Histomagia

MADRE

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Guanajuato es una ciudad donde la arquitectura colonial predomina, es la máscara del otro Guanajuato que hay debajo, latente, que existe gracias a las inundaciones que ha sufrido a lo largo de su historia. Las paredes de las casas son la pantalla de las diversas apariciones, de hecho, esos muros son invisibles para los fantasmas y espíritus que vagan sin rumbo por esta ciudad, ellos son quienes realmente habitan desde siempre este lugar, por eso cada noche, cuando atraviesan los adobes y ladrillos, el viento de la sierra pasea y acaricia a cada uno de ellos.

Este relato se centra en esas almas compañeras que cada que caminas por la ciudad antigua de Guanajuato, en el centro histórico, debajo de las piedras surgen, ellas son las que mantienen ese sabor de pueblo antiguo, y contribuyen a sentirlo; la arquitectura colonial, el olor del adobe, los pirules, el agua estancada de las presas, esa humedad ancestral que el aire danzarino que corre por las calles, callejones y plazas, y entra a las todas las casas secas, logra dar una esperanza de vida a las personas que esperan la muerte inevitable, cada día. Esta ciudad es atacada por las sequías todos los años, por eso cualquier señal de agua, por mínima que sea, revive las almas vivas, porque las muertas son quienes ayudan a llevarla por toda la ciudad. O eso creía.

Para Blanca esto es real. Me cuenta que una madrugada iba caminando sola, feliz de sentir el aire húmedo en la cara y el viento jugando con su cabello, ella cerraba los ojos disfrutando el momento, sin querer chocó con alguien, abrió los ojos de inmediato para disculparse con la persona, y vio que no estaba nadie, volteó a todos lados y en la calle Sopeña no había nadie. El viento comenzó a soplar más fuerte, tanto que, al retomar su paso, él la mantenía en ese mismo lugar. Primero disfrutó la sensación de libertad, “se sentía como volar, supongo” me dijo, pero cuando sintió que dos manos la tomaban de la cintura ahí sí supo que esto no estaba bien; el olor del aire húmedo se había ido y solo un polvo seco la rodeaba y no se iba. Ella no recordaba ninguna oración católica o protestante, no era asidua a esos ritos, así que lo único que hizo fue pedirle a ese ser que la soltara, pero no hubo respuesta, todo seguía igual y para colmo “eso” atado a su cintura. Blanca, desesperada, invocó a su madre, pues es sabido que la energía de cuidados que cada madre amorosa da a sus hijos es inquebrantable y atraviesa dimensiones, su madre ya había muerto. Blanca sólo dijo: “Mamá” y cerró los ojos entregándose a esa situación. De pronto escuchó cómo alguien lloraba o quería llorar, era el ser que se aferraba a ella como no queriendo dejarla ir, al instante el viento cesó, volvió el olor de humedad y esa alma en pena la soltó. Sintió entonces un beso en la mejilla, abrió los ojos y vio el rostro de su madre sonriente que se diluía en la noche. Ella sólo agradeció y asustada, pero segura, siguió su camino a casa, sabiendo que no estaba sola, nunca estaba sola.

Mi amiga me ha contado esto con la certeza de que su madre la cuida desde donde esté, yo sé que la bendición de una madre amorosa trasciende todas las energías, pues como mujer, es la creadora de la humanidad, la mujer que alimenta, caza, provee y hace lo que sea necesario por cuidar a sus hijos y afectos. Blanca ahora, sabe que las mamás son mágicas, como la tierra misma, como el aire y viento frío que cubre a esta ciudad cada día. ¿Quieres conocerla? Ven, lee y anda Guanajuato.