Ecos de Mi Onda

La vida es una película cinematográfica.

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De todos los inventos para la comunicación en masa,

las imágenes aún hablan el lenguaje universal más entendido.

Walt Disney.

 

Los seres humanos sentimos la necesidad instintiva de comunicarnos unos con otros. Pienso que en primera instancia el humano primitivo desarrolló un lenguaje de procedimientos básicos, utilizando gruñidos y movimientos corporales, que pronto se fueron haciendo cada vez más complejos de expresar y de entender. Es decir, inicialmente, pienso yo, las intenciones de la comunicación eran sólo de orden práctico, utilitario. Pero me hubiera encantado ser testigo de cuando una cromañona curiosa observó el cielo nocturno y sintió un leve estremecimiento al ver la luna llena, refulgente, las estrellas titilantes sobre el fondo oscuro de la noche prehistórica y este precioso cuadro le provocó un suspiro. Al lado reposaba el cromañón después de un día ajetreado, limpiar la cueva, llevar a los  inquietos críos a la clase de talla de obsidiana o de pintura rupestre antediluviana, conseguir las chuletas de mamut para la familia hambrienta. En ese momento proto-romántico la mujer tomó un palo y le dio un golpe al hombre para despertarlo… Y ¿luego?

Cinéfilos de corazón (Foto: IEC)
Cinéfilos de corazón (Foto: IEC)

En la penumbra apuntó con el índice un sitio en el cielo y volteo para mirar con ternura el rostro de la persona a su lado y la sintió amada, la persona de al lado vio luz en la mirada de la persona a su lado y sintió algo extraño, luego levantó la mirada hacia donde la pareja a su lado señalaba, y vio extasiado las maravillas del cielo nocturno con un latido en el alma. Volvieron a mirarse y ambos, emocionados y excitados se sintieron amados. Algo más allá de la mera comunicación se había establecido, era poesía pura a la que no le hacían falta las palabras.

Los amigos prehistóricos no se contentaron con las expresiones primarias para relacionar las funciones elementales, no bastaba cubrir la conexión necesaria para buscar el sustento y la protección; en la vida cotidiana estaban ocurriendo demasiados acontecimientos. Así, se fue afinando el lenguaje, las señas, las imágenes y los símbolos. Sentados alrededor de las fogatas narraron historias de los antepasados, pues no querían que fueran olvidados, percatados de que el paso del tiempo deslavaba los recuerdos. Pero (y esto es extraordinario) en los relatos tuvieron que usar la creatividad para reconfigurar los rostros y recrear los acontecimientos, que por tanto se modificaban gradualmente, algunas veces para bien, otras no tanto.

Sin necesidad de mentir apareció la mentira, el falso testimonio y la deshonra, el engaño, la manipulación y el dominio. También apareció la amenaza, utilizada algunas veces sólo como advertencia, pero en otras concretada en acciones para destruir al otro, al diferente, al enemigo. En contraparte, es menester decirlo, surgió la disposición para agradecer, para preguntar, para aprender, y asomó el talento para inventar historias, nacidas de la imaginación y de la fantasía.

A toda la gente le gusta que le cuenten historias, alimentar ilusiones y visitar mundos extraños y fantásticos. Hay un pequeño pasaje conmovedor en la novela La Contadora de Películas, del escritor chileno Hernán Rivera Letelier, que cita que en los camiones nazis que conducían a los judíos hacia los campos de concentración, estos escogían al más elocuente entre ellos y lo trepaban para que fuera describiendo el paisaje del trayecto hacia la muerte.

Pasando el tiempo se fue haciendo normal asistir al teatro para ver dramas y comedias de la vida humana. Se dice que el teatro de Epidauro, construido en el siglo IV a.C. tenía capacidad para ¡14 mil espectadores!. El interés por llevar las historias a un número mayor de gente condujo a crear, además del lenguaje oral y corporal, otros elementos técnicos, gráficos y auditivos, como la Linterna Mágica de Kircher de mediados del siglo XVII, que tenía una pantalla transparente iluminada por una lámpara de aceite, para proyectar las sombras de figuras opacas. La revolución industrial enmarcó a los hermanos Lumiere, Augusto y Luis, quienes patentaron el cinematógrafo el 13 de febrero de 1895. Ahora se podían ver figuras en movimiento mucho más nítidas y reales, como las que observaron asombrados los asistentes a la primera proyección comercial de cine en 1895, exhibiendo escenas de la salida de los obreros de la fábrica Lumiere en Lyon. Después se proyectó la secuencia de la demolición de un muro, luego la llegada de un tren a la estación y la salida de un buque hacia altamar. No faltó quien dijera que eso era brujería.

cine-igeteoEl primer film cinematográfico se tituló El Regador Regado, con una duración de 49 segundos, dos personajes interpretados por Jean Francois Clerc y Leon Trotobas. Un chico travieso pisa intencionalmente la manguera, el jardinero revisa la falla y se empapa cuando el chico retira el pie. Tras la broma, el jardinero persigue al muchacho para jalarle las orejas. Esta cinta se proyectó en el Grand Café de París, el 29 de diciembre de 1895 y se cobró la entrada. No obstante, a pesar de los resultados alentadores, los Lumiere declararon: El cine es un invento sin mayor futuro.

