El espacio de Escipion

El juicio de la historia a la 4T

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Verdades indiscutibles

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018 se explica totalmente por el hartazgo de los ciudadanos con el PRI, el PAN y el PRD, por sus complicidades, su corrupción y su negativa a escuchar críticas, rectificar y revitalizarse en sus ofertas políticas. La afirmación presidencial de que el saldo social del neoliberalismo fue un total fracaso, también encierra mucho de razón, pues la acumulación de capitales, la desigualdad social y la cancelación de oportunidades para las mayorías se resintió en México como en otros países que aplicaron políticas económicas similares. La deuda social se convirtió en el principal caldo de cultivo del lopezobradorismo. Además, tuvo razón el ahora presidente en olfatear la crisis de los partidos políticos y encabezar un movimiento social contra ellos, un frente político y coalición de organizaciones sociales para dar vida a MORENA, como la alternativa a los otros partidos. ¿Si en Europa y algunos países de Sudamérica habían surgido nomenclaturas y ofertas distintas a los partidos tradicionales, por qué en México no?  

Immanuel Wallerstein acuñó la categoría “antisistémico” para referirse a lo que AMLO y MORENA encabezaron: un movimiento social contra la burguesía y los empresarios y al mismo tiempo —aunque contrapropuesto— un movimiento nacional, que busca retomar la grandeza de “la nación” y cerrarle el paso a la globalización en ciertas áreas que consideran propias del Estado (la energía, los recursos naturales, la historia, por citar algunos). En este sentido, para López Obrador ser un antisistémico, no cabe duda, le dio el lugar que nadie le discute en la actualidad.

Todo lo anterior quedará para la historia, porque AMLO ganó ese lugar como nunca nadie y con amplio respaldo popular.

La lucha por un lugar en la historia

Julián Casanova, en su ensayo “¿Quién escribe la historia?” apuntó con claridad el deber ser de un historiador: “El ideal de objetividad, el compromiso con la verdad, fue la roca sobre la que se constituyó la profesión histórica desde mediados del siglo XIX. De acuerdo con esos principios, el papel del historiador objetivo nunca debería degenerar en el de abogado o en el de propagandista. Alejado del partidismo y la parcialidad, la principal y primera guía del historiador debería ser un compromiso con la realidad del pasado”.

Y en efecto, para quienes están escribiendo la historia de este sexenio debe ser un desafío, porque todos los días, en las mañaneras y con todo el equipamiento mediático y sociodigital, no dejan de dictarse consignas, interpretaciones, juicios anticipados y hasta “triunfos” de lo que es la historia oficial de la “cuarta transformación”.

Retomados otra vez a Casanova quien alerta sobre los dictados de lo que debe ser la historia: “Resulta difícil imaginar que los historiadores universitarios alemanes aceptaran como argumentos válidos una apología de Hitler. O que la Academia Británica pidiera a un negacionista el análisis del Holocausto”. En España, otro ejemplo, se debate ampliamente sobre la figura de Francisco Franco y en Argentina sobre Juan Domingo Perón, en sus dimensiones políticas, humanas y, por supuesto, ideológicas. Los mejores juicios históricos a Fidel Castro y Hugo Chávez, por ejemplo, no son desde el interior de sus regímenes sino del exterior, de los disensos cubanos y venezolanos.

Por ello, se equivoca Andrés Manuel y su equipo de propagandistas si pretenden imponer su narrativa a los constructores de la historia que no están en el redil de su movimiento. En su libro A mitad del camino hay una serie de instrucciones de cómo debe quedar el registro de su paso por la historia del país, y más aún, en los libros anteriores firmados por el presidente hay mucha epopeya de la trayectoria de su movimiento en primera persona, omitiendo reconocimientos a otros actores que contribuyeron en muchas de las ideas, políticas públicas, obras y acciones que ha emprendido desde que fue delegado del Instituto Nacional Indigenista en Tabasco, cuando inició su carrera política a mediados de la década de 1970.

La historia de la autollamada “Cuarta Transformación” se está escribiendo y varios cabos sueltos siguen sin cerrarse del todo, pues se quiere imponer “capítulo cerrado” cuando en realidad son frentes abierto. Enlistamos algunos que habrán de pesar, para bien o para mal, en el juicio que se construirá una vez pasado el 2024:

El NAIM y el impacto financiero y social real de la primera decisión controversial; la utilidad y rentabilidad económica y ambiental de Dos Bocas y el Tren Maya; las negociaciones reales detrás del “Culiacanazo” y el impacto a la política de seguridad sexenal; el informe real del proyecto aeroportuario “Felipe Ángeles”; el impacto a la credibilidad en la lucha contra la corrupción en el Caso Lozoya y el Caso Rosario Robles; la autocrítica necesaria sobre el manejo de la pandemia de la covid-19 y la crisis de desabasto de medicinas; la negada militarización, pero que es real el regreso de marinos y soldados a la política activa y, quizá, la dura evaluación a la economía más allá de la imposición de una “economía ficción” que no se ha reflejado en la disminución de la pobreza ni desigualdad.

Las líneas en proceso de escrituración

Dice López Obrador que “que la historia nos ha enseñado cómo actuar para transformar y salir adelante, resistiendo los embates del conservadurismo”, y tal vez habrá de revisar qué tanto la historia de otros presidentes le ha enseñado para alejarse de la soberbia, la popularidad y el arrastre de una luna de miel prolongada.

Es cierto, su movimiento alrededor de Morena le sigue redituando éxito electoral, porque sus opositores simplemente siguen durmiendo en una hamaca política sin detectar a tiempo la cooptación, el reclutamiento de sus cuadros, bases electorales (especialmente el “voto verde”) y el renacimiento de un modelo ya superado: el viejo PRI.

Tiene razón @JulioAstillero: “la ‘4T’ como tal es sólo una etiqueta de propaganda política, no es una realidad, ninguna transformación puede ser declarada por decreto, hay que esperar el paso de mucho tiempo para que históricamente se determine si fue la transformación o no”.

También, el reportero Temoris Greko (cuya cuenta @temoris bloqueó inexplicablemente a este tecleador), destacó que Andrés Manuel López Obrador “será el último de los grandes nacionalistas revolucionarios”, y dio en el blanco, pues la ideología que promueve el presidente es precisamente la de la Revolución Mexicana, esa que el PNR, PRM y PRI hicieron suya hasta el arribo de la política económica que los dividió a los priistas entre tecnócratas y “revolucionarios” o “renos” y “dinosaurios”. 

En estos años se han promovido varios libros, análisis y muchos debates en la prensa pro y anti AMLO, y seguirán editándose, produciéndose, y lo mejor es que estos juicios se mantengan con total libertad sin la injerencia del poder. Y el presidente, para no repetir errores de quienes buscan imponer su narrativa a los constructores de la historia, debería tomar “sana distancia” de un papel que no es el suyo y ser el político demócrata, el estadista y el constructor de una alternativa real, pues ya su sexenio va en cuenta regresiva.

Contacto: feleon_2000@yahoo.com