El Laberinto

La crisis del final

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Escape del libro Foto Archivo

Me sucedió dos veces en la misma semana y seguro que a ustedes también les ha pasado que, después de leer un libro o ver una serie o una película llega el final y este es dolorosamente decepcionante, al grado de querer quemar el libro o destruir la pantalla o provocar disturbios en el cine o golpear el rostro de la persona responsable de tal aberración.

Existe como condición para que un final nos parezca malo, que el resto del producto nos guste, pues de otra manera el interés se acaba y tal vez no llegamos al desenlace o si lo hacemos realmente este carece de importancia. La expectativa defraudada es el alma de cualquier decepción.

Un cierre puede romper las expectativas por muchas razones: por ser ridículamente alegre como cuando las cosas se arreglan de la nada; innecesariamente triste cuando todo parece ir muy bien y alguien se muere o fracasa; por no ser consecuente con el desarrollo, como cuando se sacan un personaje de la manga que lo resuelve todo; por estar fuera de tiempo, ya sea muy pronto al terminar de forma precipitada o demasiado tarde cuando no mantienen la tensión y se viven horas extra; por dejar cabos sueltos dentro de las tramas secundarias que nos dejan con la duda de qué pasó con el mayordomo o por carecer de valor para llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias como cuando tienen todo para hundir al villano y al final lo perdonan.

Terminar algo es difícil, tanto para quien lo crea como para quien lo disfruta, y comprometerse hasta el final es un volado del que no siempre salimos bien librados, pero pensemos positivamente, hay dos cosas peores que un mal final: quedarnos con la duda o que alguien nos arruine uno bueno contándonoslo antes de tiempo.