Entre caminantes te veas

LOS INVISIBLES

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Hoy ya no,  hoy se lamenta cada ladrillo y cada piedra porque nos han dejado en la oscuridad. Dejó de ser un hogar para convertirse en un infierno lleno de recuerdos de él.

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Fue una tarde de mayo cuando la camioneta blanca entró a toda velocidad por la calle y solo aminoró su prisa y frenó los segundos necesarios para tomar  a Emilio del brazo y subirlo al vehículo. Desde entonces no lo hemos vuelto a ver.

De nada han servido las denuncias de los testigos, la declaración de un hombre que grabó las placas con su celular. Mejor nosotros investigamos y nos encontramos con que el dueño legal de la camioneta era el hijo de un funcionario muy poderoso. Solo así comprendimos por qué el desgano en encontrar a mi niño, por qué la indiferencia a nuestro dolor, por qué el silencio y la espera. Siempre es el eterno juego entre lo justo y lo necesario. Para llegar a rozar el poder hay que transitar a veces un sendero plagado de mierda y llenarse de ella hasta los codos, el pecho o  donde sea necesario.  Como si el poder valiera la vida de un hijo, la tranquilidad de un padre, la paz de la certidumbre.

Así es como nos dimos cuenta, mi pobre prieta y yo, de que si no buscábamos nosotros, nadie más lo haría. Perdimos hasta nuestros trabajos por estar repartiendo volantes, entrevistando testigos, investigando los hechos y visitando los probables lugares a donde se lo pudieron haber llevado.  No recuerdo cuándo fue la última vez que dormimos.

Entonces supe los mil destinos que podía tener un niño robado, desde ser víctima de prostitución hasta vendido a familias de extranjeros sin hijos, pasando por mil horrores más. En cada rostro busco su rostro y en cada mirada intento encontrar la suya, pero no he tenido éxito. Intento darme ánimos y pensar que la falta de noticias se debe a que vive y espera que lo rescatemos. Sin embargo, cada noche es un infierno mirando su cama vacía y pensando ¿dónde estará durmiendo? ¿Tendrá frío? ¿Habrá cenado? ¡Dios mío que no le estén haciendo daño! Mis brazos vacíos de su cuerpecito, mis manos sin sus manos, mi vida sin la de él. ¡Cuánta desesperación!

Fueron interminables los primeros días esperando una llamada pidiendo rescate por él, pero nunca hubo una. Lo cual descartó el secuestro como móvil, entonces ¿para qué lo querían? No sé de dónde le salen tantas lágrimas a mi prieta y al mismo tiempo tanta fuerza para ir y venir en busca de una esperanza, mirando en la morgue detenidamente los cadáveres de niños para asegurarse de que ninguno es el nuestro.  Ya no importa cómo nos lo regresen ni en qué condiciones, pero que nos lo regresen, nuestro amor hará que sus heridas sanen. Pero no, parece que nadie nos escucha, que todos se han vuelto sordos de pronto, incluso Dios.

Miro su pelota abandonada, a punto de desinflarse por la depresión de no tenerlo y me siento igual que ella, puedo comprenderla. Loquillo, el perro, no hace más que estar echado encima de la almohada de mi Emilio, esperando su regreso o tal vez seguro de que no regresará. Esto es insoportable. Uno se vuelve nadie, invisible y al mismo tiempo hay una chispa encendida en el interior que grita que mientras no haya un cadáver mi hijo está vivo. No sé en qué condiciones pero vivo. ¡Ojalá vivo! ¡Ojalá bien! … ¡Ojalá!

Entonces observo ese cuarto miserable en el que habitamos, y que sin embargo, durante todo este tiempo había sido todo lo que necesitábamos para sentirnos felices y completos. Hoy ya no,  hoy se lamenta cada ladrillo y cada piedra porque nos han dejado en la oscuridad. Dejó de ser un hogar para convertirse en un infierno lleno de recuerdos de él.

Mi mirada se queda inmóvil, fija en las tres sogas listas que penden de la viga del techo. Una para mi prieta, otra para loquillo y la tercera para mí. Si es su cadáver lo que aparece permitiremos el abrazo de esas cuerdas que aliviarán nuestro dolor. Mientras tanto, lo único que nos queda es mirar al horizonte y susurrar: Aquí estamos, no nos hemos olvidado de ti Emilio, seguiremos buscando…

Hay huellas que desaparecen en la arena y quedan incompletas, mientras uno se pregunta ¿quién cuida de nuestros niños?