Ecos de Mi Onda

Moneda de Cambio (III/III)

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la valoración del arte verdadero como satisfactor de necesidades básicas, diferenciado del arte comercial, nacido desde su origen para cumplir fines mercantiles ¿Qué valor se le da al arte sublime en el seno de los procesos actuales de oferta y demanda?

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Los espejos se emplean para verse la cara; el arte para verse el alma.

George Bernard Shaw

Continúa III/III… Todos los congregados se fueron a dormir confundidos con las historias de Olegario, pero programaron una nueva reunión para la tarde siguiente, inquietos por definir propuestas para la solución de sus problemas.

Los conceptos se fueron haciendo más complejos, se habló de la cadena productor-consumidor, de materias primas y de producto manufacturado. Por alguna razón la tierra se fue haciendo de lado como la base de la economía y sobre la que giraba el estado de la familia, la conducta social y las raíces de las expresiones artísticas y culturales, y que tenía como marco un gobierno respetuoso de la naturaleza humana y de los procesos mediante los cuales la comunidad buscaba la satisfacción de sus necesidades básicas. Esa tarde fue fundamental y los cambios ineludibles empezaron a tomar formas específicas, encauzados por nuevos liderazgos que ya no compartían las formas tradicionales y que se mofaban de la ingenuidad del sistema bucólico de intercambio, que para ellos no embonaba con los nuevos tiempos.

Eufonio pesaroso deambulaba por el mercado, pero nadie ponía atención a su canto melodioso en medio de la borrasca de las discusiones y propuestas descabelladas que surgían de todos los grupos apostados a lo largo y ancho del mercado, para tratar de resolver las diferencias y encontrar soluciones. Eufonio no entendía nada y menos con el estómago vacío, pues apenas sí había probado bocado en los últimos tres días, después de que se le terminaron todos los víveres que había guardado, no por prevención, sino por los ciertos excedentes que le habían dispensado sus escuchas en pago por sus destacadas habilidades artísticas, que por ahora extrañamente no conseguía que funcionaran como era costumbre.

Pasó el tiempo y Eufonio caminaba desorientado por las calles empedradas del pueblo, en el que le golpeaban las nuevas circunstancias humanas, el mundo gris del amor por el poder y las riquezas le habían robado los colores a la naturaleza, ya no tenía ni la guitarra para cantarle alabanzas al Señor, pues la había tenido que dejar en prenda por alimento. Parecía que en el nuevo mundo el arte no tenía cabida, ya nadie lo procuraba para escuchar su voz y sus composiciones poéticas sobre los acontecimientos ocurridos a los individuos en la comunidad, nadie sabía tasar la cantidad de nuevas monedas que Eufonio debería percibir por sus servicios.

Después de medio año el escenario tenía cambios radicales a los que progresivamente la gente se empezaba a, no digamos acostumbrar, sino a sobrellevar como una condición lamentable para la mayoría. Era un ambiente en el que se respiraba desesperanza, a pesar de que las ahora llamadas Autoridades explicaban que sería un período transitorio para que el nuevo sistema funcionara de manera óptima y pronto brindara beneficio a toda la comunidad. Ya trabajaba la Casa de Moneda que emitía circulante metálico, para lo cual, de acuerdo a informes recabados por emisarios enviados por las Autoridades al exterior con el fin de conocer los procesos de acuñación, acumularon previamente las existencias de plata, además de las de cobre y estaño, elaborando las monedas con un diseño que tenía por una cara la representación simbólica de la reciente nación, a la que bautizaron como Adulescens, pensando en un pueblo joven en busca de un desarrollo propio utilizando todo el potencial de sus capacidades, habilidades y valores, siendo entonces una pareja de jóvenes en relieve con el torso desnudo. Por el otro lado indicaba el peso de plata que le asignaba un valor correspondiente. El lema que seleccionaron en las asambleas fue de Intercambio con Equidad, mediante el cual buscarían olvidar las rencillas generadas por las diferencias de opinión que los obligaron al cambio de sistema económico y las implicaciones sociales concurrentes.

La mayor parte de la gente no sabía quiénes eran las Autoridades, ni las funciones que desempeñaban, sólo sabían de cierto que el día de la llamada votación a todos les habían entregado un papel que tenía un círculo que deberían cruzar con una equis y que luego habían contado esas hojas, dándose el resultado que designaba un grupo de personalidades que se encargarían, de ese momento en adelante, en resolver todos los problemas que se presentaran en lo que denominaban el nuevo país.

Al no saber realizar ningún otro trabajo diferente al que había desempeñado toda su vida y sin posibilidades de conseguir monedas por una labor a la que nadie se preocupaba en esos momentos en tasar, Eufonio se vio precisado a salir del pueblo en busca de cambiar su destino de alguna forma, pero sin ninguna idea que le procurara al menos vislumbrar un plan. Caminó toda la noche por veredas agrestes hasta que en un área boscosa, tiritando de frío se llenó de pánico al sentirse perdido en la oscuridad y cayó desfallecido el piso blando de hojarasca. En la madrugada, una joven que llevaba a pastorear un hato de cabras hacia el valle bajo el bosque, se apiadó de él y lo llevó a su casa.

