El Laberinto

Mario no puede saltar

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Lamento decirle a los Marios que conozco que este laberinto no se trata de ustedes, o tal vez si pero no por compartir el nombre, si no la situación. Tampoco me refiero al buen Mario Benedetti, al que no me imagino con su rosto bonachón y sus poemas azucarados o revolucionarios (revisen estos últimos, son una maravilla) bajo el brazo tratando de realizar un brinco. En realidad, me refiero a un viejo estereotipo italiano que protagoniza una de las franquicias de videojuegos más antiguas y famosas del mundo. Quería que fuera el nombre de una canción, pero para ello tendría que tener algún talento musical y pues en esa cuestión sí les fallo.

Imaginemos la escena, en una pantalla de dos dimensiones, el pequeño plomero con su gorrita roja y su tupido bigote se encuentra frente a un obstáculo que lo aplasta, tira o se come y no lo puedes evitar, inicias el nivel una y otra vez y el recorrido previo a la zona problemática se torna repetitivo y aburrido, ya nos sabemos de memoria cada parte y al llegar, ahí estamos, otra vez no pudimos saltar. Cada vez nos vamos enganchando  más y más, el juego deja de ser divertido, los músculos se tensan, las groserías salen en cascada, es probable, incluso, que acabemos perdiendo el nivel antes de llegar al punto que nos causaba problemas. Menos mal que solo es un juego.

Hay varias situaciones en la vida cotidiana donde nos encontramos en este punto de bloqueo, discusiones circulares como los mismísimos infiernos de Dante, textos en los que nos trabamos, libros que no podemos terminar, series de noches donde nos acostamos y giramos y no podemos dormir, videos que queremos grabar y que terminan en treinta y cinco intentos (historia real), huevos estrellados que se rompen, programas que no se instalan bien, solos de guitarra que nomás no salen, rutinas que no se cumplen, ciclos de auto destrucción que se mantienen, amoríos fracasados y reiniciados una y otra vez con recorridos similares y enojos apocalípticos.

En cada intento, con cada fracaso más bien se pierde en confianza y alegría aquello que se va ganando en enojo y frustración, lo que aumenta exponencialmente el riesgo de fracaso. Aquello que empezamos por placer o que hacemos por obligación se torna personal y nos estanca, nos ahoga, no nos deja ver otras posibilidades por que la furia es cegadora.

¿Qué se puede hacer en estos casos?, ¿cómo luchar contra el Mario que no responde a nuestras aspiraciones? Considero que lo más apropiado y que no implica estrellar violentamente la pantalla de un poderoso golpe, es rompiendo el ciclo, tomarte un respiro, soltar el control y levantarse por un vaso de agua, mirar hacia otro lado y cuando nos veamos afuera de la hoguera pensar seriamente si realmente es importante completar la misión, si es lo que deseamos y si no hay otros medios o métodos para conseguirlo. Pedir ayuda también está entre las posibilidades, lograr que alguien nos libre el obstáculo y seguir con el nivel o buscar la forma de potenciarnos como el personaje de los videojuegos que al tomar un hongo o una estrella o una pluma aumenta sus capacidades (no es una metáfora de drogas pero tampoco suena mal). Pensemos que siempre se puede saltar y que muchas veces ni siquiera es necesario hacerlo.