Las cosas como son

Ayudar con los ojos abiertos

Compartir

Si bien la vida se vive de manera individual, hace falta reconocer que igualmente suele haber alrededor personas que se ocupan de nuestro bienestar, que quieren ayudarnos, que se hacen cargo de nuestra situación. No siempre es necesario que ocurran hechos trágicos para observar este mecanismo en marcha. Basta con que algo se disloque, es decir, con que alguien no esté en su lugar para que otras personas acudan al auxilio. Esto es natural en los sistemas familiares: el movimiento de uno de sus miembros acarrea el movimiento de otros.

Por ejemplo, con que una mamá no se haga cargo de alguno de sus descendientes, por las razones que sean, lo más probable es que un hermano o una hermana de esa mujer entre al quite y la acoja, y se ocupe de atenderla, de brindarle lo que merece. Hasta aquí el asunto es comprensible. Sin embargo, de ese modo de hacer las cosas se desprenden efectos y consecuencias. Sin poner en duda que se trata de una acción amorosa, por parte de quien ayuda y de quien no puede con lo suyo, lo claro es también que hay de por medio juicios y expectativas.

Juicios con respecto a la madre, a quien se puede mirar como incapaz o desobligada o inútil o inmerecedora de pertenecer a la familia. Expectativas, porque se espera que ahora sí el hijo o la hija podrá crecer sanamente o tendrá lo que nunca o alguien mejor que la madre por fin la atenderá. Y puede que sea cierto. No obstante se comete de igual forma un enorme atropello de esta forma, pues hay un entremetimiento en una relación que de entrada no necesita sino ser apoyada. En este sentido, ¿cómo mira esa hija o ese hijo a su madre? Si es incapaz, inútil o inadecuada para ser de la familia, ¿entonces cómo se considera a sí mismo, a sí misma? ¿A quién querrá honrar entonces con sus actos, y cuáles serán estos?

Esta consideración nos coloca en posibilidad de comprender por qué muchas de las veces quien recibe la ayuda de otros no consigue aprovecharla, sacarle jugo. Es que su corazón, como corresponde en un hijo o hija amorosos, se queda con su madre, y es muy probable que quiera igualmente hacerse una persona incapaz, inútil o inadecuada. Toma la ayuda, porque eso corresponde al discurrir de la vida, pero la consuma a su manera porque eso es lo que su corazón le hace sentir como correspondiente.

Algo de esto sucede cada vez que alguien se hace cargo de otro, en sustitución o reemplazo de alguien. Casos como adopción, acogida de personas por enfermedad, cuidado de sobrinos o nietos o descendientes, suministro de ayudas desmedidas a familiares o amigos. Generalmente en todos ellos se presenta este desplazamiento y esta percepción. Incluso llegan a acuñarse frases que dan su beneplácito, como aquella de que “padre no es el que procrea, sino el que mantiene”, o aquella otra de que “por un amigo o amiga o pariente, doy la vida”.

Frases y percepciones en las que puede leerse una inclinación amorosa hacia el otro, una tendencia natural a ayudar, la cual, lamentablemente, suele tener efectos adversos pues en principio (cuando no se realiza respetando la dignidad de los involucrados) le quita tanto su responsabilidad como su fuerza a los más grandes, a los que incurrieron en la realización del hecho, en seguida le otorga al ayudador un estatus por encima de los otros, una superioridad , un sentirse mejor que otro, no siempre reconocidos. Finalmente, el ayudado queda en un punto intermedio en que tiene que lidiar con los suyo y al mismo tiempo con la fuente de su ayuda, de tal suerte que ha de asumir compromisos discordantes con su propio destino.

Lo dicho no implica que no se brinde ayuda a quien la necesita. En absoluto. Más bien se dirige a llamar la atención a la forma en ésta es suministrada. En primer término, mirando con amor las cosas como están ocurriendo, pues todo se debe a hechos que han ocurrido en la historia de las personas, quienes no pueden hacerlo de otra forma. En seguida, hay que reconocer la dignidad de cada uno, honrar su destino, y adoptar la actitud de “si puedo ayudar, con gusto lo hago”. En tercer término, se trataría de reconocer que, con lo ocurrido, también se recibe algo, se gana, por ejemplo la oportunidad de criar a alguien, el darle uso correcto a un excedente financiero, el sentir la satisfacción de contribuir a que la familia no se desmorone, entre muchísimas otras. Finalmente, por ahora, viene bien, también, asentir a la posibilidad de que la ayuda brindada no necesariamente implica que el beneficiario de la misma seguirá el derrotero que suponemos o queremos, es decir, asentir al hecho de que brindamos ayuda y quien la recibe, al cabo de todo, queda libre para seguir su camino, las rutas de su propio destino, que no está en nuestras manos.

Si llegamos a tener presente esta secuencia, es posible que todos los involucrados reciban el mejor beneficio, y la reiteración de adversidades pueda igualmente ser detenida. Obviamente, se requiere mucha voluntad, sentido común y algo de trabajo, trabajo para conocer mejor lo que hay piel adentro.