Histomagia

Memo, Memo, ya me voy…

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Siempre que me cuentan historias de fantasmas que ocurren aquí en Guanajuato, siempre, siempre, pienso que es la que más me sorprende, pero no es así, cada nuevo relato trae consigo lo inédito, ese sabor de lo imposible que se hace realidad en medio de las sombras, de las calles solitarias cobijadas por el aire frío que las recorre y pasa por la calle subterránea, sus túneles, plazas y callejones, ese frío que trae consigo susurros lejanos que viajan y pueden desplazarse por los resquicios de las ventanas y portones para entrar en las casas antiguas y, no se sabe por qué vestigios del destino, despertarte en medio de la noche hablándote por tu nombre.

© El Lemus

Hace poco me reencontré con mi viejo amigo Memo en Valenciana, estuvimos platicando y recordando los viejos tiempos como estudiantes en la Facultad de Filosofía y Letras. También pudimos recordar a los amigos y algunas aventuras de cuando ya éramos egresados de nuestra Alma Mater, la Universidad de Guanajuato. Así que en esas pláticas nos detuvimos al recordar que su hermana había migrado a los Estados Unidos al casarse con un americano, pero antes de irse a Nueva York, ellos compraron una casa en Positos, calle céntrica en la ciudad y que fue una de las primeras del México Independiente, por ello, la mayoría de las casas de esa zona son antiguas, con pasillos cortos y largos, oscuros, piso sobre piso, tratando de hacer eficiente el espacio, todas con pisos de cantera que guardan sonidos de otros tiempos y son  la voz de esos tiempos pasados murmurando en las paredes, y aunque que a veces muestran sombras, o personas deambulando por ellas, son parte inevitable de ese Guanajuato escondido entre cada una de las construcciones y que coexisten con nosotros en esta ciudad.

Pues bien, en su paso por esa casa como cuidador y encargado del lugar, Memo estuvo viviendo ahí con su familia unos dos años. Estuvo contándome sus experiencias de vida y de la facilidad de vivir en pleno centro de Guanajuato, pero también recordó las veces que supo que no estaban solos en esa casa, me contó que casi todo el tiempo que estuvo viviendo ahí, el pan de cada noche era el ver pasar sombras en los pasillos, mirar a niños extraños (no su hijo) jugando en el patio a mediodía, sentir que te seguían, sentir de repente un frío que calaba hasta los huesos, miradas que permanentemente estaban presentes, a veces aparecían hasta olores y ráfagas de vientos inexplicables, tales cosas y más vivió Memo ahí. Pero una de las experiencias que más lo llenó de espanto, fue la noche en que llegó enfiestado ya muy de madrugada, en su cansancio decidió quedarse en la cama del cuarto semivacío del segundo piso, ellos ocupaban solo el tercer piso, la casa es muy grande.

Me cuenta Memo que esa ocasión llegó, se acostó en la cama e inmediatamente se quedó dormido. Me dice que casi al momento escuchó unos pasos aproximándose al cuarto, sintió de pronto que la temperatura bajaba tanto que podía sentir el vaho de su propia respiración y a la vez que alguien se sentaba a su lado en la cama, él pensó que era su esposa y en verdad, me dice, pensó que iba de seguro a regañarlo por haber llegado tarde, pero no, sólo comenzó a escuchar una voz dulce y a la vez sintió que lo tocaban cariñosamente en el hombro y le dijo: “Memo, Memo, ya me voy”. En ese momento supo que no era su esposa, pues esa mujer, conforme hablaba dulcemente, se fue acercando a su oído y comenzó a hablarle en una lengua que él no supo cuál era, ni mucho menos qué quiso decirle, la voz iba cambiando de angelical a grave. En ese momento, mi amigo se dio cuenta de que no era una persona viva quien le hablaba, el colmo del horror fue sentir su aliento fétido cercano a su cara, él ya estaba despierto, pero sin abrir los ojos, sólo atinó a cubrirse el rostro y empezó a maldecir a esa mujer o lo que fuese, que amablemente le había avisado que ya se iba, con improperios irrepetibles en este espacio, negándose a escuchar esa voz cambiante que mi amigo está seguro que ella intentaba tal vez de echarle una maldición pues conforme cambiaba la voz un sentimiento de coraje y odio se sentía en su intención de hablarle precisamente a él. A los segundos, esa voz desapareció, Memo, aún cubriéndose la cara con las cobijas, decidió asomarse y al ver que no había nadie, literal saltó de la cama y se subió rápidamente a buscar la protección de su esposa e hijo en el tercer piso. Su esposa le preguntó que qué tenía, él solo atinó a decir: “Nada”, se acostó y me dice que no durmió, ya hasta muy entrada la claridad de la mañana.

Pero el colmo y que los hizo dejar esa casa para siempre, fue que una navidad decidieron pasarla los tres ahí. Todo iba de maravilla hasta que, ya servida la mesa, y dispuestos a cenar, su hijo de cuatro años de edad, comenzó a llorar desconsoladamente y señalaba insistentemente una esquina de la sala, decía que estaba un hombre envuelto en fuego que lo llamaba. Acto seguido, Memo le dijo a su esposa que mejor fueran a cenar con la familia de ella, tomaron al niño y salieron de inmediato de ese espantoso lugar. Dejaron la cena servida y las luces prendidas, lo importante era salir para siempre de esa casa y no regresar jamás.

En la actualidad la casa ya pertenece a un político de la ciudad, supongo que lo que les sucedía a ellos les seguirá sucediendo a quienes vivan en esa casa, el asunto es que casi en la mayoría de las construcciones del centro de esta ciudad, las energías espectrales y fantasmas, se hacen presentes y, en este caso, la casa contiene muchas energías que siguen ahí esperando manifestarse para tratar de tener en su poder espectral la vida de quienes osen habitarla. ¿Quieres conocerla? Ven, lee y anda Guanajuato.