Las cosas como son

Efectos de reconocer al padre

Compartir

En un artículo anterior me referí a los efectos de negar al padre, sobre la mujer que así lo hace (a veces se denomina “madre soltera”) y sobre la hija procreada, o el hijo (de quien se dice “no tiene papá”). De manera complementaria a dicho artículo, hace falta poner la mirada también en los efectos que puede traer consigo el reconocimiento del padre de ese hijo que no tiene papá, en un movimiento que viene a ser posterior al reconocimiento del hombre por parte de la mujer.

Este reconocimiento es de lo más difícil, ciertamente, sin embargo encierra una de las más bellas evidencias de la interacción humana. En esa evidencia subyace la certidumbre de que el hombre tiene lo que a la mujer le falta (y necesita) y además ella quiere, y que la mujer tiene lo que al hombre le falta (y necesita) y además él quiere. ¿Qué se sigue de esto? Que el encuentro de un hombre y una mujer, de una mujer y un hombre, está marcado por el signo de la carencia, la necesidad, el anhelo, la complementariedad, en un rango que lo abarca todo, especialmente lo sexual. Para decirlo de otra forma, una mujer con un hijo que asiente a su condición de mujer separada del hombre está reconociendo las cosas como son: que fue atraída por un hombre, que atrajo a un hombre, que los dos fueron atraídos mutuamente y que tanto entregaron al otro lo que son, como lo tomaron de aquel o aquella. Por este rumbo, no sucumbir a la negación del padre significa tomar posesión de lo que se es, de la fuerza que tuvo el amor (en alguna de sus formas), aunque ahora ya no sea así.

Esta es la manera en que puede ir otorgándosele su lugar al hombre en la vida de una mujer, lo cual acarrea beneficio así para la propia mujer como para el hijo o la hija. Para ella, hacerlo así es la oportunidad, cuando mira su historia, de mantener el flujo continuo de su vida, su progresión natural, que la llevó a constituirse, desde su sitio como hija de familia, en mujer de un hombre, en pareja, en mamá. Así que, antes o después de cierta edad, esa mujer pudo con ese hombre crecer, conocerse mujer a través de lo masculino, comprometerse con él ante el mundo (así haya sido en un sencillo acuerdo de los dos), y más todavía: junto con ese hombre pudo materializar una contribución cósmica en la forma de un hijo o una hija. Es decir, nada de qué avergonzarse, o situaciones ocultas.

Mirando así las cosas, queda al descubierto lo que se omite cuando una mujer dice de su hijo o hija que “no tiene papá”. El resultado también salta a la vista: se omite un tramo de la vida ya vivida, se pierde la experiencia de ello derivada, y por lo tanto se tiene poca fuerza para mirar hacia lo que sigue, ya que hay una parte del corazón intentando deshacerse del enojo o la culpa o la tristeza o la inocencia o lo que sea. Una mamá sin su hombre tiene que hacer esfuerzos muchas de las veces para explicar lo obvio, que una mujer puede necesitar, desear, tener un hombre; que tiene una sexualidad reconocida; y que comprende en consecuencia cómo los hijos son procreados. De ahí que se diga que en los hijos permanece el amor de los padres, el amor con el que fueron procreados, el cual ahora mismo puede ya no estar vigente, o sea: ser otra cosa.

La importancia de lo recién dicho creo que es obvia con respecto a los hijos, en lo tocante a la afirmación de su identidad sexual, a la vivencia sin culpas ni engañifas de la sexualidad, a la comprensión de la vida como un discurrir en el que hay tanto encuentros afortunados como separaciones fortuitas o a resultas de la fuerza inapelable del destino, y sobre todo en lo concerniente a asentir a la responsabilidad por lo realizado.

Para un hijo o una hija hay una diferencia abismal entre “no tener papá” o ser hijo “de padres separados”. Lo principal es que puede reconocer su origen de un papá y de una mamá que quisieron estar juntos, cuando menos, para la procreación, porque se deseaban mutuamente, porque creían que eran la pareja ideal para el resto de los días. ¿Cómo se explica a un hijo “no tienes papá”? Mirar a los dos padres, aunque la pareja esté separada, permite al hijo asentir a su condición, darse cuenta que lo que él es tiene plena validez, regocijarse en su ser, que fue compuesto con el 100% de mamá y el 100% de papá en un impulso que buscaba la unidad. Por ende, cuando llegue su momento, ese hijo o hija tendrá también fuerza para tomar una pareja, y quizá quiera y pueda quedarse con ella, porque le quedará claro que es el discurrir normal del vivir. Entonces puede adquirir nitidez para el hijo darse cuenta de que las desavenencias entre sus padres les impidieron quedarse juntos, pero que él los tiene a ambos en su propio ser, en su propio cuerpo, en su fisonomía, y que puede contemplarlos al mirarse en un espejo.

Finalmente, para la madre, el reconocimiento del hombre con el que procreó un hijo, puede darle la oportunidad de sentirse completa con su vida tal como va, satisfecha y agradecida porque fue con ese hombre y no con otro, y entonces quizá confiar en que, a partir de la experiencia ya ganada, una siguiente relación acaso será más centrada, menos vulnerable. Claro que en esa siguiente relación, tendrá que darle su lugar a la relación con el hombre anterior, en tanto padre del hijo o la hija, pues para el bienestar de éstos hace falta que su padre tenga el lugar que le corresponde. Este, por supuesto, es un equilibrio que no todos sabemos promover, si bien los órdenes del amor, a los que ya antes me he referido, ocupan un sitio primordial para su concreción.