El Laberinto

Cabeza de clóset

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Hace unos días me citaron en un lugar que queda justo frente a la escuela donde estudié durante cinco años, es decir un lugar al que llegaba y del que regresaba  unas doscientas veces al año, según el calendario escolar, un trayecto que  de tanto sufrirlo, pues está a hora y media de casa, conocía de memoria: las horas con mayor tráfico, las rutas, hasta los baches del pavimento y aunque suene sorprendente (juro que no me he golpeado la cabeza de modo significativo en estos años que llevo de haber egresado) no me acordaba cómo llegar.

Para agravar las cosas cuando estaba contando mi tragedia me di cuenta algo muy peculiar, me sé de memoria la canción de un comercial de “sección amarilla” de 1997.

Emprendí el camino de todos modos, esperando no perderme demasiado y acabar rumbo a  Xochimilco  o Cuernavaca y sin traje de baño para que valiera la pena, y mientras lo hacía empecé a recordar como llegar, fenómeno similar al que me ocurre con los teclados, que no sabría dibujar sin verlos, pero que al usarlos conozco a la perfección.

Me dio por pensar que entonces la memoria funciona parecido a un clóset, que lo que no usamos se va quedando atrás y no lo vemos y lo más frecuente se mantiene a la vista, igualmente se hace nudo si lo guardamos a prisa y a veces oculta tesoros, como esa linda blusa que ni recordaba tener o esa otra que algún tiempo fue mi favorita y que recién noto que no tengo idea de donde quedó… después de seis meses de no usarla, supongo que habrá polillas a veces, prendas intrascendentes como esas camisetas blancas del súper y que el anuncio que no he olvidado es un par de calcetines feos pero muy vistosos, de esos que te regaló una tía y aceptaste por compromiso para acabar viéndolos  envejecer en el cajón.

El mes pasado recién recordé el nombre de mi muñeca de hace 30 años porque la usé para una obra de teatro y otras veces he descubierto que olvidé el nombre de algún ex novio y juro que no es una cuestión de despecho, no sabría como hacer una división de dos cifras afuera ni a patadas y eso que en los años que las hacía era la número uno de mi clase y ahora temo que si dejo de hacer algo lo olvide.

Lo bonito de que nuestra memoria sepa seleccionar y de que las cosas se enfríen y se desvanezcan es que ningún dolor, ninguna angustia, ninguna situación incómoda, ningún trayecto diario de hora y media es para siempre, ojalá tuviéramos la capacidad de recordar lo que vale la pena como si fuera esa canción pegadiza que no olvido, para que nos llegara de pronto a alegrarnos el día.