El Laberinto

El problema de la formalidad

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Ahora que está tan de moda la noticia de que se venden títulos y cédulas profesionales, después de pensar si en verdad apenas se acaban de dar cuenta siendo el tema es un vox populi del tamaño de una montaña y reírme a mandíbula batiente de la “novedosa investigación” que descubrió el hilo negro, me acordé de mi propia situación y entonces las risas se convirtieron en una molesta preocupación.

Resulta que después de conocer al amor de mi vida y pasar cuatro años de felicidad inmensa a su lado, de tener varios “hijos” nacidos de nuestra unión, un día después de una fiesta donde se ventiló lo nuestro a los cuatro vientos, apareció exigiéndome preocupado que debíamos formalizar lo nuestro en una ceremonia pomposa porque si no nadie nos reconocería y le llamó a nuestros productos “bastardos”. Este novio (por suerte) no es de carne y hueso, es mi carrera y me tiene pasando un viacrucis buscándole la boda que merece después de la graduación.

Los trámites para casi todo en este país, por su grado de dificultad, rayan en lo ridículo y motivan dos reacciones contraproducentes: la desidia y el abandono que te lleva a la informalidad ejerciendo de facto o la corrupción que te lleva a dar mordidas a diestra y siniestra o derechito con los falsificadores.

La formalidad es cara, engorrosa e implica compromisos y normalmente no le vemos el sentido, pero en casos turbulentos es el único amparo que queda, a un comerciante ambulante cualquier granadero lo barre igual que a un pasante le pagan lo que quieran, ya ni hablar de la falsa formalidad, esa malvada que te da tranquilidad hasta que vas a dar  a la cárcel, que creo yo que es incluso peor que hacer trámites o que tener bastardos ¿O no?