Las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez

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El pasado 28 de marzo 2021 se cumplieron 200 años de que Anastasio Bustamante instruyera, de manera muy precisa, al todavía intendente de Guanajuato Fernando Pérez de Marañón que descolgara las cabezas de los primeros caudillos de la lucha por la Independencia Nacional que habían permanecido en las esquinas del edificio de la Alhóndiga de Granaditas desde el mes de octubre de 1811.

El final de la primera etapa insurgente comenzó cuando después de la derrota del Puente de Calderón, Hidalgo y Allende, sin previo acuerdo, se dirigieron al Norte creyendo que sería factible encontrar algunos apoyos y adhesiones a la causa. Los grandes contingentes insurgentes se desarticularon y comenzaron a cometer excesos criminales que solo desprestigiaron el movimiento.

Ignacio Allende, profundamente molesto con Miguel Hidalgo a quien consideraba el causante de las derrotas, propuso en la Hacienda de Pabellón que fuera depuesto del mando principal del ejército insurgente, aunque la decisión no fue comunicada a todo el contingente en atención a la fuerte influencia que ejercía el padre Hidalgo entre las multitudes. La marcha insurgente prosiguió a Zacatecas y luego a Saltillo.

Después de un consejo de guerra se determinó fraccionar el ejército dejando a 2,500 insurgentes al mando de Ignacio López Rayón y José María Liceaga, para reducir el contingente y avanzar con mayor rapidez a los Estados Unidos de América para comprar armas y municiones. El resentimiento de Ignacio Elizondo, quien no fue promovido al grado de coronel entre los insurgentes, fue quizá la razón para que actuara en contra de los caudillos y les tendiera una trampa para aprehenderlos en las cercanías de Acatita de Baján, en Coahuila.

Hidalgo y Allende son hechos prisioneros.

El 21 de marzo los insurgentes marchaban en un convoy no muy organizado y soportaban las altas temperaturas de esas áridas llanuras, entre tanto los traidores iban arrestando a cada grupo que llegaba al punto previsto para la emboscada. Allende ofreció resistencia en vano y finalmente fueron capturados todos los caudillos, quienes fueron conducidos a Monclova. Algunos fueron enviados a Durango y otros como Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Mariano Jiménez y Juan Aldama a Chihuahua, a donde llegaron el 23 de abril.

Un español, Ángel Abella, fue el responsable de llevar a cabo los juicios contra Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez. Los procesos se desahogaron únicamente con las declaraciones de los españoles y los cuestionamientos a los acusados, no hubo declaración de testigos ni diligencias de otra índole. El resultado fue el pedimento de la pena de muerte a los reos y un consejo de guerra lo confirmó.

El 26 de junio fueron fusilados Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, luego se determinó que sus cuerpos fueran exhibidos públicamente por algunas horas para después proceder a cercenarles las cabezas, que fueron depositadas en unas cajas con sal para ser remitidas a Zacatecas, a donde llegaron a principios del mes de julio.

A Miguel Hidalgo, por su condición de sacerdote, se le sometió a un doble juicio. El civil fue desahogado igualmente por Ángel Abella. Desde el inicio del proceso Hidalgo reconoció que su prisión se derivó, entre otras cosas, por “…haber tratado de poner en independencia a este reino; que los principales autores de la revolución eran él y Allende; que los asesinatos de los españoles se habían hecho por orden suya para satisfacer a los indios y a la ínfima canalla…”

La sentencia civil se dictó el mismo 26 de junio de 1811, pero la noticia de la ejecución de Miguel Hidalgo debía de esperar porque era sacerdote. Para el juicio eclesiástico de Miguel Hidalgo, el obispo de Durango comisionó al doctor Francisco Fernández Valentín para que lo representara y le concedió amplias facultades, incluso para degradarlo como sucedió en el proceso que concluyó el 29 de julio.

Miguel Hidalgo en su celda.

A Miguel Hidalgo se le rasparon las manos y las yemas de los dedos en señal de despojo, también se le arrancaron las vestiduras hasta desgarrarlas, lo despojaron de los ornamentos y le cortaron el pelo borrando la corona real del sacerdocio para concluir así con su degradación sacerdotal. Luego se le comunicó, mediante lectura, su sentencia de muerte. Hidalgo escuchó con atención y se mantuvo sosegado y pacífico, lo trasladaron a su celda habilitada en el cubo de la torre de la iglesia del ex colegio de la Compañía de Jesús.

La lengua guarda el pescuezo” rezaba el apotegma escrito con carbón por Miguel Hidalgo en su celda; el 30 de julio muy temprano fue conducido al pabellón de fusilamiento. Recibió los auxilios espirituales del padre Juan José Baca, desayunó e incluso bromeó diciendo que no porque iban a quitarle la vida le debían dar menos leche.

