Ecos de Mi Onda

Emociones encontradas

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1. Me emocionó verla

En el fondo de nosotros mismos siempre tenemos la misma edad.

Graham Greene (1904-1991) Escritor británico

De alguna manera me emocionó verla, la dama con su pelo entrecano, una digna y hermosa apariencia sexagenaria, aproximándose a los setenta, llevando una vestimenta alegre y juvenil, tal como debería siempre ser en todas las personas de esa edad que no se rinden ante algunas convenciones, que de ninguna manera se encuentran escritas como normativa, pero que pretenden hacer ver que las personas de edad mayor sólo sirven para entorpecer el flujo de los acontecimientos.

(Foto: Especial)

Me llamó poderosamente la atención el brillo de sus ojos que, ante la realidad visual, me atrevo a decirlo, al mismo tiempo proyectaban al interior de su cerebro una película de los años pasados mientras, sentada en una banca de hierro forjado pintada de verde, frente al kiosco del jardín de la Unión, escuchaba a la Banda del Estado tocar el danzón Nereidas. Al observarla, la forma como se movía con un ligero vaivén sentada en su lugar llevando el ritmo con los pies, con los brazos y las manos, de manera discreta y contenida, resultaba la imagen de una mujer evidentemente apasionada, según mi forma de ver.

Fijando la atención en ella, traté de realizar una especie de acción de zoom, como el de las cámaras fotográficas, con el fin de explorar instintivamente ciertas áreas interesantes del objetivo, enfocando cuadros específicos para afanosamente descubrir mayores detalles sobre la imagen. En la atmósfera sonaban las trompetas y los clarinetes de la banda y las percusiones marcaban ese ritmo indiscutiblemente genial, ineludible si de bailar se trata, cubano hasta la médula. La batería, el contrabajo, la clave, el güiro, los tambores y las tumbas como fondo sublime de la armoniosa melodía, subiendo y bajando de intensidad, con un ritmo contenido, intimo, al grado de que la danza total se reduce al movimiento en el área de un ladrillo, como lo afirman los auténticos bailarines, y luego de pronto el ritmo explota y se expande hasta ocupar el universo entero en el que late el corazón y se dilata el alma. 

Entonces, repentinamente se levantó del asiento y la vi girar y girar, girando al ritmo vibrante de la música, bailando como si lo hiciera con una pareja inexistente, ausente en el tiempo, pero como si en realidad ocupara un volumen específico en el espacio, porque puedo asegurar que ese ser estaba materializado y puedo afirmar que se podía ver claramente que la sujetaba del talle.

Su hija, tenía que serlo por el enorme parecido físico que compartían, y quien había permanecido sentada, también se paró a bailar conduciendo con ambas manos a su hija, tenía que serlo pues resultaba igualmente parecida, y de esta forma eran tres generaciones en la escena las que danzaban al ritmo de la Banda.

Yo me encontraba en una banca contigua, sentado tranquilamente con mi nieto. La Banda Municipal siguió tocando su repertorio y al ejecutar un intenso pasodoble, mi nieto se paró y comenzó a imitar los ademanes del director con entusiasmo, lo que presumiblemente llamó la atención de la linda niña, quien se acercó a nosotros sin ninguna timidez y trató de tomar a mi nieto de la mano, como invitándolo a bailar, pero él claramente sorprendido y cohibido dio la media vuelta para dirigirse a mi lado. La niña lo siguió con empeño tratando de convencerlo, pero la abuelita fue por ella y acercándose a nosotros, con una exquisita sonrisa nos dijo: los hombres son los que siempre huyen.

 2. Las raíces del odio

Se ha vuelto terriblemente obvio que nuestra tecnología ha superado nuestra humanidad.

Albert Einstein.

El joven Dr. Víctor Evans llamó a su jefe inmediato el Dr. Komodor. Visiblemente exaltado, le solicitó respetuosamente que acudiera lo antes posible al laboratorio para presentarle los resultados de los experimentos genéticos realizados con la última serie de muestras de células de embriones. Con mucha cortesía le expresó que prefería ser reservado en ofrecerle los detalles por teléfono, explicándole las razones e intentando convencerlo de la necesidad de que revisara y observara los resultados directamente, ya que las conclusiones habían dado un giro hacia un área inesperada de mayor trascendencia.

