El Laberinto

¡Salud! 

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El vino como forma de reflexión existencial de las vivencias que los seres sociales tenemos.

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He de confesar dos cosas, primero que estoy escribiendo este laberinto con una botella helada de cerveza que alterno con el teclado y el mouse y que soy una ferviente defensora de la borrachera.

Contra la triste ortodoxia que nos dice que el alcohol hace daño, como todo hasta aquello que vemos más inofensivo, sostengo que guardando la justa medida entre los espacios y los tiempos en que lo hacemos, beber es uno de los grandes placeres que nos depara la vida, no solo por su sabor y efectos si no por las implicaciones personales y sociales que encierra.

Tengo la costumbre de hacer pasar a las personas que tengo cerca por una especie de rito de paso que rompe las distancias iniciales y que con su constante repetición y posterior diversificación hacia otro tipo de actividades los convierte en amigos, este rito consiste en irnos a tomar algo juntos, rompiendo la rutina, cambiando el espacio y creando nuevas reglas.

Al calor que brota de las copas, van saliendo las verdaderas personalidades, gustos e intenciones de los que comparten el momento e igualmente les damos la oportunidad de conocernos y decidir si quieren permanecer cerca de nosotros o comenzar a plantearse la huida. Es por ello que salvo los que lo hacen por prescripción médica los no bebedores me generan desconfianza y no soy la única que lo piensa, algo obscuro debe haber dentro de quien teme mostrarse o conocer a los demás.

Una francachela bien llevada crea complicidades y memorias, además de ser un catalizador, lo que sea que vaya a sucede entre los participantes, desde un beso hasta una pelea, pasara más pronto y lo que tenga que durar seguirá al día siguiente cuando todo renovado regrese a la normalidad. Conociendo esto hay que tener cuidado con tomar riesgos tontos, como manejar o intentar hazañas, pues los prejuicios, para nuestra desgracia, se van junto a la coordinación.

Incluso la temida cruda tiene el poder de darnos un fondo que tocar, un pequeño limite que respetar, un medio de contraste para valorar lo hermoso que tenemos, un espacio de reflexión y un cese a nuestro ritmo vertiginoso, la embriaguez es quizás un pequeño adelanto de la felicidad del día siguiente.

Solo me resta decir para todos los que llegaron, se fueron o se quedaron mientras sostenía un vaso ¡Salud!