Luego, las campanas tocaron la hora marcada y sonó un tambor militar que anunciaba la ejecución, el edificio estaba fuertemente reguardado. Miguel Hidalgo salió de capilla escoltado por una docena de soldados dirigidos por el teniente Pedro Armendáriz; con paso firme se dirigió a los soldados y les dijo “…la mano derecha que pondré sobre mi pecho será, hijos míos, el blanco seguro al que habrás de dirigiros…”

Hidalgo fue conducido al banquillo, por su decisión fue atado de frente y no de espaldas, el cura se puso la mano en el pecho y comenzó a orar. La primera fila de fusileros lo hirió en el vientre, la segunda fila en el brazo y la tercera de nueva cuenta en la espalda por lo que fue necesario que dos soldados le dispararan con la boca de los cañones sobre el corazón.

Miguel Hidalgo momentos antes de ser fusilado.

El cadáver de Miguel Hidalgo fue expuesto por unas horas en la puerta principal del hospital para que la gente pudiera ver al caudillo, luego fue introducido de nueva cuenta al hospital y ahí un indio tarahumara le cortó la cabeza de un tajo recibiendo por ello una recompensa de veinte pesos; la cabeza fue colocada en una caja con sal y el día 4 de agosto fue enviada a Zacatecas.

El 20 de agosto las cuatro cabezas de los principales caudillos estaban reunidas y comenzaron un recorrido por diversas poblaciones donde se exhibían a manera de escarnio público. La movilización de las cabezas no fue cosa sencilla toda vez que eran frecuentes las partidas de insurgentes que interrumpían el derrotero de la ruta establecida.

Las cabezas fueron exhibidas en Zacatecas, en la Villa de Encarnación, en Aguascalientes, en Lagos, en León, en Silao y llegaron a la ciudad de Guanajuato el 14 de octubre. Ese mismo día, por instrucciones del intendente Fernando Pérez de Marañón, se dispuso la exhibición de ellas debajo de la horca que estaba situada en la Plaza Mayor (actual Plaza de la Paz), también redactó una proclama que describía las atrocidades cometidas por los caudillos que fue leída en la propia horca.

Originalmente se pensó que la cabeza de Miguel Hidalgo debería ser trasladada a la Congregación de Nuestra Señora de los Dolores, mientras que la de Ignacio Allende y la de Juan Aldama se mandarían a San Miguel el Grande y la de Mariano Jiménez debería permanecer en Guanajuato para su exhibición en lugares públicamente visibles como burla del destino final de los insurgentes.

Las cabezas de los caudillos.

El 20 de octubre se determinó dejarlas en la ciudad de Guanajuato y para ello se dispuso que un herrero de esta población elaborara unas jaulas para que fuesen colocadas en ellas y colgadas en cada una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, escenario del primer gran enfrentamiento entre insurgentes y realistas el 28 de septiembre de 1810. Así que debió ser después del 20 de octubre que se colgaron las cabezas en las jaulas pendientes de garfios.

El 24 de marzo de 1821 fue proclamada la Independencia en la ciudad por parte de Anastasio Bustamante y el Ayuntamiento de Guanajuato. Bustamante instruyó de manera enérgica al todavía intendente Fernando Pérez de Marañón para que procediera a descolgar las cabezas de los héroes, acto que tuvo lugar el 28 de marzo de 1821, hace 200 años.

Las cabezas, luego de ser bajadas, fueron depositadas en unas finas cajas de madera, se rindió tributo y se ofreció una misa; luego fueron cristianamente sepultadas en el histórico panteón de San Sebastián. El 19 de julio de 1823 el Soberano Congreso Constituyente declaró a los caudillos héroes beneméritos de la patria.

En agosto se inició el proceso de exhumación de las cabezas, se volvió a rendir tributo y se les condujo con todos los honores a la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México para depositarlas al pie del Altar de los Reyes. En el año de 1926 fueron trasladados a la columna de la Independencia.

El pasado 28 de marzo, luego de la tradicional ceremonia de renovación del fuego simbólico, efectuamos una ceremonia adicional para conmemorar los 200 años de tan significativo acontecimiento, haciendo descender simbólicamente desde el garfio que sostuvo la jaula con la cabeza de Miguel Hidalgo, una ofrenda floral adornada con los colores patrios y una corona que luego fue depositada en el cenotafio que honra a los héroes en el panteón de San Sebastián.

Ceremonia conmemorativa del bicentenario del descendimiento de las cabezas de los héroes de la Independencia Nacional el 28 de marzo de 2021.