El Laberinto

El “otro” cambio de voz

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A todos con la pubertad, para bien o para mal, nos cambia la voz y esa transformación es la responsable de que en algún momento de la vida todos hayamos lidiado con la sorpresa de la tía a la que vemos poco al ser saludada con un tono repentinamente grave.

Estos cambios, aunque provocan un nuevo trato social cuando pasamos en el teléfono de que se nos pregunte si está nuestra madre a que nos llamen señor y traten la cuestión con nosotros tienen un origen biológico incontrolable, pero existe un cambio de voz que nace al encontrarnos en situaciones sociales incómodas cuando no estamos muy seguros de nuestra respuesta o de querer darla.

Me refiero a cierta voz agudita y apocada que nace en el momento en el que alguien nos cuestiona sobre algo vergonzoso y debemos responder porque la atención está sobre nosotros, como cuando en la misma reunión familiar en la que nos encontramos a la tía poco vista, a ésta se le ocurre preguntar que si ya que estás tan crecido tienes novias y le respondes que “poquitas”.

O cuando se trata de decidir algo en conjunto y al momento de claudicar terminamos respondiendo un “como quieras”, cuando algo no nos convence tal vez diremos “está bien” o para ridiculizar algo diremos “qué chiquito” o cuando  algo nos sorprende tal vez soltemos un resonante “¿en serio?”.

Esto significa que  además de utilizar diminutivos para suavizar el efecto de nuestras palabras cuando estas pueden ser duras, como en vez de decir “gordo”, “feo” o “chaparro” optamos por  “gordito”, “feito” y “chaparrito,”  nuestra misma voz se transforma en otro diminutivo para evitar que reacciones diferentes a las esperadas por nuestros interlocutores caigan demasiado pesadas o que nuestras respuestas sean tomadas demasiado en serio

Desconozco el origen del tono “conciliador pequeño” tal vez sea un intento por regresar a aquel momento de la vida en el que de verdad hablábamos así y no teníamos que explicar nuestra vida sentimental, o decidir, u opinar, donde no teníamos que hacernos responsables de nuestras propias palabras.

Espero que después de esto no acaben como yo, notándolo todo el tiempo, y si es así y les causo un dolor de cabeza deben insertar la voz aguda mía para leer cuando les digo “ya ni modo”.