El primer recuerdo, muy borroso, que tengo de una película es la imagen de un enorme sapo, que emergía de un estanque; creo que tenía como tres años y fue en un cine de la ciudad de México, estando allá debido al trabajo de mi papá. De regreso en León, era usual ir al cine en familia los domingos en la tarde y un tema favorecido era ciertamente de hormigas, tarántulas y todo tipo de insectos gigantescos, ya extraterrestres, o producidos por mutaciones debidas a la radiactividad, asunto en boga tras el estallido de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Pero las que más nos gustaban a mí y a mis hermanos, eran las de aventuras de vaqueros o de guerra. La película estuvo muy buena, decíamos, puntualizando que no salió ninguna mujer, pues su presencia significaba lapsos de diálogos que interrumpían las aventuras, balazos, flechazos, bombazos, el estereotipo de los buenos contra los malos. Era una experiencia alucinante abrir la gruesa cortina de la entrada y buscar los mejores asientos con las palomitas y el refresco entre las manos, las luces se apagaban y salía una luz de una ventanita cuadrada en la pared posterior, que viajaba directamente hacia la pantalla, inundándola de emociones inéditas palpitantes.

En la década de los treinta consolidaron los grandes estudios de cine en Europa y Estados Unidos y la industria del cine comenzó a engendrar todo un sistema de producción con actores, directores, guionistas, fotógrafos, maquillistas, gente de montaje, sonido, vestuario, casting, etc. Surgió Hollywood y el star system, Charlie Chaplin, John Wayne, Orson Welles, Clark Gable, Humphrey Bogart, Greta Garbo, Bette Davis, Rita Hayworth, Ingrid Bergman, Lana Turner, por citar solo unos cuantos, a quienes siguieron Marlon Brando, James Dean, Paul Newman, Tony Curtis, Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor, Natalie Wood, Doris Day. En México no cantaron mal las rancheras en la época de oro, con estrellas de luz propia como Pedro Armendáriz, Arturo de Córdoba, Cantinflas, Jorge Negrete, Pedro Infante, María Félix, Dolores del Río, Elsa Aguirre, Silvia Pinal, entre muchos otros grandes actores y actrices. Por parte de Europa ¿Cómo no recordar a Marcello Mastroianni, Alain Delon, Jean Paul Belmondo, Sophia Loren, Brigitte Bardot o Virna Lisi?

En un cine la democracia fracturaba sólo con la brecha entre luneta y balcón (gayola), pero en León había cines para todos los gustos y clases sociales. En los cines piojito, podíamos ver hasta tres películas por el costo de un boleto, como el cine Isabel o el cine Coliseo; había cines medianos como el Reforma, que proyectaba sólo películas mexicanas, el Hernán, o el cine Vera que pasaba refritos y películas para adultos, que para las series actuales de televisión abierta resultan definitivamente decentes. En el cine Coliseo vi a Tin Tan bailando chachachá en la corte francesa del siglo XVII y en el Cine Las Américas me tocó estar presente en el estreno de Ben Hur, emocionado con la lucha de galeras en alta mar, la carrera de cuadrigas, y secándome discretamente una lágrima furtiva con el dramático final.

Muestra cine destacadoSí, añoro esos cines enormes, como el cine León o el cinema Estrella, especies que se extinguieron del hábitat humano, en los que la sociedad convivía pacíficamente gozando del espectáculo cinematográfico, inmersos en las fantasías de las comedias y los dramas, las risas y los sustos los momentos románticos y la crudeza de los actos de violencia. Ir al cine era un acto social, un ritual catártico, un evento iniciático de relaciones amorosas, una costumbre de clan, un ejercicio intelectual, un divertimiento inocuo, un amparo de la soledad, una vida prestada transitoria, un viaje por el mundo o hasta un paseo por el universo.

¿Para qué recordar? Es inevitable, vivimos exclusivamente el momento, con todo y sus momentos de angustia y de felicidad. El futuro es un horizonte que a cada paso se alarga y el pasado sólo se observa en los recuerdos que se destiñen con el tiempo. Pero todavía nos gusta reunirnos alrededor del fuego para contar historias, para no olvidar a nuestros seres queridos, cerramos la cortina y empezamos a proyectar la película de nuestras vivencias, que en ciertas ocasiones despiertan el gusto de escucharlas y en otras podemos aburrir a la concurrencia, utilizamos diálogos, vestuario, escenografía, ambientación de época, efectos especiales y hacemos el casting de los personajes admitidos en el guión. Las escenas corren en 24 cuadros por segundo, de tal forma que logramos eficientemente la ilusión del movimiento, siempre y cuando no existan eventualidades que nos tengan que hacer gritar ¡Cácaro!

La vida cabe en una película cinematográfica.