Resêt

El miedo

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Como un reconocimiento a nuestro colaborador y amigo, Pablo Aguilera Villaseñor, cuyo deceso aún nos conmueve, volveremos a publicar en los días que siguen las nueve colaboraciones que escribió entre 2014 y 2015. Bajo el título genérico de Resêt, en su columna dio un repaso a cuestiones atemporales, sin embargo de interés y necesidad para una época de cambios que él percibía tan inevitables como bienvenidos, cuestiones en mucho acordes a las exigencias de la actual circunstancia. Volvemos a entrar en contacto, así, con el flanco humanista que fue tan característico de Pablo, de quien retenemos la alegría ante lo que ofrece la vida.

Publicado el 20 de enero de 2015

Dicen que es un reflejo natural de supervivencia y que se gestionó hace miles de años. De acuerdo; pero actualmente el miedo se ha extendido hacia las actividades más simples de nuestra sociedad y ya no es la supervivencia a quien cobija sino al “congelamiento” del desarrollo intelectual.

El miedo más intenso lo tenemos al fracaso que es como una muerte en vida, es obvio que el miedo a la muerte podría superar al que generamos hacia el fracaso, pero es la frustración, la pérdida, la ruina o el desastre lo que conduce directamente al estrés, y éste nos lleva irremediablemente a la enfermedad.

Explicaba el etólogo británico Sir Konrad Lorenz que cuando una especie con sobrepoblación sobrepasaba los límites de su hábitat natural, los individuos que quedaban en la periferia desarrollaban un estrés que disminuía sus defensas y enfermaban para luego morir, de esta forma la propia naturaleza lograba controlar la población de la especie.

En el libro de José Antonio Marina, El vuelo de la inteligencia, Marina imprime la frase del esclavo y filósofo griego Epicteto (55-135 d.C.): “No nos hacen sufrir las cosas, sino las ideas que tenemos de las cosas”.

El miedo ha evolucionado hacia las ideas que tenemos de las cosas: “qué dirán”, “no eres capaz”, “te vas a morir de hambre”, “te van a correr”, “desperdicio de tiempo”, “vida desperdiciada”, “te hace daño”, “te vas a enfermar”, “acabarás pidiendo limosna”, “te va a abandonar”, “te vas a quedar ciego”, “le vas a matar”, “te vas a caer”, “te van a atropellar”, “te van a asaltar”, “te van a robar”, “vas a reprobar”, “no te hará caso”, “te voy a castigar”, “vas a engordar”, “se te va a morir”, “te va a picar”y así, casi interminables sentencias que escuchamos y repetimos invariablemente, transmitiendo miedos de generación en generación, al grado que, decirlas o escucharlas, se ha convertido en algo natural, cuando no lo es.

La palabra es creación; cuando decimos algo lo estamos sentenciando de alguna manera. “Dios te bendiga” es una bendición sentenciada y tiene ese poder, nos hace sentir bien, al contrario de una maldición como todas las que se escribieron renglones arriba, que nos hacen sentir mal, aunque ya nos hemos acostumbrado a ellas desafortunadamente.

Miedo a la desgracia, miedo a engordar, miedo a caer mal, miedo a ser asaltado, miedo a ser extorsionado, miedo a no tener trabajo, los miedos que desarrollamos no tienen nada que ver con la supervivencia de nuestra especie, simplemente paralizan nuestro desarrollo intelectual, cognitivo y nuestro desarrollo personal, pero lo mejor de todo esto es que no tienen fundamento, son simples sentencias, de nosotros depende hacerlas realidad o no.