El Laberinto

Catástrofe café

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Se veía confiable con su hermetismo y fortaleza, capaz de contener y dar soporte a uno de mis más grandes vicios. Es decir, que parecía un termo para café capaz de atravesar la ciudad dentro de una mochila y apretado en el metro.

Las múltiples capas de ropa evitaron que mi tacto percibiera a tiempo la fuga y para cuando el olfato detectó aquel olor de mis amores donde no debía de aparecer, la vista se apresuró a revisar la mochila y encontró una catástrofe.

Saldo un libro, una libreta y unas hojas sueltas que recibieron su dosis de calor, cafeína y azúcar a primeras horas del martes.

Cuando acudí al culpable, mi robusto y sensual contenedor, me encontré con que seguía tan cerrado como cuando lo guarde, mantenía su posición vertical y solo le faltaba un miserable trago de café.

Esta historia, verídica por cierto, me hace pensar en las características del caos.

Primeramente, que llega cuando más en confianza estamos o precisamente porque en confianza nos sentimos y no lo prevenimos. Uno puede pensar que el termo va a aguantar y aún así ponerle una bolsita por si acaso, que fuera de que las bolsas están empezando a desaparecer tampoco hubiera estado de más la precaución.

Luego es que cabe en el más mínimo  huequito, que todo puede estar bien, el sello, la posición, pero descubrí que el líquido había escapado por un miniagujero planeado para que no hiciera vacío al beber de su tapa. Esto, aunado a un caminar brincoteante y apresurado, hizo todo el batidero.

Una de las características que también observé durante el caos, es su capacidad de expansión: un trago de café no es nada en una boca, pero es un océano en tu mochila, un tornillo no ocupa ni espacio en un bolsillo pero puede hacer fallar a una máquina entera, una letra mal escrita en un mail o un número mal añorado en un teléfono y acabamos por no entregar el mensaje

Ahora bien, no estamos exentos de la catástrofe en un mundo al que intentamos de domar y superar sus leyes todos los días que siempre tienden al desorden, que al parecer es la forma preferida de la naturaleza. Lo que podemos es estar atentos a sus heraldos, ponerle una que otra traba, siempre y cuando esa no se vuelva su impulso principal y aprender a levantarnos de él. Como yo que ahora tengo que leer en un libro marmoleado de sepia, pero, eso sí, corrí a enmicar mi credencial cuando vi que salió ilesa.

Hoy traigo otro termo de café, esperemos salga todo bien.