Histomagia

Casas fantasmales

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Guanajuato es una de las ciudades con historias cuyos actores principales generalmente son personas; sin embargo, también tiene relatos en los que los protagonistas son casas que representan gran parte del pensamiento de los cuevanenses, pues en sus muros albergan historias de misterio que dan cuenta de la magia y encantos que poseen. En esta ciudad hay muchas. Entre ellas destacan las que a continuación enunciaré.

Cerca del barrio del Baratillo, en la calle de San José junto a una pequeña Iglesia, existe, en esa acera, una única casa. Dicen que ella fue parte de la Iglesia de La Compañía, pues en la época de Los Cristeros sus túneles subterráneos las comunicaban para dar refugio a los curas que huían en afán de salvar sus vidas. Además los que la han habitado, cuentan que ahí se aparecen fantasmas. En el segundo piso, existe, hasta la fecha, un cuarto en donde hay muebles que han sido olvidados por la premura de salir corriendo de esos espantos y entes. Por las noches, se escucha que mueven y acomodan esos muebles, tal vez es una antigua inquilina que leía las cartas y dicen que murió ahí. En el primer piso, se aparecen soldados y monjas que de repente te apagan las luces, y, en el tercer piso, un niño como de seis años que pide juegues con él.

Una bruja  que una vez intentó “limpiar” la casa de malas vibras, contó horrorizada que había muchísimos entes colgados de las paredes y los techos, que no querían irse de ahí porque ellos son parásitos energéticos que viven de las energías humanas y, si hay rencillas y mala fe entre los que la habitan, mucho mejor. Desde ese día, nadie ha intentado volver a hacerle una limpia a la casa. Quién sabe.

Otra casa emblemática de esta ciudad, es sin duda la llamada “Casa de las Brujas” que se ubica en el Paseo de la Presa. En ella, han sucedido eventos que escapan a la lógica y a la razón. Se dice que una vez un joven asistió a una fiesta en el lugar, enfadado ya del ritmo de tambores de la música, decidió salir al patio trasero en donde había unos columpios y se sentó en uno de ellos viendo hacia la fiesta, luego giró, se quedó unos segundos viendo hacia el fondo de la casa que estaba en ruinas y muy oscuro, y de las sombras emergió una silueta humana muy alta, el joven atinó sólo a distinguir el rostro sonriente de un hombre. Desde ese instante, el joven ya no supo de sí. Sus amigos cuentan que se fue a la fiesta bailando al ritmo de los tambores en tal frenesí que se azotaba contra una cruz que había en una de las paredes. Asustados, sus amigos trataron de contener su agitado actuar, sin embargo, al hablarle por su nombre, respondía con una voz muy grave en un idioma que no atinaban a descifrar.  De repente, el joven se calmó y se sentó a platicar como si nada hubiera pasado. Todo vuelve a su cauce por un tiempo. Súbitamente, se escucha un griterío en las afueras de la casa. Llovía a cántaros con los relámpagos y truenos del verano típico de esta ciudad, creando una atmósfera macabra: el joven caminaba con desenfado en las débiles cornisas del segundo piso de la casa –que aún se pueden ver—, sus amigos le suplicaban bajara de inmediato pues en esas condiciones y con su altura y peso, un accidente fatal pudiera sucederle. El joven, fuera de sí, se carcajeaba al ritmo de la naturaleza que lo poseía. Indescriptible fue la manera como bajó, pues dicen que jamás pudo recordar qué le pasó. Nadie supo cómo llegó a ese segundo piso mucho menos supieron cómo bajó, pero cuentan que sí reconoció el rostro sonriente de aquel hombre en uno de los cuadros que la dueña de esa casa pintó.

Estas historias son sólo dos de las que existen en la ciudad, pero no me creas; ven, lee y anda Guanajuato.