Las cosas como son

La mirada en lo más grande

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¿Cómo podemos mirar lo Más Grande, la Gran Alma en acción? Tan solo con el hecho de formular la pregunta ya hay un efecto: si existe lo más grande, ¿cuál es nuestra magnitud? Y si existe una Gran Alma, ¿cómo denominamos a la que nos habita? Las respuestas han de ser muchas, pero pasan invariables por el señalamiento de que, sea cual sea nuestra magnitud, y no hay duda de que es enorme, existe algo de una magnitud mayor, algo que nos contiene, que nos abarca, que nos incluye.

El planeta, podría ser; la vida, así dicho, abiertamente; el universo desde luego. Y aun tiene cabida la familia donde fuimos dados a la vida, la familia que hemos constituido, la organización a la que pertenecemos laboralmente, y así un largo etcétera. Por otro lado, nuestra alma, al existir una que es Grande, no puede ser sino parte de ella. No es una entidad aislada, sino todo lo contrario, es una que forma parte de la Grande, como si ésta estuviese repartida entre todos nosotros, sin dejar nunca de ser lo que es. De este modo, participamos de la Gran Alma tanto como en la mayoría de las ocasiones ella nos guía, incluso por derroteros que desconocemos, que no preveíamos, que no se nos ocurría siquiera suponer.

Vistas de esta forma las cosas, podría decirse que no es difícil mirar en marcha a lo más grande, a la Gran Alma. El alumbramiento de un hijo, por ejemplo, es uno de los mayores sucesos. Alumbra el mundo con la vida que pasa de una generación anterior a otra presente. Se asegura así de que la vida no se detenga, mantenga su progresión. En este hecho, igualmente la comunidad de las almas podríamos decir que se regocija, como una vela cuando se enciende tomando la luz de otra. Y por supuesto que el asombro de quienes lo atestiguan no es menor, no se diga de los padres, que ahora pueden mirar el resultado de su deseo mutuo, de su amor consentido y dado.

De acuerdo con la sensibilidad de cada persona, lo más grande es visible tan solo con el despertar a un nuevo día, con la oportunidad de nueva cuenta recibida; está en el campo saturado de flores de otoño amarillas y moradas, de un intensísimo tono; está en la formidable quietud de la maleza, debajo de cuya apariencia nada está detenido; se percibe igualmente en la mirada de un niño cuando pregunta intentando descifrar el mundo que ya se presenta como un enigma ante sus ojos; se hace presente en las grandes creaciones de la humanidad, sean artísticas o para el vivir solamente, de ahí que no sigamos viviendo como en la época de las cavernas.

Pero también es visible en los sucesos que no quisiéramos que ocurriesen, como las guerras, los cataclismos, el extravío social, la disolución de lo que creíamos monolítico y resistente. Algo de valía yace en tales hechos o situaciones cuya utilidad última es desconocida, al igual del asombro de quien despierta otra mañana a la vida. ¿Qué puede haber de valioso o útil en una guerra, en la destrucción de una población por otra, en la proliferación de enfermedades? Ese es el límite de nuestro conocimiento de cómo actúa la Gran Alma o lo Más Grande.

Ante esos movimientos, que desde luego rebasan nuestras posibilidades, recobramos la conciencia de nuestra magnitud, volvemos a mirar que nuestra provisión es escasa ante lo que se requiere, que somos por demás temporales, que nos corresponde ocuparnos de lo que mejor sabemos hacer y además hacerlo bien, que es necesario estirar el alcance de nuestros talentos, de nuestras facultades, de nuestra compasión dinámica, en el afán de hacer frente a la situación. Eso ha hecho justamente que las cosas en el mundo avancen, cambien, mejoren.

En consecuencia, nuestro vivir es igualmente una manera de mirar en marcha a la Gran Alma, a lo Más Grande, que así nos moldea, nos lleva a la consumación de un destino que no alcanzamos a mirar, pero de cuyos frutos ya maduros recibimos más de un beneficio. Entonces, queda para nosotros el asombro permanente, la acción continua, la confianza de ojos cerrados, la certidumbre de que hay un buen destino, porque bueno han sido nuestro trayecto, a pesar de todo, con todo lo vivido, con lo que no se ha tenido ni se tendrá, con lo ganado y con o perdido. ¿Qué mejor lección podría darnos lo Más Grande, la Gran Alma? No lo sé, pero esta me parece mejor que buena.