Después de una semana de preocupación por parte de los pastores, que no veían mejora en el extraño personaje, a pesar de los cuidados misericordiosos, en particular de Sigalia, la joven que lo encontró sin sentido al lado de la vereda y quien empezó a sentir cierta atracción por el forastero, este abrió los ojos y trató de levantarse sin lograrlo por la falta de fuerzas. La joven corrió por su madre y entre ambas lo ayudaron a sentarse y a tomar un cocimiento caliente de hierbas curativas. A partir de ese momento Eufonio empezó a recuperar la salud de su cuerpo, pero no de su alma que se endureció como una piedra. Solicitó a los pastores que le permitieran quedarse con ellos y trabajar de lo que fuera para ganarse el sustento, aprendiendo pronto el oficio de pastor por el que le pagaban dos monedas de plata, lo que le ajustaba para pagar la renta de una pequeña choza y su frugal alimentación. Nunca dio cuenta en ese nuevo ámbito de sus habilidades musicales, sólo seguía un patrón de conducta hosco, pero educado, que le granjeó el respeto de la comunidad.

Shefa, el más importante dirigente de Adulescens prepara el festejo para la boda de su hijo, se ha convertido en el principal accionista de la comunidad debido a su astucia para acaparar productos a bajo precio y venderlos a un precio superior, simulando escasez o saturación en los nuevos modelos mercantiles de oferta y demanda, y que por desconocimiento de la gran mayoría, todos preferían darlos por justos, sin que nadie se atreviera a discutir y mucho menos a sabiendas de que Shefa controlaba las fuerzas públicas, mediante ciertos privilegios fuera de las normas de pago de impuestos, los que fueron establecidos para que la Dirigencia se hiciera de recursos para “aplicarlos en la obra pública necesaria para mantener el desarrollo del país”.

A pesar de no ser un hombre viejo, Shefa evocaba que siendo joven había escuchado con emoción aquellas canciones apasionadas que interpretaba un cantante en el antiguo mercado. No se acordaba del nombre y preguntó a la gente vieja si sabía qué había ocurrido con él después de tanto tiempo. A pesar de que nadie le supo dar razón más allá de que se llamaba Eufonio, tuvo la corazonada de que estaba vivo y se empecinó en encontrarlo a toda costa para que cantara en la fiesta de bodas, pues por esos rumbos la música se había olvidado por completo y la ocasión ameritaba recuperarla. Las circunstancias jugaron a su favor, pues un anciano ganadero que había pasado por el poblado en el que Eufemio residía, lo reconoció a pesar de ver su desencajado y mustio semblante, e incluso trató de pedirle que le cantara una canción que le había escuchado en los ayeres, pero en una distracción lo perdió de vista y siguió su camino hacia la gran ciudad.

Se estableció la consigna de llevarlo ante el dirigente fuera como fuera. De esta forma, cuando la guardia encontró a Eufonio con las señas aportadas por el viejo ganadero, sencillamente lo capturó dejando suelta a la manada que pastoreaba y lo trasladó ante el jefe quien lo recibió con un abrazo, en un lance por demás sorpresivo para el cantante. Cuando se le planteó que participara con su canto en el festejo, se negó rotundamente y Shefa indignado lo mandó azotar para hacerlo recapacitar, pero sin resultado, de tal forma que furibundo lo mandó encerrar en una mazmorra. Josefina, tía de Shefa fue testigo de toda la cadena de acontecimientos y decidió liberar a Eufonio, no sólo por considerarlo inocente, sino porque siendo joven había tenido una secreta relación amorosa con el artista, en realidad producto de la cual había nacido Kasper, padre de Lavinia, prometida de Telfer el hijo de Shefa. Josefina vivía decepcionada por la despiadada situación imperante en el país, en la que se había olvidado el reconocimiento de todas las expresiones artísticas, menospreciadas como algo inútil e improductivo.

Josefina logra rescatar a Eufonio y ambos huyeron de  Adulescens, sin que jamás se volviera a tener noticia de ellos. La boda de Kasper y Levinia resultó monótona como era costumbre en aquel lugar en el que la música se había apagado por su nula rentabilidad en el mundo de las equivalencias mercantiles. Sin embargo, Levinia tenía la raíz del renacimiento de las artes y con el paso del tiempo su hijo Orfeo dio muestras de llevar la música en las venas, lo cual fue advertido fácilmente por Shefa, quien con el tino empresarial que lo distinguía, fue preparando un grupo orquestal e integró a varios jóvenes de presencia agraciada y se inició con gran éxito económico en el negocio de amenizar las fiestas de toda índole. Después de todo, en el mundo especulativo de la economía, la música tenía un lugar, que sabiéndola impulsar y organizar debidamente era satisfactoriamente muy rentable.

Por todo lo demás, aquel nuevo sistema que había iniciado con gran incertidumbre se volvió normal, las injusticias se allanaban con el dulce de las promesas de campaña y con prebendas para aquellos que mostraran lealtad a las Autoridades. Los rebeldes inconformes eran reprimidos y castigados por traidores a las instituciones. Tal vez suene ridículo, pero un final adecuado para este relato podría ser: Colorín, colorado, este cuento no ha terminado.