Ecos de Mi Onda

Momentos Dorados

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La fusión de dos personas en una da como resultado dos medias personas.

Wayne Dyer

Me gusta jugar a los gatos con Gonzalo y a ayudarle a resolver los crucigramas, si bien no soy capaz de estar por horas en la mesa dedicándole tiempo al periódico como lo hace él, pero ambos hemos llegado a acuerdos no escritos mediante los cuales respetamos algunas de nuestras diferencias importantes o hasta aparentemente triviales. A mí me fastidia que se orine fuera de la taza, y él no deja de mostrar su enojo si no le pongo la tapa a la crema dental, así que siempre tratamos de aplicar la tolerancia para que funcione nuestra relación.

Un día, platicando después de comer me dijo muy serio: La felicidad es un momento dorado en el transcurso normal de una vida ordinaria. No sé de donde habrá sacado la frase, pero yo le respondí preguntando ¿Por qué no tratar de ser feliz en el transcurso normal de una vida ordinaria? Claro, agregué, apreciando con intensidad no sólo los momentos dorados, sino también los que calificamos de intrascendentes, como peinarme frente al espejo para verme mejor. Así se podría hablar de una vida feliz ¿no lo crees? Pero, además dime, a todo esto ¿qué es un momento dorado?

Bueno, momentos dorados, momentos mágicos…

– ¿Cómo sacar un conejo de un sombrero?

– ¡No seas tonta!

– Bueno dime ¿qué es un momento dorado?

Gonzalo se quedó callado y tal vez se puso a pensar en otra cosa, o desestimó mi pregunta, o qué se yo. Sin su definición de por medio, de todas formas, eventualmente me gusta pensar en momentos dorados de nuestra relación. Cuando lo conocí en la Universidad fue un momento equis, me pareció pedante, pero luego después se acercó a platicar conmigo y lo fui sintiendo tierno, con su conversación sencilla y agradable.

Un momento dorado fue cuando pasamos toda una tarde platicando sobre el viaje de prácticas a Oaxaca, se habían juntado varios grupos de semestres diferentes, entre ellos de las licenciaturas de odontología, donde estudiaba Gonzalo, y en Trabajo Social, donde estudiaba yo. Nos iban a llevar en varios camiones. Teníamos poco tiempo de conocernos, pero se acercó para preguntarme si iba a ir al viaje de prácticas, le contesté que sí, luego me preguntó que si le gustaría que nos la pasáramos juntos. Yo le respondí que iríamos muchos compañeros y que todos estaríamos juntos. Se quedó callado, pero claro que entendí la pregunta y finalmente le respondí –sí, por qué no.

Después platicamos por largo rato de muchas cosas, de nuestros gustos, de la familia, etcétera, lo importante fue que lo noté interesado en andar conmigo y me agradó. Después de estar en Oaxaca, el siguiente punto fue Hierve El Agua, en ese momento sin idea sobre sus atractivos, pero ese lugar ahora significa mucho para mí. Estar en medio de la sierra Mixe viendo las cascadas petrificadas tras un baño en los manantiales fue espectacular. Gonzalo y yo bajamos una pendiente empinada para ver de cerca un maguey con sus racimos de flores amarillas en el tope del tallo –ya se va a morir– expresó –¿por qué lo dices? – pregunté –porque así es su ciclo, luego le cortan el tallo y utilizan la piña para producir mezcal– me dijo muy serio. Sacó de la bolsa de su pantalón una navaja y se puso a trazar algo en la penca, me acerqué, era un corazón, y empezó a cantar –grabé en la penca del maguey tu nombre… Ambos reímos con ganas y fue cuando nos besamos, allí, frente a las montañas de la sierra. El atardecer fue muy bello, con el sol lanzando bandas sonrosadas sobre las montañas del poniente. En la explanada de la entrada se dispuso el campamento con tiendas de campaña y se desató la fiesta hasta la madrugada. Varios compañeros se pusieron locos con las cervezas y el mezcal. Me gustó que Gonzalo no se emborrachara. Cansados nos fuimos a una tienda de campaña como algo natural, estuvimos solos, dormimos juntos. Momentos mágicos, una paloma blanca saliendo de la chistera. A la semana siguiente del viaje me pidió que fuera su novia, yo le dije de broma que lo iba a pensar – No, no te creas, acepto, no sea que te vayas a arrepentir.

No se cómo se me ocurrió, si lo hubiera pensado bien jamás lo hubiera hecho, pero con todo creo que no me arrepiento, porque me hizo conocerlo en toda su extensión, pero fue un episodio que me sigue apenando, una broma de mal gusto. Ya teníamos algunos meses de novios y esa tarde estudiaba sola en casa, luego me puse a divagar y aun cuando me aseguraba muy bien de evitar un embarazo, de pronto pensé en lo que sucedería si en una de esas quedara preñada. No sé, pero automáticamente levanté el teléfono y lo llamé – Gonzalo– hice una pausa –Gonzalo…¿Qué pasa?– Me contestó alarmado –No me ha bajado, ya tengo más de tres semanas, a lo mejor estoy embarazada– El silencio del otro lado de la línea fue muy prolongado y casi divertida me imaginaba su cara de angustia, así como también su respuesta, pues mal pensada supuse que reaccionaría tratando de convencerme de los inconvenientes de tener un hijo, pero me equivoqué rotundamente –… bueno, lo importante es que estén bien los dos, mañana te acompaño a ver a un médico para que los revise… a ti y a mi hijo– Me quedé petrificada como las cascadas, avergonzada de mi ligereza, pero muy orgullosa de mi novio ¡Vaya momento dorado! Al verlo después, estúpidamente le dije que precisamente en la noche me había bajado, que había sido falsa alarma, y le ofrecí disculpas por haberlo preocupado y lo besé con ternura.

