Ecos de Mi Onda

Basim (Sonreír a la Vida)

Compartir

En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante,,

y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente.

Khalil Gibran (1883-1931) Escritor libanés.

Era una tarde invernal, la oscuridad se filtraba bajo un manto de nubes negras que amenazaban con la posibilidad de lluvia y apremiaban al pastor a que reuniera sus ovejas, las que fue contando de una a una hasta asegurarse de tenerlas completas y bajo control, proceso en el que la noche se vino encima y el pastor agotado y satisfecho se dispuso a descansar. Recostado miraba el cielo nocturno hinchado de nubes grises lentamente arrastradas por el viento, con pequeños espacios en los que de pronto se podía ver a las estrellas y pensaba en Hana, en ese dulce beso con sabor a higo maduro, en el roce de sus labios carnosos y el aliento fresco de su boca, viento aromático depurado a través de pinos, cipreses y algarrobos.

Boceo sin guantes del silgo XVIII en una pintura (Foto: Especial tomada del sitio @BoxingHistory)

Basim y Hana estaban comprometidos desde la adolescencia, con beneplácito de los padres de ambos. Jóvenes apuestos, alegres, responsables, quienes sobre los acuerdos tradicionales entre familias, habían cultivado una relación amorosa colmada de delicadeza evidente, que llenaba de contento el entorno y les hacía predecible un futuro lleno de bendiciones e invariablemente feliz. Basim conducía un rebaño cuantioso de ovejas, precisamente con objeto de sumar recursos para las inminentes nupcias, que tendrían lugar en el inicio de la primavera. Después de entregar el rebaño tenía pensado acudir al pueblo para ordenar la confección del traje de bodas, ya lo tenía diseñado mentalmente, incluyendo todas las prendas tradicionales establecidas en el manual de los ancestros, pero con la libertad de hacer modificaciones dentro de los límites del marco de referencia, pero que finalmente concedía al contrayente la posibilidad de aplicar cierta creatividad, si así le cabía en la imaginación. Soñaba pues con esos días futuros, en los rituales de la noche de bodas, en el hijo primogénito, en la numerosa cría corriendo por los patios, en el acopio honesto de un patrimonio. Cansado por el trajín del recorrido, se quedó profundamente dormido.

Aún con las sombras previas al amanecer, los guardias se fueron acercando con sigilo, no sabían cuántos eran los malhechores, ni tampoco si iban armados y organizados para darles la pelea. Pero más allá de haber localizado el rebaño, no se notaba en el avance ninguna clase de agitación en el entorno, hasta que un guardia dio alerta de la presencia de un individuo el cual, al parecer después de acecharlo por un lapso, se encontraba profundamente dormido. Lo fueron rodeando estratégicamente hasta que quedó al alcance para poder capturarlo con seguridad y rapidez. Basim despertó sorprendido y totalmente confundido por lo que pasaba y se revolvía forcejeando para tratar de liberarse de los guardias, hasta que lograron inmovilizarlo a la vez que en pleno desorden le preguntaban por sus cómplices, a lo que atónito, evidentemente no sabía que contestar. 

Reunieron las ovejas y contabilizaron la mitad de las que habían sido robadas del corral del señor Berel y lo siguieron interrogando, a pesar de que Basim había ya señalado en su declaración la falsedad de las acusaciones de las cuales era sujeto, de que lo estaban confundiendo con otra persona, de que se trataba de un terrible error. Reiteraba que el rebaño era propiedad de su familia, que podía confirmar identidad, ocupación, lugar de residencia, solvencia económica, integridad y decencia, pero no le daban oportunidad para demostrarlo fehacientemente, ocupados como estaban en confirmar a toda costa que él era el culpable del robo cuantioso de ovejas, junto con los cómplices que se negaba a delatar, según se hacía constar en la relatoría de los hechos de la investigación criminal.

Por la noche fue confinado en una pequeña y sucia celda sin siquiera haber probado bocado, implorando a Dios que se apiadara de él en esa injusticia que estaba experimentando absurdamente. Pasó la noche en vela torturado por el intenso frío que le calaba hasta los huesos y le hacía temblar sin control, pero más por la angustia de una situación totalmente inmerecida, de la que no atinaba como desviar hacia el rumbo correcto para demostrar su inocencia.

Sin tener situaciones precedentes de referencia, en la comunidad familiar no pensaban de ninguna manera de que Basim se encontrara en desgracia, puesto que los asuntos que se tenían que tratar demandaban un período de ausencia que aún no se agotaba, si bien la familia había quedado con algo de pendiente debido a que, ansioso por los resultados del viaje de negocios no midió consecuencias, no quiso esperar a que lo acompañaran algunos sirvientes, puesto que no estaban disponibles por cuestiones de exceso de trabajo por esos días en la comunidad.

