Histomagia

Liz

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Guanajuato es una caja llena de sorpresas. Esta semana tuve la experiencia de conocer a alguien que vino a vivir a esta ciudad hace tiempo, su vida ha transcurrido en medio de añoranzas y la fuerza de ser una mujer emprendedora, aunque a veces, solo a veces, Liz, así se llama ella, lo niega determinantemente.

La casa en que Liz vive es una casa muy colorida, llena del amor a la cocina y al sabor mexicano, ella es una excelente cocinera. Creo que todos los que la conocemos sabemos que sus artes culinarias te llevan -en verdad- a nuevos espacios de sabores que hacen que aún más la respetes por ser tan empática: si tienes mal de amores, si pasas un mal momento, si necesitas escuchar consejo, planes a futuro, debes conocerla, ella palia lo que necesite ser paliado, y proyecta en tu mente lo que es imaginado por sus dédalos de fantasía.

Pues bien, Liz me ha contado que recientemente esa casa, que ha decorado y arreglado con amor, debe regresarla a su dueña; Liz rentaba el lugar, pero como ella dice: “Dios me ha abierto nuevos caminos”, debe seguirlos. Así que ahora estamos en la tarea de encontrarle en Guanajuato un lugar que pueda recibirla con su arte holístico.

Hoy me ha contado algunas de las historias de leyenda que rodean esa casa: que hace muchísimos años, una noche, un grupo de niños jugaron a al ouija; que la anterior inquilina tenía predilección por la Niña Blanca y tenía una escultura tamaño natural de ella; que anteriores inquilinos habían quebrado como por una mala suerte…pero cuando llegó Liz se dedicó a reparar la casa, plantar hermosas flores y arbustos en el jardín, pintarla de colores mexicanos y poner frases bellas en los muros que inspiren a sus invitados; tal vez por esa magia que ella imprime en el lugar, es el porqué tuvo un encuentro espectral.

Me cuenta Liz que una madrugada se despertó para ir al baño, adormilada y viendo cómo las luces led de movimiento iluminaban su camino, de pronto vio en la esquina, cerca de la pared blanca, una silueta negra enorme, imponente, pues abarcaba toda la altura hasta el techo, no se veía delgada ni débil se veía con fortaleza, no mostraba el rostro pues lo cubría con su manto, sólo estaba quieta, en su esquina, agachada y agarrando con fuerza, con su mano derecha, una guadaña; la Niña Blanca sólo hizo un movimiento de cabeza como asintiéndole a quien la veía que era precisamente ELLA y que estaban en su casa. Liz, incrédula y pasmada por la aparición, optó por regresar a su cuarto y despertar a su novio quien, al verla tan asustada, pensó que se había metido alguien a robar, lo supuso porque Liz no hablaba, solo con sus grandes ojos abiertos como platos, mostraba su angustia, su terror por lo que acababa de ver. Él intenta comprender, y le hace una seña de silencio posando el dedo índice en sus labios, de inmediato sale del cuarto y entonces la ve, queda estupefacto. La Niña Blanca seguía en su rincón, en la misma postura. Él, silencioso, se regresa a la recámara. Se quedaron así unos momentos. Pasado el tiempo decidieron asomarse y ver si todavía ella estaba ahí. El muro blanco que sirvió de marco a esa aparición estaba vacío. Ya no pudieron conciliar el sueño.

Liz me cuenta que desde ese día no la ha vuelto a ver, pero ella llegó a la conclusión que la Niña Blanca se le presentó para dejarle claro que ella sigue ahí. Liz respeta esa creencia, ella no sabe del culto a esa presencia por eso ella le dijo: “yo cuido tu casa”, tal vez por ese pacto tácito la Niña Blanca no se le ha vuelto a aparecer hasta la fecha. ¿Quieres conocerla? Ven, lee y anda Guanajuato.