Nos casamos después de terminar nuestras respectivas carreras. A partir de entonces puedo decir que hemos tenido felicidad –Momentos gratos en el transcurso normal de una vida ordinaria, o el transcurso normal de una vida grata con momentos ordinarios– Nos gusta la intimidad, platicar, a veces me hace caso, a veces no, a veces lo escucho, a veces no, pero cuando se presenta un asunto que amerite atención, algo que requiera tomar una decisión importante, nos consultamos y nos apoyamos en serio. Tengo muchos motivos para amarlo, es buena persona, me quiere, me respeta, me apoya, reconoce la importancia de mi trabajo en el centro de rehabilitación. Él es muy profesional, exitoso y compartido.

Pero hay una razón superior que me hace quererlo. Mi única hermana, Silvia, varios años mayor que yo, se casó muy enamorada. A su esposo le ofrecieron un trabajo fuera de la ciudad y ella se fue con él, luego se embarazó, tuvo un niño hermoso, pero él la abandonó, jamás lo volvió a ver, mi sobrino nació con síndrome de Down. Regresó a la casa enferma de desilusión y no quería hacerse cargo de Alfredo, como lo bautizamos. Mi mamá y yo nos comprometimos a sacarlo adelante, y fue por entonces cuando me decidí a estudiar la carrera de Trabajo Social, en principio pensando en una mejor educación para mi sobrino, pero luego me pegó fuerte la vocación y enfoqué toda mi atención hacia los niños con esta manifestación.

Un día que no estábamos ni mi mamá ni yo en casa, mi hermana se salió con Alfredo, no sabemos cómo fue, sólo nos avisaron que habían sido atropellados. Ambos murieron en el accidente.  Anímicamente ella ya se había muerto, pero el niño tenía toda una vida por delante, no me atreví a verlo, sólo miré la cajita blanca con el cuerpo inerte.  Así, cuando Gonzalo me pidió que nos casáramos, yo le dije que sí, pero que había una condición que probablemente no aceptaría. Le dije absolutamente en serio que yo no iba a tener hijos, aun cuando fisiológicamente podía tenerlos. Ya antes le había contado la historia de mi hermana y Alfredo, pero no de lo terriblemente afectada que quedé por esta causa, al grado de hacerme la promesa de que, tratándose de niños, volcaría toda mi vida a la atención de los afectados con síndrome de Down. Sin ninguna señal de perturbación Gonzalo me contestó – Bueno, te parece bien dentro de cuatro meses. No hubo debate de ideas, ni sobre el instinto maternal, ni sobre la trascendencia por la descendencia, nada. En ese momento fui muy feliz, nos casamos, tuvimos una fiesta familiar sencilla, íntima, sólo mi mamá y su familia, además de algunos amigos. Eso nos permitió disponer de recursos no sólo para el viaje de bodas, sino también para comprar los enseres básicos de nuestro hogar.

No obstante, nunca dejan de surgir los pensamientos. Viendo la luna llena vienen preguntas ¿un hijo?, al ver un anciano cruzando la calle ¿qué será de mí?, los niños jugando a la pelota en los jardines ¿son válidos mis argumentos? Sigo firme, pero él me hace pensar, por eso continuamente trato de fortalecer mis justificaciones. Mi hermana no era mayor de treinta años, las estadísticas marcan que a esa edad hay probabilidades de uno cada mil quinientos. Les llaman mongoles, mongólicos. Los otros niños, y muchos adultos también, se ríen de ellos, los tratan con burla y en ocasiones, hasta con una crueldad innecesaria ¿tengo miedo, inseguridad, debilidad de carácter? Seguramente sí ¿Es justo negarle a Gonzalo la posibilidad de ser padre? ¿de poder jugar cariñosamente con un hijo, llevarlo a la escuela, escuchar sus risas y primeras palabras? Seguramente no.

Puede ser que él haya pensado que después cambiaría de opinión, que el tiempo me ablandaría al pensar en el don de ser madre, el instinto maternal, pero ya son siete años, tan largos y tan cortos. A pesar de mi firmeza no acaban las dudas y los análisis vitales, las cosas que son, las que nos mueven, las que suben y las que bajan, las que se esconden y luego se asoman, lo sentimental y cursi, romántico, idealista. Lo realista, egoísta, canalla, vil, falso, lo todo al fin de cuentas, lo humano al fin de cuentas. A veces sentada, callada ¿cómo me voy a reinventar como mujer en el transcurso del tiempo? El flujo de la vida, no nos podemos quedar estáticos como en la fotografía de nuestra boda en blanco y negro. Pero soy yo en todo momento, como una entidad tornasolada ¿podría ser de otra manera? No lo sé, las dudas continúan ¡tanto matrimonio fracasado, en el que incluso algunas veces los mismos hijos han sido la causa de ruptura!

Si quieres conocer el pasado mira el presente, que es su resultado. Si quieres conocer el futuro, mira el presente que es su causa. Proverbio japonés