El Laberinto

Las cinco leyes fundamentales

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«¿Y tú con quien preferirías casarte si no tuvieras opción, con un malo o con un tonto?» —Me preguntó mi abuela mientras le fumaba a su cigarro y me miraba con curiosidad— como adolescente que era nunca había pensado en aquello de casarme y el dilema era como elegir entre una patada en la rodilla u otra en la espinilla, mientras pensaba en que decir ella terminó el asunto diciendo: «en esa situación, yo preferiría al malo porque con el tonto no se puede platicar».

Me dejó sorprendida pero sobre todo preocupada, si hay algo de he disfrutado toda la vida es una buena charla, ya ni siquiera con un hipotético o futuro marido, con cualquier ser humano que elija para convivir o con quien tenga que hacerlo aunque no quiera ¿Cómo distinguir a tontos de malos? Dando además por hecho que esas características por lo regular se tratan de esconder y cabría la posibilidad de llevarlos por error.

Primero tendríamos que definir qué es ser alguna de estas dos cosas, más pensando que no puede depender ni de parámetros académicos para juzgar la inteligencia ni morales para medir la bondad ya que ambos son relativos y mucho menos pensar  que yo tengo la verdad para andarle pegando etiquetas a los demás, cosa que seguramente haría que la tonta y mala sea yo. 

Para mi buena suerte cambiando el termino tonto por estúpido, que suena más contundente. Carlo María Cipolla (1922-2000) realizó todo un análisis sobre la estupidez humana, basada en que tanto daño o beneficio le dan a los demás y a sí  mismos enunciando cinco leyes fundamentales para reconocerla y en la medida de lo posible frenar sus efectos, por que como dicta la primera de estas leyes: Subestimamos el número de estúpidos, como cuando después de ver un video prejuicioso y violento uno piensa: nadie le va creer a este cretino y luego nota que tiene millones de seguidores.

Este subestimar el número de estúpidos se debe a la segunda ley: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona, la estupidezes universal, no distingue estudios, posición social, nacionalidad o edad, y además puede que solo se manifieste en un solo aspecto de su vida, como ese maestro brillante en su área que en una rabieta los reprueba a todo su grupo. El estúpido además, rara vez esta consiente de que lo es.

Porque hay que saber que ser estúpido es justamente dañar a los demás y además dañarse a sí mismo, es como tirar veneno en el contenedor del que van a beber todos, tú incluido, pero antes de seguir  vamos a conocer que podemos ser si no somos estúpidos, de acuerdo a la tercera ley todos los seres humanos estamos incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. Y esto dependerá en balance de si sacamos provecho beneficiando a otros, lo que nos hace inteligentes; si solo vemos por nosotros y perjudicamos al resto, lo que nos hace malvados o si nos perjudicamos beneficiando a otros, lo que nos haría incautos. Pensando en un pastel, el inteligente lo reparte, el malvado se lo roba, el incauto lo compra y no lo prueba aunque se le haya antojado y el estúpido lo tira al piso, nadie come ni él si además se resbala con el tiradero entra a élite de los superestúpidos.

La cosa se pone fea cuando ponemos combinadas en la mesa la cuarta ley:  Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas, y la quinta: Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir, regresando al tema inicial, lo de menos sería no poder platicar o  casarse con uno, el problema es que llegan a gobernar, que logran tener seguidores, que se agrupan y destruyen más rápido de lo que el resto se puede organizar, porque además la estupidez no tiene lógica y es impredecible.

El éxito de cualquier sociedad depende, en gran medida, de como contiene a sus estúpidos y les tengo una muy mala noticia: están jugando arrancones contra los malvados mientras descalifican a los inteligentes y exprimen, para variar, a los incautos.