.

Me cuenta mi amigo Gabriel, que casi al fin de año fue a visitar, en el Panteón de Santa Paula, la tumba de sus antepasados más antiguos. Pensó que en verdad a veces hay que recordarlos, aunque no tengamos ni idea de cómo eran, de dónde vinieron, no dónde vivieron antes de caer muertos aquí. Me dice que fue a llevarles flores y un cirio pascual para poder darles la fuerza y vayan -por si alguien se quedó aquí-, al cielo. Así que fue ya casi para cerrar el panteón, les rezó y les pidió el apoyo para salir bien de esta vida que ahorita se antoja un poco no inteligente. Sin saber por qué, Gabriel, lloró desconsoladamente, como si alguien estuviera tan triste y a la vez tan alegre de verlo ahí, como si alguno de esos espíritus de sus ancestros se hubiera metido en su cuerpo para mostrarle la inmensa tristeza que es estar solo y arrumbado en una tumba. Lloró hasta que se cansó. Ya en sí, miró a su alrededor, y sin darse cuenta ya había oscurecido. Se dispuso a despedirse de ellos, rezó el Padre Nuestro, un Ave María, unos Salves, cubrió la luz de la vela para que no se apagara fácilmente, y les dijo hasta pronto.

Apenas había caminado unos pasos cuando un hombre vestido de negro y con un sombrero de ala ancha que estaba entre los árboles, le dijo: “¿A dónde vas Gabriel?”, mi amigo se detuvo, lo miró, y le preguntó: “¿Cómo sabe mi nombre?” El extraño sólo le dijo: “Vienes, nos invocas, nos llamas y sacas de nuestro descanso eterno y te quieres ir así tan tranquilo, pues no será así”.

Desconcertado, Gabriel apresuró su paso contestándole que ya era noche, que ya se iba…el hombre se puso delante de él, Gabriel cerró los ojos, no paró para nada, caminó con determinación y al pasar por medio de él, sólo sintió un viento frío que le atravesaba el cuerpo y calaba hasta los huesos. Abrió sus ojos y… no supo cómo pero, en un instante, ya estaba para salir en las puertas del panteón, sin pensarlo abrió la reja, miró hacia atrás y no vio a nadie, suspiró tranquilo, pero al regresar su vista, ver hacia afuera para jalar la reja con todas sus fuerzas, vio que estaba el velador sentado afuerita, en los escalones de la entrada, y con verdadero terror miró al hombre de negro, ahí, junto a la reja, pero adentro del panteón, sólo le dijo: “Gracias Gabriel por acordarte de nosotros, sólo dile a tu mamá que en el cajón debajo de la estufa antigua del cuarto donde ahora es la capilla, están 10 monedas de oro, son para ustedes” y se desapareció, se esfumó ante sus ojos. Mi amigo, sintiendo ahora sí un miedo indescriptible, salió corriendo, dejando la reja abierta, el velador quien fumaba un cigarrillo, sólo se quedó viendo cómo Gabriel se desaparecía en la distancia, iba hacia Tepetapa.

Los que saben nos dicen que llorar amargamente al fallecido después de tantos años, logra despertarlo de su sueño eterno, regresar y ver quién o quiénes lo han invocado, a veces son los parientes que en verdad los extrañan, como en este caso. Otras veces son seres humanos que los usan para hacer sus hechizos y los atrapan con ayuda de seres de bajo astral que fueron muy malos en vida y quieren seguir haciendo de las suyas aún muertos. Yo no sé qué es lo que hace que una persona haga que su alma requiera atraer el sufrimiento de personas y animales, aún después de muertos, tan bonita que es esta vida, y de acuerdo con la biblia católica, la vida eterna también lo será. ¿Quieres conocer a mi amigo Gabriel? Él te contará más historias de sus antepasados. Ven, lee y anda Guanajuato