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The Fairy Queen, la Reina de las Hadas en el FIC

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Guanajuato, Gto. 12 de octubre de 2014.- Una vez que ocupamos nuestro asiento en el Teatro Juárez, el escenario se convierte en una estación de tren londinense de nuestros días, un detalle que, para quienes hemos vivido en la capital británica, es inmediatamente reconocible. El montaje de La Reina de las Hadas de Henri Purcell, uno de los más importantes compositores británicos, muestra la esencia de una obra que aunque estrenada en 1692, tiene relevancia para nosotros, independientemente de tiempo o distancia. Originalmente la obra dura más de cuatro horas, pero esta adaptación dura aproximadamente 2 horas 45 minutos. El texto está basado en la obra Sueño de una noche de verano de William Shakespeare, pero la estructura es diferente, Purcell no puso música a las palabras de Shakespeare, es más, fue un autor anónimo quien hizo esta adaptación de la comedia y Purcell la musicalizó. Una muestra es un personaje muy divertido y que no existe en la obra de Shakespeare, un poeta borracho. Un detalle interesante es que esta llamada semi-ópera (género inglés) que compuso Purcell 3 años antes de su muerte (falleció en 1695 a los 35 años de edad) desapareció después de su fallecimiento y se descubrió a principios del siglo XX.

Elenco de la puesta en escena de The Fairy Queen (Foto: Especial)
Elenco de la puesta en escena de The Fairy Queen (Foto: Especial)

Pero regresando al Teatro Juárez, la obra comienza con los músicos en escena y poco después entran por las butacas los actores con enormes maletas de viaje, suben al escenario y durante toda la obra, esas maletas cambiarán de posición para transformarlas en trono, o rocas junto a un arroyo, o parte del sueño que llevará a cada uno de esos personajes a un inesperado viaje que los hará conocer diferentes formas del amor.

La Reina de las Hadas es una obra en donde el Amor es quien juega con los personajes. La estación de tren es un lugar de tránsito, un lugar en donde las vidas pueden cambiar, el plan es viajar, pero muchas cosas pueden ocurrir en ese viaje. Los artistas se colocan en el escenario de frente al público viendo hacia arriba, que es hacia donde la gente mira en una estación de tren londinense, para ver de qué plataforma y a qué hora sale el tren que van a tomar. El tren nunca llega, la estación es el lugar de la transformación.

Entre los cantantes hay también dos malabaristas (uno de ellos maneja un impresionante cubo gigante hecho de varilla de aluminio, hueco que al girar genera una ilusión óptica de espacio curvo), una pareja de excelentes bailarines acróbatas que llevan el hilo de la narrativa de los diferentes aspectos de la historia de amor, y todos ellos van intensificando su interacción, jugueteando y poco a poco, con el fondo musical barroco de la música de Purcell, los personajes van descubriéndose a sí mismos, y van encontrando el amor entre los presentes en esa estación de tren. Para los puristas, el montaje puede no ofrecer gran cosa visualmente, pero aquí vale decir, es la esencia y el despojo de lo innecesario, lo que hace que esta producción sea mágica, onírica, elegante y brillante. En un mundo en donde se da un peso desmedido a la apariencia, producciones como esta nos ofrecen un respiro ante el exceso y nos recuerdan cuán sencillo e importante es el contacto con la esencia.