Por el gran disgusto del robo de ovejas, Berel no reparaba en la ausencia de su hijo menor Faivel, a quien, era patente, le prestaba poca atención. Toda la vida la había dedicado a acumular bienes, con el fin de formar un patrimonio familiar, para brindarle a los hijos el bienestar que él no había tenido en su infancia, en medio de una pobreza material paterna en la que vivió sacrificios, hambre y frío, pero sin que nunca le faltara el calor y la protección que con limitaciones le brindaron, a él y a sus hermanos, su padre y su madre. El trabajo arduo daba frutos, incluso con lujos que compartía con la familia, pero no el tiempo para aconsejar, jugar, aliviar angustias, guiar los primeros pasos. Viudo desde hacía varios años extrañaba a la diligente y amada esposa, pero duro como una roca, se prometió no doblegarse ante la adversidad de perderla en flor de la vida, tras darle cuatro hermosos hijos, tres mujeres y un varón. No quiso volver a casarse ni tener más hijos, se dedicó de lleno a trabajar y amasar una fortuna.

Faivel vendió el ganado y sin escrúpulos se dirigió al pueblo, en donde despilfarró con rapidez todo el dinero de la venta. Sin medida se dedicó a comer los mejores manjares, el mejor vino y a disfrutar de bellas mujeres, invitando a los presentes con los que formó una falsa amistad de juerga totalmente circunstancial y de franca conveniencia. El joven inexperto a los pocos días despertó de madrugada con una resaca espantosa y sólo para advertir que sólo le habían dejado lo que vestía. La juerga había concluido, no le quedaba ninguna moneda en el bolsillo, hasta las sandalias habían desaparecido. Por fortuna no tenía cuentas pendientes en el mesón, si no hubiera parado en la cárcel tal vez por un buen tiempo. Tuvo que salir descalzo, avergonzado y cabizbajo en busca de una oportunidad de reivindicarse.

Basim tenía el rostro demacrado, los ojos irritados y las profundas ojeras evidenciaban angustia y falta de sueño. Se encuentra frente a Berel, quien lo mira con desprecio y en su papel de patriarca lo juzga y le impone la condena de ser apedreado hasta la muerte por robar ganado. No tiene misericordia y considera haber impuesto una condena justa y sabia, que sería incluso capaz de imponer a su propio hijo en caso de que cometiera un delito semejante.

En el pueblo Faviel es visto como un paria. Después de su breve popularidad arrogante, ahora nadie le extiende la mano para ofrecerle ayuda, ni tan siquiera un bocado, o simplemente unas palabras para levantar su maltrecha dignidad. Busca refugio para pasar la noche y se percata de la extraña y muy intensa luminosidad de una estrella que domina por completo el cielo y dirige los pasos hacia ese rumbo. Lo que ve lo deja maravillado, la pureza del alumbramiento de una hermosa criatura que es delicadamente acomodado en un pesebre por la madre recién parturienta. El marido sostiene a la mujer con ternura, no hay necesidad de palabras. Se acerca, al igual que los pastores que van llegando atraídos por la intensidad de la estrella posada sobre el corral. Todos hincan la rodilla con respeto y veneración, algo hay en la escena, la dignidad majestuosa cobijando con amor el significado de la grandeza de la humildad. Automáticamente se ajusta los pensamientos, se abre la conciencia, se acepta la culpa y se reconoce la necedad de los resentimientos contra el padre severo y la grandeza de la humildad permea hasta el interior de su corazón, que ahora late gozoso al aceptar que aún en la desventura es bendecido por Dios. No importa lo áspero del camino, ni caminarlo descalzo, tiene que regresar a casa a pedir perdón. Con los pies sangrantes y faltando poca distancia para llegar es reconocido por un sirviente y pregunta el porqué del alboroto que se escucha a las afueras de la casa grande.

Camina desesperado hacia la muerte, el griterío de la muchedumbre lo tortura. Desnudo y sangrando por los azotes previos, es colocado a tiro de piedra y cuando está a punto de comenzar el apedreo, Faviel se antepone a Basim y grita con todas las fuerzas: ¡Este hombre es inocente, yo fui quien robó las ovejas de mi padre, soy yo quien merece esta condena! El gentío enmudece y sobre la perplejidad alguien corre a llamar al patriarca Berel.

Frente a su hijo Berel se quiebra en llanto y le indica al gentío que se cumpla la condena, que él mismo había considerado sabía y justa, aun cuando se tratara de su propio hijo. Pero había tal paz en Faviel, que nadie en la multitud se atrevió a tirar una piedra. En esta señal, Berel sintió con humildad la importancia del perdón y de las maravillas de Dios, en esos instantes en los que el Hijo de Dios se hacía hombre para guiarnos en el camino del Amor, de la Paz y la Concordia.

Berel se hincó frente a Basim para pedirle perdón por la injusticia cometida y aceptar que se sujetaba a cualquier pena que quisiera imponerle en reparo ante el flagrante atropello. Basim sonrió con inocente nobleza y sólo pidió que le permitieran lavarse y comer, para seguir su camino. Enterado de los objetivos del viaje frustrado de negocios, Berel en persona acompañó a Basim con el doble de ovejas que pastoreaba y con el caudal suficiente para organizar una boda espléndida. Por gracia de Dios, la verdad se había impuesto y el Rey recién nacido en el humilde pesebre extendía la capa de amor, comprensión y perdón, que debe prevalecer por siempre entre todos los seres humanos de buena voluntad.