Ya tenía cuidadosamente ordenada la información para presentarla al comité directivo de la Empresa, pensando con optimismo y cierto margen de certeza el notable impacto que producirían los resultados de su laborioso trabajo experimental, así como para redactar el artículo correspondiente, que con seguridad publicarían en la revista Nature. Con esto concluía la etapa final del proyecto que se le había asignado y los resultados eran realmente, mucho mejor que los esperados.

Víctor estaba feliz, contrastando con su comportamiento digamos, normal, como hombre solitario y taciturno. A los veintiséis años se había doctorado en genética, con notas sobresalientes y la Empresa, que lo tenía en la mira, pronto lo seleccionó para integrarlo al staff, asignándolo al laboratorio de Regeneraciones Genéticas.

Era la víspera de Navidad y decidió ir a celebrar solitario, como era su costumbre, el éxito de los experimentos. Sentía que ahora su vida tomaba el rumbo correcto y que sin duda sería merecedor de un ascenso y por consiguiente, de un aumento salarial significativo, entonces tal vez, sí, tal vez, se repetía, sería capaz de presentarse ante Cornelia para pedirle matrimonio.

Un muñeco de Santa Claus recibía a los clientes, con movimientos acompasados de cabeza y brazos, invitando a pasar con una sonrisa bonachona. En el piso a los lados del pasillo de entrada había imitación de nieve, velas encendidas y casitas luminosas. Atrás un espejo grande reflejaba la entrada de la clientela, que en ese momento no era muy numerosa en el Bar El Consulado, donde le gustaba asistir ya que era un lugar tranquilo, en el que se escuchaba la música retro de los años setenta que tanto le gustaba desde que era niño, cuando sus padres ponían en la consola aquellos discos negros de vinilo.

Pidió una cerveza Heineken… You´ll never find, no matter where you search, someone who cares about you the way I do… se escuchaba en la bocina cercana a su mesa, mientras daba sorbos a la cerveza y seguía mentalmente la tonada. En su mesa había una banderita de Grecia, la cuna del pensamiento occidental que tanto admiraba. Demócrito, decía siempre, era algo así como su ídolo y guía intelectual en el desarrollo de labores científicas, iluminándolo en las concepciones especulativas, mientras que Hugo de Vries, también decía, lo llevaba de la mano en el trabajo experimental. Generalmente no acostumbraba beber pausadamente más de tres cervezas, pero dada la ocasión no sólo se bebió las tres cervezas de costumbre, sino también tres wiskis en las rocas, así que salió después de las once de la noche, dando traspiés, pero con una sonrisa franca en los labios delgados de su rostro redondo y colorado.

Por la mañana, la Sra. Khattab abrió la puerta del departamento del Dr. Evans y lo vio tirado boca arriba en el piso con un fuerte golpe en la cabeza y una herida que había sangrado profusamente por un buen rato. No respiraba, así que confundida y conmocionada, apenas sí pudo marcar el teléfono de la policía. De acuerdo al reconocimiento exhaustivo preliminar, al parecer no había duda, el Dr. Evans se había resbalado y se había caído hacia atrás, dándose un impacto mortal en la nuca al caer como tabla sobre el escalón del baño. Los agentes revisaron el celular buscando datos de los familiares, para avisarles del penoso percance.

Al paso de seis meses apareció un curioso artículo científico de autoría del Dr. Komodor, en el que se describía un intenso estudio realizado con células de embriones, en el que se afirmaba que, tras intensas modificaciones de ADN, se había logrado corregir una especie de alteración que conducía a integrar el odio y la violencia en la conducta humana y que mediante una técnica de manipulación genética de corta y pega, sería posible realizar una mutación embrionaria para intercambiar esas malignas raíces, por las raíces del amor.  

En el amanecer de un nuevo día, el Dr. Komodor despertó con una necesidad de ir al baño y después de satisfacerla miró por la ventana de su amplio departamento a la gran ciudad aún entre sombras, su rostro sereno no mostraba en absoluta huellas de las raíces del odio.